Pedro Mena | Arquitecto

“Las plazas duras les salen muy baratas a los ayuntamientos”

El arquitecto Pedro Mena, en las gradas de la Catedral de Sevilla

El arquitecto Pedro Mena, en las gradas de la Catedral de Sevilla / Juan Carlos Vázquez

En el perfil de Twitter de Pedro Mena figuran algunas de las materias que interesan a este arquitecto, además de su desempeño principal. “Historia, Lingüística, Arte, Diseño”, reza en la biografía de este joven sevillano, una suerte de hombre del Renacimiento. Quizás por eso ha dedicado su tesis doctoral –que leyó en septiembre de 2021– al análisis de las plazas como espacio público, un concepto que tiene su origen, precisamente, en el salto de la Edad Media a la Edad Moderna.

–¿Sabemos cuál fue la primera plaza de la historia?

–Como un concepto de espacio público tiene su origen en la Edad Moderna, paralelo a la creación de la esfera pública, pero la idea de plaza es muy anterior. El referente más cercano en la cultura europea son las ágoras griegas.

–¿Por qué las plazas siempre han estado asociadas al poder?

–En la Edad Media la plaza es como un residuo, el espacio que no se va a ocupar por la edificación porque tienen que pasar los carruajes o los ejércitos. No tenían valor por sí mismas. De hecho, es dónde se tiraba la basura. Es el poder el que redescubre las plazas en el Renacimiento. Las familias nobles empiezan a construir sus palacios y, en el momento en el que necesitan mostrarse al público, no tienen dónde porque sus palacios dan a calles estrechas. En muchos casos compran las casas de enfrente y las derriban para crear esas plazas. Y ese impulso de la nobleza lo continúan todos los estamentos del poder.

–Los edificios tienen autor conocido desde el Antiguo Egipto. ¿Con las plazas pasa lo mismo?

–Se tarda mucho más. En las primeras intervenciones nobiliarias, como por ejemplo en la Plaza del Duque de Sevilla, se sabe documentar la construcción del palacio, pero no ocurre lo mismo con la plaza. Es mucho más conjetural. No se llega a definir un propio perímetro de plaza. Hasta que no son un proyectos conscientes, dirigidos prácticamente por el Estado, no se puede empezar a hablar de autoría. Eso ocurre con las plazas mayores en España, Francia o Inglaterra. La primera en España es la de Valladolid, de 1561.

–Es inevitable preguntarle por su plaza preferida.

–En Roma está la Piazza del Fico, una plaza pequeñita, cerca del Campo de Marte, donde siempre se juega al ajedrez. Es un sitio muy agradable, donde hay una higuera enorme que da mucha sombra.

–Esa definición está muy lejos de las plazas duras que están tan en boga en muchas ciudades de España.

–En España la plaza dura tiene una potencia importante desde el ejemplo de la plaza de la Estación de Sants, en Barcelona, que se hizo a principios de los 80. Los ayuntamientos se dan cuenta de las plazas duras les salen muy baratas. Y permiten muchas posibilidades, porque si no acotas nada puedes hacerlo todo. Luego no puedes hacer tantas cosas porque en el momento que se baja de una latitud esa plaza va a ser un infierno sin sombra.

–En los últimos años se ha generado una respuesta negativa de los ciudadanos a este tipo de proyectos.

–Hay mucho movimiento relacionado con las pequeñas actuaciones urbanísticas directas. Se me ocurren las superillas de Barcelona. Las actuaciones resultadistas de quitar tres coches y poner tres maceteros y tres veladores han sido muy criticadas desde ciertas corrientes urbanísticas. Parece que con esta práctica que ahora se denomina urbanísmo táctico, se va a arreglar todo:el problema del alquiler, el de la contaminación. Esto no es la panacea. Si lo peatonalizas todo y pones veladores, tampoco hay sitio para los peatones. Ese urbanismo táctico no es la única solución, pero si puede ser parte de la solución y tiene su utilidad. Los coches ya no están y la calle es más agradable.

–¿Cómo se llevan los arquitectos con los urbanistas?

–En España salen de la misma carrera. En el resto de países de nuestro entorno no es así. El enfoque es el de una formación generalista que te permite especializarte en la práctica que quieras desarrollar. Al final aprendes a diseñar desde un mueble hasta una ciudad. Es utópico, pero en España es realista.

–Estudió la carrera justo durante la crisis económica y financiera ¿Cómo ha gestionado sus expectativas?

–El arquitecto ya no es ese señor maduro, que dibuja a lápiz en su mesa inclinada. De hecho, ya no es un hombre. Hay más alumnas de arquitectura. Tampoco se cobra lo mismo que hace 30 años, aunque el trabajo es igual de duro. En mi generación y algunas anteriores veo a gente desencantada que te dice que ha dejado la arquitectura, ahora hace diseño web y es muy feliz. El trabajo está muy mal pagado para la responsabilidad tan grande y el desempeño que conlleva. Y en esto tienen mucho que ver los excesos burocráticos. La documentación que requiere un proyecto está pensada como si siempre fueras a proyectar un hospital aunque estés haciendo una vivienda unifamiliar.

–¿Qué hay de cierto en el tópico del arquitecto estrella?

–La carrera está orientada a que acabes teniendo tu estudio y acabes tomando decisiones de diseño. Eso está bien, pero ese no es el trabajo del 75% u 80% de los arquitectos, que acaban integrados en una gran empresa o dedicándose al diseño, las promociones de obra, o trabajar en constructoras. Ahí no hace falta ese prurito de diseñador. Los arquitectos, en general, no nos creemos artistas, aunque la gente que tiene un estudio tiene que vender que puede darte algo que el mercado no te da. Eso a veces genera problemas como esa arquitectura moderna-mal que vende apariencia de modernidad. La carrera te ayuda a relativizar a todo el mundo, a no condenar a los arquitectos estrella. Le Corbusier, el arquitecto más mainstream del mundo, tiene cosas interesantísimas. Y Calatrava igual, sobre todo en sus primeros proyectos. De prácticamente todos puedes quedarte con algo.

–Como contraparte del arquitecto estrella, está el arquitecto divulgador.

–Hace tiempo que se buscaba un canal de comunicación con la sociedad. Es importantísimo para que no parezcamos diletantes o artistas locos. Los arquitectos estrella han hecho mucho daño. Frank Gehry haciendo un garabato de un proyecto en una mesa. Eso no es la arquitectura y nadie trabaja así en el mundo, salvo él, que ha engañado a mucha gente.

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