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Elecciones catalanas

Hijos de Maquiavelo

  • Pese a su discutible gestión frente a la crisis, Artur Mas ganará de nuevo en Cataluña con una apuesta, la independencia, que sólo es verdad a medias: el pacto fiscal es todavía el verdadero gran objetivo.

En 2003, cuando el tripartito se fraguaba en los hornos postelectorales, la palabra independencia se utilizaba marginalmente en Cataluña. CiU la evitó cuidadosamente durante el Pujolato, pero a partir de 2010, tras la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto, los ánimos se encresparon y la semilla de la decepción dio lugar a un árbol robusto bajo el que hoy se cobija un porcentaje inusualmente elevado de la población catalana. Romper con España es ahora una idea más cercana que nunca, más explícita, más querida. La paradoja es que esa palabra otrora aplazada está en boca de todos -medios, empresarios, ciudadanos, plataformas, partidos secundarios- menos de CiU, que mide sus pasos al milímetro y exhibe un finísimo sentido de la estrategia que Madrid no acaba de captar.

Sólo hay dos escenarios posibles para la federación nacionalista: mayoría absoluta (68 escaños de 135) o minoría cualificada (64-65). El primer escenario sería, curiosamente, el más estable tanto para la Generalitat como para el Gobierno, porque entonces Mas rebajaría el listón reivindicativo y se sentaría a negociar con el presidente, Mariano Rajoy, siempre que el gesto partiese de éste y que la agenda reformista fuese inequívocamente ambiciosa, con el pacto fiscal como plato principal y una serie de retoques adicionales al marco constitucional como guarnición.

El president ha trabajado bien entre bambalinas. Su entorno ha pedido a los principales editores de la comunidad -el poderoso circo mediático público, pero también los oráculos del sector privado- que rebajen el triunfalismo de los sondeos. Mas no quiere vender la imagen de una rotunda victoria antes de conseguirla. Exige una movilización masiva, una complicidad ilimitada. Por eso su otro movimiento ha buscado al empresariado: al independentista le ha animado a que se pronuncie, al reticente y al opositor que guarde silencio para no entorpecer en el futuro su capacidad de maniobra. 68 diputados en el Parlament generarían una situación inédita. Por primera vez en democracia, un gobierno de Barcelona negociaría con otro de Madrid desde sendas mayorías absolutas, es decir, sin las ataduras de las alianzas y las interferencias. Esa petición, de momento, se respeta. El presidente del Grupo Planeta, José Manuel Lara, ha sido prácticamente el único prohombre en pronunciarse (negativamente). Ni siquiera Isidro Fainé, presidente de La Caixa, una entidad con vastísimos intereses e n el resto de España (igual que, por ejemplo y también dentro de las finanzas, el Banco Sabadell), ha roto el pacto de silencio sugerido por Mas.

Una minoría mayoritaria causaría una reacción en cadena de consecuencias imprevisibles. Se formaría un bloque prorreferéndum donde CiU estaría secundada por ERC (10 escaños ahora, 14-15 según los sondeos) e ICV (10 hoy, quizás 14 mañana). Juntas rozarían los 90 diputados, que es la cima de legitimidad autoimpuesta por el soberanismo para sacar adelante la consulta. Y eso sin contar con Solitaritat, la formación de Alfons López Tena que, de superar el 3% de los votos (es el límite mínimo exigido por la ley electoral), rozaría los cuatro escaños.

Básicamente por la presión de Esquerra, CiU se vería obligada a cumplir con su agenda más radical: los catalanes se pronunciarían sobre su marco político ideal (¿quiere que Cataluña sea un nuevo Estado de la UE?) con o sin permiso del Gobierno, Mas "internacionalizará" el conflicto, Bruselas no podrá mantener su tesis de la pasividad "por tratarse de un asunto interno" y la batalla jurídica e interpretativa estaría servida. Pero en el horizonte se formaría otro ciclón en clave intestina. La eterna tensión entre las dos almas de CiU, Convergència y Unió, rebrotaría con fuerza. Aunque el independentismo ha ganado metros entre las bases democristianas de UDC, su líder, Josep Antoni Duran i Lleida, todavía capitaliza entre el 60% y el 70% del respaldo militante. Y su postura ha quedado clara en las últimas semanas: ni cree en la independencia ni considera que Cataluña coseche sino dificultades y aislamiento si opta por esa ficha. Si el pulso se plantease dentro de diez años, tal vez no habría duelo fratricida. Pero puede plantearse a partir del 26 de noviembre.

