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Gilberto Morales | Policía

"Covid es sólo una enfermedad más de la larga lista que sufren en Mali"

Gilberto Morales sostiene a  Sekou, un niño que sufrió desnutrición y que hoy está sano.

Gilberto Morales sostiene a Sekou, un niño que sufrió desnutrición y que hoy está sano. / R. D.

Lo que de verdad importa. Gilberto Morales, 48 años y natural de Sevilla, narra una trayectoria vital de película. Agente de la Policía Nacional, Gilberto Morales ha recorrido con su bici gran parte de Asia, África y de Europa. Tras implicarse en distintos proyectos de ayuda a poblaciones golpeadas por catástrofes afincó su proyecto en Mali, país africano donde permaneció unos años destinado como escolta del embajador español. Al comprobar la situación en la que malviven miles de niños sintió que no estaba de paso y fundó su asociación, La sonrisa de Mamadou.

–Sevillano de Nervión en Mali. ¿Cómo comenzó todo?

–Regresé hace un año de la embajada de España en Mali donde permanecí trabajando en el equipo de seguridad del embajador.

–¿Cuándo inició las labores humanitarias?

–Mucho antes. Desde los 18 años, con mi bici y mi tienda de campaña, he viajado por Europa, África, y Asia. En 2016 me fui a la India y a Nepal, donde hubo un terremoto muy grave. En lugar de cancelar el viaje opté por una labor humanitaria en un orfanato. En 2017 fui con mi bici a Grecia y recorrí los campos de refugiados. A través de las redes sociales iba transmitiendo su realidad. La gente comenzó a mandarme dinero. Alquilé un coche y compré todo lo que comprobé que necesitaban.

–¿Funcionaron las redes?

–Cinco meses después al volver a Málaga, quienes me habían visto por redes sociales me dijeron que había que ayudar más, así que fui de nuevo a Grecia con un camión lleno de material humanitario y con siete voluntarios. Dos meses después me llamó el alcalde de Benalmádena porque el Pleno quiso nombrarme Ciudadano del Año.

–Después ¿vino Mali?

–Unos meses después recibí una llamada de Madrid en la que me comunicaron que me iban a destinar a una embajada. Mali. Fueron dos años y me encontré un país de entre los más pobres del mundo. Es increíble la situación que se vive allí.

–¿En qué ocupaba su tiempo libre en Mali?

–Necesité cubrir mi cuota de responsabilidad. Me sentía mal estar allí y vivir al margen de lo que ocurría. No sé cómo explicarlo. Mi tiempo libre lo dediqué a buscar situaciones difíciles para ayudar en lo posible.

–¿Cómo?

–Hice pozos y ayudé en orfanatos, a familias. Hasta que me crucé con un basurero en la periferia de Bamako donde viven familias que huyen de conflictos bélicos. Mujeres y niños que no encuentran otro sitio donde vivir.

–¿Cómo reaccionó?

–Se me cayó todo. Personas enfermas, desnutridas, viviendo en chabolas de cartón y plástico, entre humo, contaminación y barro. No podía creer cómo la gente podía sobrevivir así.

–¿Comenzó a ayudarles?

–Dos o tres veces en semana acudía con los alimentos que podía llevar y un botiquín. Permanecí así durante unos meses. Me encontré con infecciones de todo tipo. Traté de lograr que las ONG acudieran y algunas fueron, pero al final nadie se involucra. Así que decidí alquilar un terrero justo al lado al basurero. Monté un consultorio médico y contraté a médicos de la Universidad d e Medicina.

–¿Logró salvar vidas?

–Se salvan muchas vidas. Las personas llegan en las últimas: heridas para amputaciones, paludismo, enfermedades cutáneas graves... Está funcionado muy bien. El proyecto implica unos 1.000 ó 1.500 euros mensuales. También estoy dando desayunos a 400 niños. Sólo les puedo ofrecer pan y leche.

–¿Cómo viven los niños?

–En el basurero malviven muy expuestos. Además de las enfermedades, la desnutrición y la falta de todo tipo de medios, los niños están muy expuestos a depredadores sexuales.

–¿Tiene ayuda?

–Ezequiel. Es argentino y vive allí con su familia, me ayuda con este proyecto. Él ha construido casas prefabricadas para refugiados y ha puesto un pozo, en medio de la basura.

–¿Cómo se siente?

–Nuestro proyecto es solo un parche, pero sirve. Hemos visto salir adelante a niños que estuvieron a punto de morir. Todos me conocen. No me ven como al típico blanco que va allí para hacerse la foto, sino que ven una persona que intenta ayudar. Siento que hago algo que vale la pena.

–Es ejemplar.

–A veces me siento angustiado porque quiero ayudar más. Hay que elegir los casos más difíciles.

–¿Cómo se vive allí la pandemia del Covid?

–Estuve en enero. Me encontré con mucha más gente en el basurero. El Covid es solo una enfermedad más de una larga lista. La gente en Mali apenas se informa. No perciben absolutamente nada de lo que está pasando aquí con el Covid.

–¿Viven ajenos al Covid?

–Sí. Totalmente. El Covid se pone a la cola. Primero tienen la malaria, que mata igual que el Covid o más; tienen ébola, el sida, el cáncer... hasta una simple faringitis te puede matar allí.

–Pero, ¿no se tratan?

–Los síntomas se parecen a la malaria y se trata igual.

–No hay cifras como aquí.

–Nadie sabe si ha tenido Covid en Mali. Y posiblemente lo superen sin problema.

–El dilema de las mascarillas... les sonará a chino.

–Si usan mascarillas es por la polución, no por el Covid.

–Es otro mundo.

–La cultura africana ha aprendido a convivir con la muerte. La aceptan. No tienen miedo.

–¿Continuará ayudando?

–Sí. He creado una asociación para gestionar las ayuda. La sonrisa de Mamadou (lasonrisademamadou.org). Tratamos de seguir dando servicio médico, desayunos, y mantener al profesor.

–¿Quién es Mamadou?

–Un niño de cuatro años. Tenía un enorme tumor. Logramos, con la ayuda de una ONG, llevarlo al Hospital La Fe de Valencia, donde se lo extirparon. Mamadou siempre sonreía. Mis hermanas querían apadrinarlo. Le detectaron metástasis pulmonar. Volvió a Mali. Se le fueron apagando los pulmones. Murió con cinco años, pero le dimos meses que vivió como un niño. Conseguí que Mamadou sonriera y que jugara, como un niño. Es lo que trato de hacer en Mali.

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