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alberto campo baeza. arquitecto

"Con la arquitectura yo busco la belleza y la libertad"

-Dice que la Casa del Infinito que ha proyectado en plena playa de los Alemanes es la más radical de su carrera. ¿Por qué?

-Desaparecen todos los elementos de encima, la cubierta, sólo queda una plataforma, como si se tratara de un barco. No se aprovecha la azotea, toda ella es como un pantalán, y constituye la primera entrada a la casa. Es la parte que se convierte en protagonista.

-¿Buscaba esto el cliente o lo dejó en sus manos?

-Ella es una arquitecta belga que está casada con un hombre de negocios potente. Me llamó y me dijo que quería una casa mía, que confiaba en mí. Y no me impusieron nada. Yo necesito tiempo, como cuando un médico establece el diagnóstico de un enfermo. Sólo cuando decido que ese cajón se haga en travertino con manchas de ónice, que hace que se funda con el color de la arena, se mostró disconforme, pero al final le gustó. En lugar de jardín, tiene arena de la playa.

-Pero hoy es muy complicado construir en la playa.

-Sí. Pero esta casa sustituye a la primera que hizo en la playa de los Alemanes, allá por los 50. Un alemán vino y compró un terreno enorme, dejó dos parcelas para sus hijos y en la otra hizo su casa, en este mismo lugar. Pero estaba muy deteriorada, había que hacerla nueva y no hubo problemas de normativa. Además, se funde bastante con el paisaje.

-Recuerda la Casa Malaparte, sobre ese acantilado en la isla de Capri.

-Es la Casa Malaparte, efectivamente. La he tenido de referencia. Es más emergente, con más agua alrededor, pero de alguna manera, es la misma idea. En ambas se parte de la azotea.

-Construir en este paisaje debe inspirar mucho más.

-La verdad es que sí. Cuando me llama para encargarme este proyecto y en esta parcela... Ha sido un regalo y me he dejado la piel.

-Junto a esta casa proyectada en Cádiz aparece en Archicreation un monográfico de todas sus casas. ¿Cuál fue la primera?

-Hice la primera en Madrid para un amigo de mi hermano. Pero considero la Casa Turégano como mi primera casa, donde me dejaron mojarme un poco.

-¿Cambiaría algo o ya tenía las ideas claras?

-Nada, la haría casi igual. Es muy pequeña, con espacios que se interconectan. Estoy haciendo ahora una casa en las afueras de Madrid y toma temas prestados. En ella ya puse todo lo que entiendo por arquitectura. Sobria, radical y cómoda, para que la gente esté a gusto y no para lucirme.

-¿En cuál de estas casas se quedaría a vivir?

-En cualquiera, aunque estoy más a gusto en las pequeñitas. La de Zahara es preciosa, pero tiene 8 dormitorios y es excesiva. Yo vivo en un apartamento de 30 metros cuadrados y me bastan y me sobran. También estaría muy a gusto en la Casa Gaspar, en Zahora.

-En su libro La idea construida habla de la supervivencia de las ideas. ¿Qué idea le ha acompañado siempre?

-La libertad. Una de las cosas que uno ve con la edad son esos conceptos que parecen tan abstractos, pero que tocas con las manos. Ya no sólo la libertad en todos los terrenos de la vida, sino la misma libertad de proyectar. O la belleza, que es el tema en que baso mi discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes San Fernando, que se titula Buscando denodadamente la belleza. La belleza no es algo difuso, ni etéreo. María Zambrano decía que la poesía es la palabra acordada con el número. Y esto pretendo con la arquitectura, busco la belleza y la libertad. En este caso con cuatro materiales y de forma muy elaborada.

-¿Pero son libres los arquitectos?

-Con crisis o sin crisis, claro que sí. Es la libertad con la que se mueve cualquier creador, o un cirujano como mi padre. Estudiaba como un loco sus operaciones y cuando creía que no debía operar, pues no operaba.

-¿Qué aprendió de él?

-Mi padre murió el año pasado con 104 años. De él lo aprendí todo, le adoraba. Hace poco, en una conversación de esas tranquilas, nos dijo que sacó 19 matrículas de honor en la carrera. Le pregunté que por qué no lo había dicho antes, y me dijo: hijo mío, esas cosas no se dicen. Una semana antes de morir se escapó con mi hermana, que le llevó a tomar un helado a Los Italianos, porque su mujer no le dejaba. A mi hermana le para la gente para contarle anécdotas, que no le cobraba a los pobres, por ejemplo. La gente le quería mucho en Cádiz, en el barrio de la Viña, donde tenía su consulta. Era un tipo brillante, divertido y muy bueno.

-Siempre ha sido un arquitecto sobrio, admirador de la economía de la construcción. ¿Qué hay de los grandes y millonarios derroches arquitectónicos que hemos visto en este país?

-No hace falta hacer cosas tremendas. Es como quien dice que Noah Gordon escribe muy bien porque ha vendido millones de libros. No señor. Pero esta sociedad es bastante inculta. Le pones una cosa sobria y no lo entiende. La gente admira los monstruos.

-¿Ha rechazado algún proyecto por considerarlo inviable?

-Claro. Me encargaron muy generosos desde Caja Granada la nueva ópera de Granada. Pero les dije que la ciudad no necesita una ópera. Después se hizo un concurso, pretendían que lo presidiera, e insistí en que no creía en el proyecto. Se montó un jurado, se hizo, lo ganó un japonés y todos felices. Pero no se ha hecho, ni se hará nunca. No creo que no haya que seguir haciendo grandes edificios, sino los que necesita la ciudad. Y se han hecho muchos edificios innecesarios, por no hablarte de la corrupción no latente, sino patente.

-¿Se recompondrá esto en algún momento?

-Los pesimistas dicen que ya los generales romanos eran corruptos. Pero el ser humano tiene los recursos para cambiarlo. Lo que ocurre es que estamos viendo de cerca la mierda. Y los que más protestan, son 'a los que pillan muchas veces con las manos en la masa.

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