Boris Micka Arquitecto y diseñador de exposiciones

"Hay que perder el miedo a embarcarse en proyectos en cualquier lugar del mundo"

  • Boris Micka es arquitecto y diseñador de exposiciones y el creador del inmenso mar de luces que centra la exposición permanente del Pabellón de la Navegación.

Este checo de 50 años, afincado en Andalucía desde hace 20, es el creador del inmenso mar de luces que centra la exposición permanente del Pabellón de la Navegación de Sevilla, propiedad de la Junta de Andalucía y que abrirá sus puertas al público estas Navidades. Ideado a partir de las imágenes de una ola, es un mar transitado por las almas de los primeros navegantes, que lo surcan entre medio millón de puntitos luminosos: son historias verídicas, con nombre y apellidos, extraídas del Archivo de Indias. Director artístico de la empresa sevillana General de Producciones y Diseño (GPD), diseñó el Museo Arqueológico de Alicante, que recibió el reconocimiento como mejor museo de Europa del año 2004. Vive y tiene su estudio en Mairena del Alcor, aunque viaja constantemente. Tiene dos hijos en Praga.

-Descifre el nombre de su ciudad natal.

-Se escribe Kromeríž y se pronuncia Kromierich. Es una ciudad checa de treinta mil habitantes, en la región de Moravia, con una fantástica tradición barroca. Tiene uno de los jardines más bellos de Europa.

-El Jardín de las Delicias.

-Ahí me llevaban en mi infancia a pasear con el carrito, antes de empezar a ir a la escuela. Es un lugar que aún me impacta, declarado Patrimonio de la Humanidad.

-¿Su familia es de tradición luterana?

-La ciudad no es luterana en particular. Fue cuna de la Creación de la Constitución del Imperio austrohúngaro en la misma medida en que Cádiz albergó la Constitución de 1812.

-¿Entonces son ustedes católicos?

-No, no, somos ateos hasta la médula.

-De hecho, estaban en el bloque comunista.

-Correcto. Cuando se abortó la Primavera de Praga tenía 6 años. La división de tanques de Checoslovaquia estaba en  Kromeríž. Fuimos punto de interés para las tropas del Pacto de Varsovia y de los primeros ocupados.

-¿Vivió la ocupación?

-El 21 de septiembre del 68 presencié la entrada de los rusos con su maquinaria pesada. Sentado en un coche, con mi madre llorando. ¡Estaba encantado con el espectáculo!

-Luego le encantaría menos, ¿no?

-Mi familia era partidaria del Gobierno de Alexandr Dubcek. Mi tío era vicepresidente de la Asociación de Escritores de Checoslovaquia, entonces la voz más prominente de Praga. La situación se nos hizo bastante difícil.  

-¿Cómo es la vida en un país ocupado?

-Cuando hablo con los españoles nos resultan divertidas las similitudes entre lo que yo viví y la época de Franco. En muchas cosas parece el mismo país. La vida sigue adelante, bajo una dictadura.

-¿Dónde le pilló la caída del muro?

-Había emigrado a Canadá en el año 88, tras licenciarme en Praga y trabajar tres años en un estudio especializado en exposiciones y teatro. Pero era aburrido, porque los encargos del Estado estaban muy dirigidos. 

-Supongo que el salto a Canadá no fue fácil.

-Estuve dos meses dando vueltas con el coche por Estados Unidos hasta que me encontré sin dinero en Vancouver. ¡Llegué con un dólar en el bolsillo! Pero tuve suerte y trabajé dos años en un estudio de arquitectura.

-¿Regresó a Europa por nostalgia?

-Quería especializarme en exposiciones, lo que siempre me ha gustado. Repartí currículos por todas partes y me llamó una empresa canadiense para ofrecerme venir a hacer una Expo.

-En Sevilla.

-Llegué a Andalucía de la mano de la empresa que estaba desarrollando el espectáculo del lago de la Expo 92. Luego fuimos absorbidos por Sevilla Service Productions, hoy en día GPD, en la que sigo trabajando.

-¿Qué le empujó a quedarse?

-Cuando se inauguró la Expo estaba agotado y me fui un año a Santander. Pero añoraba el sol y la alegría de aquí. Acepté el puesto de director creativo de mi actual empresa y volví.   

-De eso hace 20 años. ¿Le ha ido bien?

-Las empresas como la nuestra se pueden contar con los dedos de una mano, porque el mercado es muy difícil. Hay que perder el miedo a embarcarse en cualquier proyecto en cualquier lugar del mundo, y ése es nuestro caso.

-Hay que ser audaz.

-Para convencer a la gente de que llegue a un destino, o a una exposición, hay que tener algo que sea lo más grande del mundo, lo más espectacular… Siempre buscamos un elemento que actúe como gancho.

-Pero en España pocos arriesgan.

-Llegará un momento, cuando la crisis sea tremenda, en que nos volveremos a aventurar de nuevo, como los más arrojados en el siglo XVI. El espíritu aventurero existe.

-¿Le preocupa la actual deriva de Europa?

-Me preocupa ver cómo nos etiquetamos los unos a los otros: que si los griegos no trabajan, que si los alemanes mandan… Son falsedades.

-Pero siempre hay algo de verdad en los tópicos.

-No podemos jugar a los buenos y a los malos. Lo que hay son conjuntos políticos que mueven ficha según les conviene.

-¿Dónde hay trabajo en estos tiempos?

-Ahora estamos centrados en Rusia, Turquía y China. 

-Porque allí sí hay dinero.

-En Wuxi, cerca de Shangai, hemos convertido lo que iba a ser un museo arqueológico en el espacio interactivo más grande del mundo: 700 metros cuadrados de pantallas que en cualquier punto podrán interactuar.

-¿Y qué hacen en Rusia?

-Colaboramos con una empresa americana en el proyecto del museo de historia judía de Moscú. En Rusia hay muchos conceptos equivocados sobre la comunidad judía.

-¿Se ve como un visionario?

-Soy un conceptualista, pero a veces me siento un encantador de serpientes. Parte de mi trabajo consiste en presentar a nuestro cliente un proyecto que parece completamente loco y hacerle ver enormes posibilidades tras una idea novedosa.

-¿Qué es lo más descabellado que ha vendido?

-El Pabellón de Arabia Saudí en Shangai. Nació sobre una servilleta, con un croquis que dibujé al cliente. Cuando conté en la oficina que haríamos una pantalla de 1.600 metros, la más grande del mundo, me dijeron que estaba loco.

-¿Lo que propone no es lujo superfluo?

-Lo que hago tiene que ver con la educación, la comprensión del otro y el enriquecimiento cultural. No creo que la educación sea un lujo, es una obligación. Y en momentos de crisis se necesita más. Hay que provocar inquietudes.

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