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Oporto Memorias de un gaditano en la ciudad de los siete puentes

Ubicaciones distintas, el mismo espíritu

  • Turística y vinícola por excelencia, Oporto, considerada por muchos "la capital del norte de Portugal", guarda con El Puerto un gran parecido. Su designación como ciudad invitada supone un acercamiento cultural a esta bella ciudad.

El azar, que es caprichoso (como diría Joan Manuel Serrat), quiso que la Feria de El Puerto 2010 estuviera dedicada a Oporto, una de las ciudades más representativas de nuestro país vecino, y en la cual un servidor terminó sus estudios universitarios hace ya dos años.

Imagínense mi sonrisa cómplice al conocer su designación como ciudad invitada. O mi profundo malestar al comprobar como desde algunas redes sociales se criticaba su nombramiento. No siempre los cambios son bien recibidos, y esta es la primera vez que se dedica la Feria a una ciudad extranjera. Se argumentaba desde ciertos sectores que habían elegido una ciudad muy lejana, extraña y de fuera de nuestras fronteras. Que algo tan valioso como una edición de la Feria era preferible dedicársela a una localidad más próxima.

Sin embargo, Oporto no es ni mucho menos una ciudad distante en cuanto a costumbres ni diferente en el carácter de sus habitantes, sino más bien todo lo contrario, guarda con nosotros enormes similitudes. Comenzando con el nombre de la ciudad, pues "Porto" se traduce como "Puerto", y prosiguiendo con la actitud cálida y acogedora de sus habitantes, acostumbrados por cuestiones históricas a recibir un gran número de turistas, siempre encandilados por sus fascinantes y pintorescas calles. Además, al igual que El Puerto, posee entre sus tesoros más valiosos un vino característico de proyección internacional, genial para degustar y sublime para cocinar.

Recuerdo con cariño la afectuosa bienvenida que nos brindó su Universidad, preocupada por ofrecer un trato correcto a unos estudiantes que apenas conocían varias palabras en su idioma. Tanta generosidad, una constante durante el curso, fue una sorpresa entre el nutrido grupo de españoles que allí nos encontrábamos.

Sería gratificante comprobar como desde nuestra tierra los acogemos y tratamos de la misma forma, con elegancia y afecto. En muchos rincones de Portugal, existe la falsa creencia de que los españoles miramos a los portugueses con aire de superioridad. Es buena ocasión para demostrar que no es así, que nuestra intención no es más que hermanarnos por siempre con una ciudad amiga y semejante. Que lo mismo que pude disfrutar de la belleza de la Ribera del Duero, el dulzor de una buena copa de Oporto o el sabor de una francesinha (un delicioso y denso plato típico por esas tierras que combina pan de molde, salchicha y varias carnes con una deliciosa salsa), ellos puedan hacerlo con el encanto de nuestro paseo marítimo, el universal vino fino o el inigualable pescado frito. Muestras perfectas de nuestras señas de identidad.

Demostrémosles también nuestro carácter extrovertido y hospitalario. A buen seguro, los portuenses (compartimos gentilicio) que nos visiten sabrán apreciar nuestra Feria, pues salvando las distancias, esta no resulta muy diferente a sus "Festas do São João", donde la tradición y el color se mezcla con el ambiente festivo y verbenero de sus calles.

Tan sólo se me ocurren ventajas en relación a este hermanamiento. La interculturalidad engrandece a quienes la practican pues de la convivencia y del entendimiento aprendemos los unos de los otros. Estoy convencido de que al llegar a su caseta, los gerentes estarán trabajando a destajo (ya se sabe el dicho: "Coimbra canta, Braga reza, Lisboa se divierte, y Oporto trabaja") para que no falte ni el más mínimo detalle. Será entonces cuando me acerque a alguno de ellos a comentarles que durante un año viví en sus calles, que mi recuerdo es inmejorable, y que espero que nunca se les olvide que El Puerto de Santa María abrió sus fronteras por primera vez a su ciudad, porque su carácter universal así lo merecía.

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