Pedro Sánchez y Juan Espadas en el acto de cierre de la campaña andaluza en Sevilla

Pedro Sánchez y Juan Espadas en el acto de cierre de la campaña andaluza en Sevilla / Julio Muñoz / Efe

Los resultados de las elecciones andaluzas han cogido al PSOE en el sur y en Madrid sin anestesia. Puro dolor. Y no se entiende la sorpresa, porque esto se veía venir cada vez con más claridad. El triunfo del PP estaba cantado y la contundencia era una opción que se intuía. Pero los socialistas tenían más datos que la demoscopia de junio: desde los 2,2 millones de votos de 2004 con Chaves como candidato hasta caer a los 884.000 de Espadas han pasado 18 años en los que los apoyos han ido mermando sin que la línea de caída se haya desviado un milímetro. No hay empresa en el mundo que no actúe con contundencia ante una caída sostenida de sus números durante más de tres lustros.

Lo de ahora no es culpa del candidato, hay una responsabilidad colectiva en el PSOE de Andalucía y en Madrid que nadie ha asumido y una tarea pendiente: haber admitido y entendido la desconexión del PSOE con los andaluces y haber planteado un proyecto de futuro bien armado y que recuperara la confianza de sus votantes. Eso no ha ocurrido ni parece que vaya a ocurrir si atendemos a los mensajes justificatorios de algunos lideres socialistas para explicar la derrota. Los socialistas andaluces lamentan ahora la abrupta pérdida de poder e influencia en un territorio que siempre les fue propicio y miran desnortados e incrédulos los datos electorales, una tragedia mesa a mesa. Y desde Ferraz, donde se entiende bastante menos el significado profundo de la extinta conexión PSOE-Andalucía, se tientan la ropa porque es prácticamente imposible ganar unas elecciones generales perdiendo abultadamente en el sur. Al PSOE y a Andalucía se les rompió el amor. Y, como en la canción de Manuel Alejandro, seguramente fue de tanto usarlo.

Más estrategia y menos navajas

La imprescindible catarsis que tienen pendiente los socialistas solo será posible cuando entiendan que la primera causa de su derrota – y en el espejo, del triunfo aplastante de Juanma Moreno– es que hoy no tienen un proyecto para Andalucía. Se puede hacer un listado largo y cruento de los porqués. Desde las crisis y las cacerías internas, la premura con la que se ha armado la candidatura de Juan Espadas, la incorporación al voto de una generación que no sabe qué es un latifundio ni el 28-F ni su significado político. Se puede añadir la factura que le han cobrado al gobierno de España por variados motivos, y sumarle los aciertos del adversario, glosados hasta la saciedad. En realidad, salvo el PP, todos los demás lo han hecho rematadamente mal. Posiblemente una buena parte de la sociedad andaluza tenga el afán de emular a otras comunidades, como Madrid, y crea que eso se consigue de la mano del PP. Nada es eterno, pero o los socialistas se ponen manos a la obra, cancelan sus líos internos, guardan la navaja cabritera y levantan la cabeza para entender esta nueva Andalucía o van a pasar en la oposición una larga temporada.

Otoño sin oxígeno ni anestesia

Lo que viene ahora en clave nacional es más dolor. El Gobierno de Sánchez no va a tener auxilio ni oxígeno ni anestesia. El general otoño-invierno va a llegar con tres pésimas noticias. Primero, la economía en pura zozobra (inflación disparada, subida de tipos, carburantes por las nubes). La segunda mala noticia para el ejecutivo es la impermeabilidad de los españoles a los logros del Gobierno (tasas históricas de empleo, escudo social contra las consecuencias de la pandemia, reforma laboral pactada, subida del SMI, etc.). Y en tercer lugar, deben prepararse porque del verano llegará un PP –con un candidato aún recién pintado y su entorno social, mediático y económico al amparo– con las pilas cargadas. Van a morder el calcáneo de Sánchez hasta que caiga. Porque ya han dado por cancelada la legislatura. Y el PP tiene acreditada experiencia en cimbrear el árbol hasta que tiembla. Así que vayámonos preparando para un tiempo inclemente. De hecho, cuentan en Bruselas cómo el gobierno de España es el más interesado en liquidar cuanto antes la crisis de Ucrania. España es especialmente vulnerable a la crisis. Sobre la proyección de las crisis económicas en el voto está todo escrito y comprobado.

Perder tres de tres

Si Pedro Sánchez tuvo en la cabeza anticipar elecciones tras el ciclo de las autonómicas de Madrid, Castilla y León y Andalucía, ya lo tendrá más que descartado. No solo no ha logrado el gobierno de algunos de estos territorios sino que ha retrocedido de forma relevante. El presidente del Gobierno lo tiene imposible para adelantar, pero apurar la legislatura tampoco le garantiza nada, salvo un cambio súbito de la situación económica y un vuelco improbable en la percepción mayoritaria respecto a un gobierno que gestiona por encima de sus posibilidades pero tiene escasísima capacidad de empatizar y convencer. Es un caso de estudio. Pero en la ecuación también entra el pacto con UP y las alianzas parlamentarias con abertzales e independentistas.

Tocar tierra, a buenas horas

Resulta curioso e inquietante que una de las consignas que dio Pedro Sánchez a los suyos en el comité federal posterior a las andaluzas este lunes -ese duelo- fue la de bajar al territorio y vender las políticas del Gobierno. A estas alturas descubren que hay que echar pan a las palomas. Eso es de primero de política. Se lleva advirtiendo esa carencia desde el principio de la legislatura. Salvo excepciones, los ministros y diputados brillan por su ausencia. No hay una presencia cualificada y estratégicamente diseñada para vender las acciones del Gobierno. Y si existe es muy mala porque no se percibe. El Ejecutivo resulta un ente tremendamente frío, no entusiasma pese a hitos incontestables y una producción legislativa muy importante: 59 leyes aprobadas, 80 decretos-ley en medio de una pandemia y una guerra. No se deben quitar méritos, pero quizás nadie les ha dicho que son las emociones más que las razones las que mueven al voto.

Solo con la gestión no sirve

La comunicación tampoco es el fuerte del Ejecutivo. Y hay un cierto desprecio por enfrentar la agenda –siempre negativa, como es lógico– que proponen los adversarios. Se desprecia su alcance como si el gobierno tuviera un mando a distancia para decidir qué es noticia y qué no. O qué caso puede generar ruido político y cuál no. Como si al Ejecutivo le correspondiera por ley la potestad de establecer los temas de la agenda política. Creen que con la gestión ya vale. Error. Lo único que consiguen despreciando las necesarias estrategias para combatir la crispación que propone la oposición es que los logros no se transmitan. Se opacan, que es lo que pretenden desde la bancada contraria. Ese comportamiento del Gobierno a veces parece prepotencia; otras, pura candidez. No han sido capaces de salir ni un minuto de la telaraña que le tienden desde el PP y Vox precisamente para poner sordina a cualquier éxito. La gestión no es más potente que el ruido.

Desgraciadamente es así. Pero la disputa entre las percepciones (ese tren bala, que dijo Óscar Arias) y la realidad (un tren a vapor) se inclinan siempre a favor de las primeras.Hasta ahora han ido bandeándose como han podido. Y sería un error descontar ya una derrota del PSOE a comienzos de 2024, tras la presidencia de turno de la UE. Pero lo de Andalucía lo cambia todo. Ya pueden ir cerrando todas las líneas y afinando la estrategia. Las urnas se han puesto muy cuesta arriba para el PSOE. Y Andalucía sienta a 61 diputados en la Carrera de san Jerónimo.

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