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Entrevistas

"Es mucho más fácil fiarle a otros la misión de manejar el cotarro"

-Se crió en el barrio barcelonés de Gràcia...

-... Que entonces no estaba de moda. Era un barrio muy normalito, agradable y popular. Mucho menos problemático que la Alameda de los años ochenta. Gràcia era de la gente trabajadora. Allí no había delincuencia.

-Pero se vino a Sevilla y a la Alameda, que en esa época era territorio comanche [Grupo 7, la película, recrea bien aquel microclima revuelto y pendenciero].

-Era la época de los hippies y me identificaba mucho con el movimiento de la contracultura. Entonces me fui sin saber muy bien dónde iba a acabar. Primero estuve en Alicante, luego en Granada y finalmente unos años en Mallorca, donde me establecí. Allí conocí a una chica a la que le gustaba mucho el flamenco, ella quería venir aquí a estudiar, y yo ya escribía teatro y veía que Mallorca era un lugar muy pequeñito, no había demasiadas oportunidades de medrar. Entonces pensamos que Sevilla podría ser un buen sitio.

-Y han pasado treinta años. Brutal transformación.

-Ha sido una transformación inevitable más que positiva. Tenía que suceder; la Alameda no podía mantenerse eternamente como estaba. También es lógico que los barrios se transformen. Por otra parte, echo de menos aquel espíritu salvaje de la Alameda. De alguna manera, echo de menos lo canalla; esto se domesticó y pasó a ser algo muy familiar. Es fuerte, pero añoro a las prostitutas y los yonquis.

-¿Qué le aportaba ese ambiente? ¿Se sentía en mitad de una novela de Edward Bunker?

-Básicamente, hacía vibrar partes de mi espíritu que no vibran ni con los guiris ni con las familias que ahora se pasean por aquí. Hay algo en el contacto con el lumpen que me ponía en funcionamiento. Yo no vengo del lumpen, por eso para mí era un choque y me fascinaba ese mundo que también me maltrataba. Gente sin piedad. Era como una parte literaria de la vida.

-Ha vivido en un país donde prima el debate identitario y en otro donde la identidad es más folclórica, menos metafísica. ¿Se siente entre dos aguas?

-Es curioso. Cuando oigo hablar a los nacionalistas, no me gusta cómo tratan el tema, pero me pasa exactamente igual al escuchar a los otros. Siempre estoy incómodo, siempre entre dos aguas. Lo vivo desde una situación imparcial y me siento desubicado porque nadie atina. Se dicen muchas tonterías. Lo de los polacos, que es bien viejo. Lo de los españoles. Todo eso me rechina. Tampoco tiene una solución fácil: sí es cierto que hay mucha gente tanto en Cataluña como en el País Vasco que tiene este sentimiento y eso no se puede obviar así como así. Es poderoso y es masivo. También hay otra parte de la población que no lo tiene. Compaginar esas dos piezas es muy complicado.

-Todo hombre orquesta, y usted lo es, tiene un instrumento favorito.

-Lo primero fue escribir. Ese fue el origen de todo, pero como siempre he sido muy malo en el tema de los contactos y la edición, una manera que tenía de sacar adelante lo que escribía era ponerlo en escena. De pronto encontré la vía para sacar las cosas fuera. Escribo sobre todo poesía, y aprendí a expresarla en el escenario con la música. Uno de los problemas que siempre hemos tenido ha sido precisamente ese carácter híbrido. Nos ha costado despegar por esa especie de indefinición.

-Recita en el escenario acompañado por grandes músicos. ¿Nunca le apetece cantar?

-Canto. No es mi disciplina favorita ni soy un gran cantante, pero canto. A veces.

-¿Cómo definimos su poesía, sus letras?

-Yo creo que se trata de un contenido muy cotidiano vestido con un lenguaje más o menos poético.

-Listas de morosos/ cuentas impagadas/ y apúntame esos cien gramos del mejor jamón ibérico y esa lata de fabada que ya la pagaré mañana cuando cobre/ si es que cobro alguna vez en mi vida. O sea, que no pagaba las cuentas.

-Joder, he tenido épocas de muy mal pagador, sí. Ahora ya estoy un poco más formal.

-¿Y los caseros?

-Mal, mal. He vivido algunos problemas con ellos, pero eso es agua pasada.

-En otoño publica su primera novela, Canijo, con una editorial pequeña, nueva y seriamente prometedora sabiendo quiénes están detrás.

-Sucede en Sevilla en los años ochenta y es la historia de las familias que movían la heroína en el Pumarejo y la Alameda pero al por menor, gente que estaba en la calle vendiendo paquetillo a paquetillo. Una de las maneras que los yonquis tenían de pagarse el enganche era traficando. Eran familias donde todos los miembros menos las madres estaban enganchados. Ellas eran las que ejercían el control, y además, culturalmente estaba mal visto que tomasen droga. La empecé en 2000 y la terminé en 2009. Como yo escribo mucho por encargo, me ha faltado siempre tiempo. Habría podido ser mucho más rápido si hubiese gozado del privilegio de la exclusividad. Si esta primera experiencia sale bien y el libro tiene cierta acogida, me apetecerá seguir. Pero una novela es un esfuerzo demasiado grande para que luego se quede todo en el tintero. No me volvería a embarcar en un proyecto parecido a ciegas.

-¿Qué le parece la España gris de hoy?

-No creo que se esté derrumbando nada, ni muchísimo menos. Esto está como siempre. La crisis pasará dentro de poco tiempo. La cosa en todo caso se está desmoronando desde mucho antes. Cuanto había bonanza, a 400 kilómetros teníamos países hechos mierda, con la gente muriéndose de hambre. ¿Qué pasa, que entonces no había crisis? Había una crisis horrible y pavorosa.

-Pienso en el 15-M. ¿Se puede cambiar el sistema sin querer participar en él?

-Manejar el cotarro cuesta mucho. ¿Quién se pone a dedicar su tiempo y su energía a eso? Es mucho más fácil fiarle a otros esa misión. Haría falta una toma de conciencia brutal para que esto pudiera cambiar de alguna manera.

-¿La cultura es un paria?

-Todo depende tanto de uno mismo, de lo que uno se va labrando con su propia determinación, que no puedes responsabilizar a los demás. Yo me hago totalmente responsable de haber publicado tan poco en mi vida. No es que no haya tenido apoyos sino que los he buscado muy poco. Evito culpabilizar a lo ajeno de los fallos propios.

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