El clan Pujol también está llamado a desempeñar un rol crucial en los próximos tiempos. Jordi, el patriarca, el molt honorable president, ex adalid del concepto integrador de Cataluña en España como gran motor económico, no ha querido señalarse como un traidor a la patria y se ha sumado a la ola independentista, pero volvería a los orígenes si el conflicto se enquista, mediando entre aliados e incluso, quién sabe, tendiendo puentes entre el Palau de la Generalitat y La Moncloa. Conviene recordar que los errores que cometa en adelante CiU se volverían en contra del otro Pujol, Oriol, llamado algún día -no demasiado lejano- a heredar el trono que la familia prestó a Mas.

Ninguna encuesta arroja dudas sobre el ganador de las décimas elecciones catalanas, pero el segundo puesto está abierto a novedades. A pesar del nulo tirón de Pere Navarro, el PSC conserva opciones de ser la medalla de plata de la Cámara, y ésa ha sido su posición habitual, superando incluso un par de veces (1999 y 2003) a CiU en número de votos. Pero si José Montilla, ex ministro, ex president y actualmente senador, era antónimo de carisma, Navarro no le va a la zaga. De su mano, los socialistas han vivido en el limbo programático, votando en el Parlament su propia resolución a favor de la consulta (pese al enfado de Alfredo Pérez Rubalcaba), reclamando un Estado federal que ya existe y exhibiendo, una vez más, el proverbial complejo de inferioridad del constitucionalismo ante el nacionalismo catalán pero también vasco.

Al PSC le crecerán inevitablemente los enanos. Pasqual Maragall, el primer dirigente socialista que ocupó la Generalitat, un tipo brillante pero también imprevisible que compitió con CiU en el festival identitario y puso en aprietos a Zapatero con un Estatut maximalista, rompió su carné al dejar el primer plano. Hombres de su cuerda como Antoni Castells o Ferran Mascarell pasaron al ostracismo o directamente cambiaron de bando. Y el hermano de Pasqual, Ernest, ex conseller de Educación, quien abandonó el PSC en octubre, presentará en diciembre su viejo nuevo proyecto (lo fundó Pasqual en 1998), el Partit Català d'Europa, de corte izquierdista y soberanista, y avalado por Josep Lluís Carod-Rovira (ex ERC) y Raül Romeva (ICV). O Navarro redefine rápido el partido, o el partido redefinirá rápido a Navarro.

El PPC de Alicia Sánchez-Camacho acaricia una oportunidad única: sus 18 escaños, récord popular por encima de los 17 que Aleix Vidal-Quadras acumuló en 1995, podrían convertirse en hasta 20. El alcance del resultado es simbólico... o no. Porque: A) el PP jamás ha sido la segunda opción en Cataluña, y B) De negociar Rajoy y Mas, Sánchez-Camacho tendrá la obligación de ayudar, aunque sea desde la posición subsidiaria que CiU exigirá y Génova aceptará. En realidad, el antagonismo que oficialmente muestra el PPC ante la aventura rupturista de Convergència no tapa el hecho irrefutable de que, cuando CiU lo ha necesitado, el PPC siempre ha estado ahí para forjar las victorias parlamentarias del día a día.

Éstas serán las elecciones catalanas más apasionantes, pero también las más tramposas. La discusión sobre la independencia lo absorberá todo en un contexto que exige, muy al contrario, propuestas y soluciones frente a la crisis, el paro, los desahucios, la desbandada de talento, los problemas de deuda y financiación, los recortes sociales y en I+D, la falta de inversiones y un largo, larguísimo etcétera. Mas ha sido el más listo de la clase. Las dudas sobre su gestión -muy impopular hasta la irrupción de la palabra sagrada- han sido genialmente tapadas. Serán pues dos semanas monográficas, con la rauxa a un lado de la balanza y el seny al otro, dos semanas de sentimientos tan opuestos como la ilusión y el miedo, dos semanas cuyo corolario empujará a CiU a ser aún más calculadora, aún más fina, porque un órdago pasado de rosca llevaría el conflicto a una dimensión desconocida.

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