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COMO era previsible, ayer no hubo sorpresas y el Congreso de los Diputados rechazó la candidatura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno. Por apenas diez votos España tendrá que seguir por tiempo indefinido con un Ejecutivo en funciones que tiene las manos atadas en unos momentos en los que la situación tanto nacional como internacional exige un Gobierno fuerte y ágil que sepa dar respuesta a los muchos problemas económicos, sociales, políticos e institucionales que se plantean. La pregunta que surge inevitablemente es ¿y ahora qué? Y la persona que debe responderla cuanto antes es el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, empeñado desde hace tiempo en bloquear cualquier salida lógica a la situación política en la que se encuentra España desde las pasadas elecciones del 20 de diciembre.

Es cierto que el candidato popular, Mariano Rajoy, ha dejado mucho que desear en la gestión de esta crisis sin precedentes, en la que ha sobrado su actitud un tanto indolente y displicente. Sin embargo, al final ha hecho lo que tenía que hacer: pactar con el único partido cercano ideológicamente que estaba dispuesto a hacerlo, Ciudadanos, y conseguir un número de apoyos suficientes para facilitar al PSOE la dura decisión de respaldar por acción u omisión a su rival político histórico. A nadie se le escapa que lo que se le estaba pidiendo a la formación liderada por Sánchez era un trago amargo, pero un partido de Estado como el socialista debe tener capacidad y visión suficiente para superar estos trances con solvencia. Pedro Sánchez se ha dejado llevar más por sus prejuicios ideológicos más primarios y por sus cálculos personales más espurios a la hora de decidir su contumaz voto negativo a la candidatura de Rajoy. En definitiva, ha demostrado que no es un hombre de Estado y que, por lo tanto, no está capacitado para llevar algún día las riendas del país. El PSOE debería tomar muy buena cuenta de esta circunstancia.

Se quiera reconocer o no, sobre el PSOE recae ahora toda la presión política. Sánchez debe ser consciente de que está sacrificando la gobernabilidad y la estabilidad de España sin proponer alternativa alguna a cambio. De hecho, el secretario general de los socialistas se ha convertido en un problema y no en una solución, lo que es sumamente preocupante en la trayectoria de un político. Después de lo visto en los últimos días, da la sensación de que, hoy por hoy, el desbloqueo de la situación no pasa por las Cortes, sino por los despachos de los dirigentes socialistas.

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