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Crítica 'Centro Histórico'

Guimarães 'dream team'

Centro Histórico. Varios cortos, Portugal, 2012, 93 min. Dirección: Aki Kaurismäki, Pedro Costa, Víctor Erice y Manoel de Oliveira.

Da pavor imaginar qué directores elegiría esta ciudad o cualquier otra de nuestro país para un proyecto cinematográfico similar al que Guimarães puso en marcha para celebrar su capitalidad cultural europea en 2012, con el encargo de películas de distinto formato y género a autores como Godard, Tocha, Rodrigues o los cuatro magníficos que ocupan esta memorable Centro Histórico.

Aki Kaurismäki, el más portugués de todos los directores no portugueses, nos regala en O tasqueiro un nuevo retrato cómico de la melancolía en cuadros de hermosa elocuencia muda a propósito de un tabernero solitario y taciturno en busca de clientes.

El maestro centenario Manoel de Oliveira no pierde pie ni lucidez cuando, en O conquistador conquistado, recurre al tono menor, a la humorada socarrona y familiar sobre el patrimonio histórico en tiempos de turismo exprés y cámaras digitales.

Nuestro Víctor Erice regresa felizmente al trabajo para entroncar en Vidros partidos (Pruebas para una película en Portugal) con una cierta idea del cine político a través de una interesante propuesta híbrida, más compleja de lo que parece a primera vista, que registra y reelabora para la cámara los testimonios de algunos trabajadores de una importante fábrica textil cerrada en 2002, estableciendo un poderoso vínculo con la actual crisis económica y social a partir del relato oral y la imagen fija como materiales para la construcción primordial de la memoria colectiva de la clase obrera.

Con Sweet Exorcist, el portugués Pedro Costa firma la que tal vez sea la mejor pieza del conjunto, en la que recupera al viejo amigo caboverdiano Ventura, protagonista inolvidable de Juventud en marcha, para volver a esculpir y arrancar de las sombras planos de rotunda composición e inquietante belleza digital en los que asuntos como el pasado colonial, la revolución de 1974 y sus fantasmas dialogan en el interior metálico de un ascensor en el que la palabra poética (hablada en criollo) también cincela y densifica los volúmenes y el peso del pasado que atraviesa un cuerpo alucinado.

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