Entrevistas

"El sueño del baile es más bonito que el del amor"

-¿Baila todavía?

-En público, bailo cuando es necesario para ayudar por fines benéficos. Aunque ya no pueda, lo hago…

-¿No puede?

-Es que me duele todo el cuerpo cuando bailo. Pero me gusta. Después de bailar me entra un sueño profundo. El sueño del baile es más bonito que el sueño que entra después del amor.

-¿Y, en su casa, no baila?

-La verdad es que no sé lo que es acostarme un día sin haber bailado. Antes lo hacía enseñando en mi escuela de baile. Ahora hago unos ejercicios asequibles y me sale un bailecito. Descanso un día a la semana.

-¿Cuál es el mejor recuerdo de su carrera?

-Aquel bailar, sin pedir casi nada a cambio, y las necesidades que cubríamos con el arte. También recuerdo a los críticos flamencos de entonces, que eran excelentes. Me refiero a los años 50 y 60. Hoy ha cambiado mucho el mundo del flamenco.

-¿Antes era mejor?

-Para mí, mereció la pena. Los premios vinieron después, con el tiempo. Entonces yo era joven y bonita, podía ser presa fácil para el que lo intentara, pero se quedaban en el intento…

-Tendría muchos pretendientes.

-¡Imagínese! Años de hambre, mujeres guapísimas, verdaderas bellezas… Teníamos 18 años, yo aún no estaba casada. Estuve en el infierno, pero no me quemé. Supe arañarme la garganta con pan duro y decir no quiero más. Así nadie me puede señalar hoy con el dedo por un error cometido en mi juventud.

-En aquellos años aprendió con Pastora Imperio.

-Yo me fui a bailar con ella en el 56. Ya estaba casada con mi marido, el bailaor Rafael El Negro, que hacía el servicio militar en el Ministerio de la Guerra. Así empezamos en Madrid.

-Llegó a ser primera bailaora de El Duende.

-Fue Gitanillo de Triana quien me llevó a su tablao El Duende, de Madrid, con Pastora. Yo bailaba con unos zapatitos de charol que hasta tenían un boquete, redondo, pero le ponía cartones y pisaba muy bien. Fueron años difíciles, porque yo estaba criando a mi primer hijo.

-Pastora Imperio es un mito del baile.

-Para mí, es mi musa, mi icono, mi sueño. Es lo máximo que puedo tener del baile dentro de mi cabeza. Me encantaba verla, quería plagiar todo.

-¿Cómo la definiría?

-Lo que veía era sólo hermosura. Veía las cuatro estaciones, la frescura de la primavera, el verano, hasta el invierno... Y el otoño, porque tiraba un mantón y caía como una flor.

-Se nota que la admiraba.

-Ese respeto por los maestros se ha perdido, aunque yo no me puedo quejar porque a mí me quieren.

-¿En que ha cambiado el flamenco?

-Se están cargando el flamenco. En parte, es por culpa de los críticos, y lo digo bien claro, no me importa. Ya no hay críticos como Manfredi Cano o Manuel Barrios en otros tiempos. Hoy tenemos grupitos. Son primos, dolientes y amigos. El que ha estado en primera línea no interesa.

-¿Por qué lo dice?

-Porque la mayoría de los críticos de hoy no tienen criterio. Baila La Farruca en Sevilla y uno le pone cinco estrellas y otro ninguna. ¡Señores, que los Farrucos son los Farrucos, una etnia única! Pueden tener una noche mejor o peor, pero no se le ha olvidado bailar.

-¿No le gusta el baile flamenco de hoy?

-El baile de ahora es estupendo. Comprendo que haya fusión. Pero eso será flamenco-fusión, o flamenco de vanguardia, o lo que sea… Pero el flamenco sin apellido, con el cante, el toque y el baile, eso hay guardarlo como oro en paño. Si se pierde, se pierde el norte.

-A usted le gustaba el baile en pareja.

-Se ha ido perdiendo. Yo bailaba con José Greco, entre otros. Estaba Pilar López, una vasca única, que bailaba con Roberto Jiménez, Rafael Ortega, Alejandro Vega, el mismo Greco. O Alejandro con Maleni Loreto, o con Carmen Mora. Todo eso se ha perdido.

-¿Qué recuerda del trío Los Bolecos?

-Lo creé con mi marido, Rafael El Negro, y con Farruco. Cogí el Romancero Gitano de Lorca y le puse música y cante. Bailábamos Nanas de la Cebolla, de Miguel Hernández, y temas de Benítez Carrasco. Estuve muchas noches declarando en comisaría…

-¿Por qué?

-Me preguntaban por qué bailaba a Lorca. Pues porque me gustaba… Lorca, Alberti y Miguel Hernández. Yo fui pionera en rescatarlo, con Manuel Gerena y Joan Manuel Serrat.

-Dígame algo de la bata de cola.

-Investigué sobre la bata de cola, que estaba en los baúles. Las mujeres empezaron a bailar vestidas como les daba la gana. Se ha recuperado, pero ha costado. Hay que mantener la escuela sevillana del baile, y no sólo en la bata de cola.

-¿Qué se debe mantener?

-El estilo, que es lo que he defendido siempre en mi escuela. Los brazos bien colocados, los cuádriceps retadores, los pechos como las huríes, esas caderas abiertas bailando, haciendo pensar al libre pensador todo lo impensable.

-¿Cuándo le van a dar la Medalla del Trabajo?

-Soy autónoma desde que hay autónomos, desde que tenía 27 años. Creí que me darían la Medalla del Trabajo por haber sacado tantos buenos bailaores de mi escuela. Pero, por lo visto, me tengo que romper dos o tres huesos más todavía para que me la den.

-¿Cómo le gustaría que la recuerden?

-Como una señora enamorada de Sevilla, de Triana y del baile, que no ha engañado a nadie, y solidaria, que cuando ha visto un eslabón suelto lo ha intentado sacar adelante.

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