Las claves
Pilar Cernuda
Comienza la pelea por los Gobiernos regionales
No es ningún secreto que las aguas en el sanchismo no son apacibles. No lo son desde hace mucho tiempo, pero la aparición de la corrupción ha provocado que las turbulencias llegaran a mayores; personajes influyentes empiezan a mover ficha y se asienta la percepción de que se pueden producir escenas típicas de crisis tan graves que se escuchan frases del tipo las ratas abandonan el barco. Que en este caso no tienen que ser ratas que cambian de bando para evitar el mismo destino que los responsables del fiasco, sino que la decepción por los modos del comandante y la imposición de criterios que saben equivocados los empujan a distanciarse de aquel al que admiraron y siguieron con lealtad.
En Ferraz falta vida, la sede del partido es poco más que un anexo de Moncloa; se ha convertido casi en exclusividad en el lugar de acogida de las reuniones de los comités ejecutivo y federal. Todas la decisiones del PSOE se toman en Moncloa, donde el poder absoluto lo ejercen el prsidente de gobierno y su gabinete.
Desde el despacho presidencial no llegan los ecos de las discusiones que han sido tan habituales en los últimos años, gritos incluso, lo que se comenta abiertamente porque es imposible mantenerlo en secreto. Sánchez discute menos, no se sabe si por incapacidad de reaccionar ante una situación que lo desborda o porque la suma de disgustos le han dejado sin fuelle.
No tira la toalla, pero en sus filas se acrecienta la percepción de que no existe nada que garantice que podrá finalizar su mandato. Su continuidad depende más de los errores de la oposición que de su conocida capacidad de reacción cuando vienen mal dadas; y esa idea es inquietante porque cabe la posibilidad de que Feijóo mida sus pasos, reflexione sobre la estrategia a seguir, y abandone la política de insultos y descalificaciones, y se centre en herir a Sánchez, a su partido y a su Gobierno donde más les duele: la corrupción, desde luego, pero sobre todo los desastres que acumula, la incapacidad de solucionar los problemas más graves que tienen hoy los ciudadanos españoles, y la percepción generalizada de que está apareciendo la auténtica cara de un político que se “vendía” como un triunfador a todos los niveles y contaba con un prestigio incuesionable dentro y fuera de España.
Hoy, ese Sánchez ha pasado a la historia y no hay más que analizar su rostro y su gesto para advertir las huellas del cansancio, las ojeras que no disimulan ni el maquillaje; cargado de hombros y apenas sonríe. Cuando lo hace, la sonrisa es un rictus.
Le crecen los colaboradores faltos de entusiasmo, pero no cabe llegar a conclusiones equivocadas; cuenta también con incondicionales que lo son haga lo que haga aunque sea lo contrario de lo que anunciaba, y defienden que Sánchez es víctima de una campaña demoledora.
Son escasas las figuras del PSOE histórico –el bueno, el que cambió social y políticamente España– que lo defienden contra viento y marea. Escuredo, Solchaga, Maravall, Almunia y Tomás de la Quadra, entre otros, firmaron un manifiesto de apoyo hace unos meses. Pero otros tantos han declarado sus discrepancias con el secretario general socialista y confiesan que no lo votarán si se presenta candidato, aunque afirman que tampoco darán su voto a otro partido. Entre ellos se encuentra Felipe González, que ha aguantado todo lo que ha podido para no ser desleal a las siglas del partido al que dedicó toda su vida, también Alfonso Guerra o más recientemente Borrell –marido de la presidenta del partido, Cristina Narbona– han expresado su desacuerdo con el empecinamiento de Sánchez de no convocar elecciones aunque no se aprueben nuevos Presupuestos.
Defienden lo mismo que defendía Sánchez hasta que se le pusieron difíciles las cosas: sin PGE es obligado convocar elecciones. Felipe González ha ido más lejos en su disconformidad con el jefe del Ejecutivo: el ex presidente no acepta la explicación de Sánchez de que está bloqueando el paso a un Gobierno de estrema derecha. Dice González que esa postura es contraria a lo que defiende un demócrata.
Tampoco en las filas del Ejecutivo se advierte un entusiasmo desbordado. Sí en gestos, sobre todo los de las vicepresidentas Montero y Díaz, que, por exagerados, transmiten falsedad. A Montero, Morant y Oscar López se les nota de lejos que son conscientes de que Sánchez los ha mandado a la guillotina. Saldrán descalabrados como candidatos en Andalucía, Valencia y Madrid. Y en una situación muy similar está Pilar Alegría, con dificultades para gobernar en Aragón. A ninguno les atrae la idea de perder mesa en el Consejo de Ministros para pasar a la oposición en un Parlamento regional. Así que el entusiasmo ante la "faena" que les ha hecho Sánchez es perfectamente descriptible a pesar de los aplausos desmesurados.
Tampoco los socios de Gobierno demuestran ya las adhesiones inquebrantables de meses atrás. La que mejor representa el inicio del desapego es Yolanda Díaz, lo que no extraña pues en Galicia saben muy bien cómo se las gasta; nunca ha sido a las siglas ni a sus dirigentes. En su tierra lo ha hecho con media docena de políticos. En Madrid, se apartó de Pablo Iglesias en cuanto pudo. Ahora también se sitúa al lado de los que piden a Sánchez que convoque elecciones.
El único socio que mantiene su lealtad a Sánchez es ERC; Junqueras es hombre de palabra e incluso ha hecho presidente de la Generalitat a Salvador Illa, lo que ha incrementado la animadversión entre Junqueras y Puigdemont. Este último marea a Sánchez todo lo que puede, le ha sacado hasta el hígado pero todavía quiere más. A ver quién aguanta el tirón más tiempo. El líder de Junts va ganando y tiene a Sánchez en la cuerda floja; ha hecho tanteos al PP para ver cómo respira. De momento sin resultado, pero a Sánchez se le pierden las esperanzas de que haya continuidad en los siete votos que le aporta Puigdemont. Tampoco está seguro de que el PNV siga formando parte de sus socios, aunque su relación con el nuevo presidente del partido, Aitor Esteban, es excelente. Pero en política las relaciones cuentan lo justo. Y el PNV, partido conservador, que sufre ante los avances de Bildu, no perdería la oportunidad de arrimarse al PP si viera que tiene posibilidad de hacerse con el gobierno.
Pedro Sánchez quiere mantenerse hasta el 27. Pero no siempre querer es poder.
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