España

El paseíllo de la vergüenza

  • Los insultos y el acoso a los críticos en la entrada a la sede de la calle Ferraz protagonizan la protesta de un grupo de 'pedristas' muy peculiares.

Cuentan que el mejor periodismo se hace en la calle. En Ferraz no hubo otro modo de ejercerlo, ya que la sede de los socialistas se cerró a todos hasta que el dichoso comité no se diera por constituido, y eso fue una cuestión tan bizantina como el efecto de la levadura del pan sobre la divinidad de la forma. Así, que cámaras y fotógrafos organizaron un pasillo, paseíllo, para tomar sus imágenes sin meter el objetivo en la cara del colega. Un grupo de militantes pedristas aprovechó la infraestructura humana, y temporal, para convertirla en un callejón de la vergüenza, no se sabe si para el que la tenía que atravesar o si para el que oía los cánticos. "Felipe, fascista, vete al Caribe"; "Susana, PP, no sé qué misma cosa es"; "golpistas", "traidores"; "no es no"; más de "no es no", y mucho "Pedro, Pedro, Pedro". Hasta un atildado bigotudo soltaba improperios contra "los andalucistas", posiblemente el gentilicio erróneo de los socialistas del sur de España, alineado con Susana Díaz. Uno de los supuestos pedristas que llevaba un cartel con el lema "un militante, un voto" trataba de averiguar si un chico sudamericano que pasaba por allí era del continente nuevo o "un sevillano". Sí, esa no podía ser la militancia socialista, más bien era un grupo de simpatizantes de Sánchez, medio centenar como mucho, mezclado con frikis, aburridos y adictos a los fogonazos.

Por la mañana, la entrada del presidente aragonés, Javier Lambán, en Ferraz fue acompañada de abucheos, pero al ex ministro José Blanco casi le roza algún empujón. A un trabajador de Ferraz lo confundieron con un crítico y le zarandearon, le pusieron el cartel del no es no en la cara. Los agentes antidisturbios llegaron al mediodía y colocaron un cordón no demasiado estricto, que tuvo que ser reforzado ya por la tarde. Cada vez que hubo un receso, los integrantes del comité tenían que pasar por el pasillo humano si querían tomar una caña y un pincho en los bares de la calle Ferraz.

 

Junto al número 70 de la vía, donde falleció Pablo Iglesias, un avispado empresario, dueño de una inmobiliaria, abrió las puertas del local a los periodistas para darles agua y el cobijo necesario después de su ingestión. Por si quedaba alguna duda sobre el maridaje de marketing y filantropía de este samaritano, a la una de la tarde salió el arroz con pollo que hizo en una magnífica paella, tan grande como el follón socialista. 

 

Un vecino de Lorca, cuyo tío, al parecer, falleció hace un año y se llamaba Pedro Sánchez, se animó durante todo el día a contar las historias de su padre, que encerrado en el edificio de Telefónica de la Gran Vía, se dedicó a aguantar con valentía la Guerra Civil entera. Y así uno tras otro, tertulianos de televisión que firmaban autógrafos, chicos vestidos de cruzados, periodistas, pedristas…como la vida misma.

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