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Blanca Portillo | Actriz, directora y productora

"Los clásicos no se rompen tan fácilmente, hay que jugar con ellos"

"Los clásicos no se rompen tan fácilmente, hay que jugar con ellos"

"Los clásicos no se rompen tan fácilmente, hay que jugar con ellos" / javier albiñana

Por más que la televisión le reportara en su momento una amplia popularidad, el teatro español contemporáneo no se entendería sin Blanca Portillo (Madrid, 1967), tanto en su trabajo como actriz (ha protagonizado montajes del calibre del Hamlet de Tomaz Pandur, La vida es sueño a las órdenes de Helena Pimienta y el aclamado El cartógrafo de Juan Mayorga) como directora (con La avería de Dürrenmatt, Don Juan Tenorio y la reciente adaptación de El ángel exterminador como cimas). Recientemente ha impartido un taller de teatro en verso en Málaga de la mano de la compañía Jóvenes Clásicos.

-Hay casi un lugar común en la crítica sobre la pronunciación de los actores jóvenes. ¿Qué opina usted?

-Puede ser un tópico, pero también es verdad que la correcta pronunciación por parte un actor o de cualquier persona tiene que ver con el amor a las palabras. Y eso se fomenta mediante una educación lectora, desde la infancia. A la escuela le corresponde proveer a todo el mundo de las palabras necesarias para expresar sus sentimientos, para explicar lo que no casa. El problema es que vivimos tiempos de una excesiva economía en las palabras. Casi siempre se acude a la manera más corta para decir las cosas cuando disponemos de recursos para detallar con precisión cualquier mensaje. El desconocimiento de estos recursos constituye una forma más de pobreza.

"Hoy se aplica mucha economía a las palabras, pero la gente necesita recursos para expresarse"

-¿Es el teatro clásico un mecanismo reparador?

-Sí, desde luego. Yo lo calificaría incluso de sanador. Vas a una función de teatro clásico, escrito en verso, y sientes que puedes definir con mucho más acierto determinadas experiencias. Como si eso que estas viendo, eso que hacen los actores en el escenario, te completara. Es una necesidad de primer orden que la gente se enamore del lenguaje, y el teatro del Siglo de Oro, por ejemplo, representa un tesoro lingüístico idóneo para fomentar ese amor.

-Últimamente se ha reforzado la reclamación de la incorporación del teatro a la educación obligatoria, y algunas comunidades autónomas parecen haber tomado nota. ¿Es optimista?

-Hay razones para el optimismo cuando ves que en otros países el teatro forma parte de la enseñanza obligatoria con absoluta normalidad desde hace años. Es decir, ya ha quedado ampliamente demostrado que el teatro en las aulas no tiene que ir en detrimento de otras asignaturas, sino que, muy al contrario, ofrece una herramienta muy interesante para un aprendizaje integral en el que cabe prácticamente todo el conocimiento. El teatro te ayuda a hablar, a comunicarte, a emplear el lenguaje con toda su riqueza; pero también a transitar por las palabras de una forma emocional.

-¿Está el teatro clásico español suficientemente protegido como el bien patrimonial que es?

-Siempre se puede hacer más. Es verdad que contamos con instituciones como la Compañía Nacional de Teatro Clásico, pero, de nuevo, si miras en otros países encuentras un apoyo institucional mucho mayor no sólo para preservar ese patrimonio del que hablas, sino para divulgarlo y compartirlo, para hacer de él una realidad vida y que la gente lo incorpore incluso a su vida cotidiana.

-¿Falta en el teatro español más valentía a la hora de montar a los clásicos?

-Es importante partir de la base de que lo que cuentan los textos clásicos, ya sean del Siglo de Oro o de cualquier otra época, nos sigue afectando. Por eso son clásicos: hablan de nosotros, de lo que nos sucede hoy, de cuestiones que todavía nos corresponden. Por eso, en relación con lo que te decía antes, si vas a Inglaterra descubres que los ingleses han incorporado su teatro clásico a diversos órdenes, incluso, de su vida cotidiana. Y eso sucede porque ha habido varias generaciones de creadores que se han empeñado en faltar al respeto a estos clásicos, en bajarlos del pedestal y jugar con ellos para ponerlos así a dialogar con el público contemporáneo. Esa falta de respeto, que conste, no consiste más que en mirar a los clásicos con los ojos de hoy. En jugar. Hay quienes optan por un acercamiento más canónico, y es legítimo, claro. Pero esto no está reñido con jugar. Los clásicos no se rompen tan fácilmente, hay que jugar con ellos.

-¿Ha devuelto la bajada del IVA cultural la esperanza al teatro español?

-En la cultura, como en cualquier otro ámbito, cuando se dan dos pasos atrás luego cuesta muchísimo volver a avanzar hacia adelante. No es cuestión de un día, ni mucho menos. El desarrollo de las sociedades exige que no se destruya, y en materia de cultura se ha destruido muchísimo en España. Se ha perdido un tejido productivo que a día de hoy no sabemos si se va a recuperar. Al mismo tiempo, en lo que se refiere al teatro, hay mucha gente haciendo cosas muy brillantes con menos medios, y esto se ha conseguido gracias a un mayor sentido de colectividad. Antes cundían mucho los personalismos, muchos directores y actores iban por su cuenta, pero ahora se tiende a crear grupos, no se dan tanto las individualides. En muchos proyectos sacados adelante con ilusión y sin muchos recursos veo una respuesta a lo que ha pasado, algo así como "vamos a seguir haciendo esto por encima de vosotros". Hay más esperanza, sí. Y más desconfianza hacia los poderes públicos.

-¿En qué lío anda metida?

-He coproducido la última obra de Juan Mayorga, El mago. Y el 14 de febrero empiezo a ensayar con Carme Portaceli para el Teatro Español una adaptación de Mrs. Dalloway, de Virginia Woolf. Ahí vamos.

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