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Juan Claudio de Ramón | diplomático y escritor

"Al final de la Vía Apia estamos nosotros"

Juan Claudio de Ramón.

Juan Claudio de Ramón. / Carmen Suárez

EL BIG BANG DE LO QUE SOMOS. Juan Claudio de Ramón (Madrid, 1982) ha pasado por las Embajadas de España en Canadá e Italia. De ambos destinos ha plasmado sus experiencias en Canadiana: Viaje al país de las segundas oportunidades (2018) y en Roma desordenada: la ciudad y lo demás, que acaba de publicar con Siruela. Cinco años en Roma, con la extraña coda de la pandemia, no fueron suficientes, explica, para conocerla: “Yo me descubrí siendo romano en un sentido profundo –cuenta–. Cuando volví a Madrid, sentí que volvía a mi país, pero que me iba de la capital del mundo”.

–Una experiencia tan sentida como la que transmite en ‘Roma desordenada’ tenía que plasmarse de alguna forma, aunque no falten los libros sobre la ciudad.

–De los cinco años que pasé en Roma, los dos primeros me negué la tentación de ponerme a escribir, intimidado. Me sentía en inferioridad de condiciones, sepultado no sólo por la propia ciudad y todos los que habían escrito sobre ella, sino por todos sus personajes y esplendores.

–¿Es posible llegar a conocer la capital italiana?

–Silvio Negro afirmaba que para decir que se había estado en Roma bastaban tres días y un mes para conocerla, pero que había un tipo de viajero al que no le bastaba una vida, que es el título que da a la recopilación de sus crónicas. Yo me acerco a esa opinión: Elcano dio la vuelta al mundo pero nadie ha dado la vuelta a Roma.

–¿Cuál diría que es la principal diferencia entre visitarla y vivirla?

–El turista que se queda pocos días recibe el impacto de la belleza, todo el arte que otras edades han sido capaces de producir y eso lo va a llevar consigo para siempre. Quienes hemos tenido el privilegio de vivir allí, nos damos cuenta de que Roma es nuestro origen realmente, el epicentro de nuestra cultura, una especie de big bang de donde salimos nosotros, y eso es lo que me produce emoción. Al fin y al cabo, al final de la Vía Apia estamos nosotros, Europa.

–Roma es referencia obligada desde el ‘grand tour’... ¿el concepto de turismo empezó en Italia?

–Yo diría que sí, y no es una teoría original mía. El grand tour era un turismo de ricos pero solían hacer cosas parecidas, y protestar por cosas parecidas –incluida la presencia de otros compatriotas– a lo que hacemos ahora. Vemos que, junto al gancho cultural, había una especie de turismo de borrachera, sexual... De hecho, las crónicas de Goethe describen las experiencias de un Erasmus. No vilipendio el turismo moderno, pero desmitifico el gran turismo de antes: pienso que lo que ha cambiado es la escala.

"Elcano dio la vuelta al mundo, pero nadie ha podido dar la vuelta a Roma"

–La máxima de que el arte expresa el alma de los pueblos es difícil de replicar en sitios así, donde las estatuas salen del suelo.

–Sí, es una teoría dañina que se inventó Winckelmann sobre el alma del arte clásico: la idea de que cada pueblo desarrolla un arte entronca con el romanticismo y con el nacionalismo. Ahora, sí creo que vivir rodeado de arte te educa mínimamente la mirada y te hace la existencia más dulce y soportable.

–¿Qué opina del concepto belleza decadente?

–Ruskin decía que es una vieja tentación el convertir la suciedad en un programa estético. Yo pienso que la belleza nunca es decadente y que, si algo está sucio, hay que limpiarlo.

–“Su peripecia bimilenaria avala toda tropelía e invita a reírse de todo empeño de regeneración”, comenta de Roma. Cambio bimilenaria por trimilenaria, y se habla de Cádiz.

–Las ciudades que son muy antiguas descreen que pueda haber mejoras radicales en su condición de vida. En Roma, por ejemplo, hablan del degrado de la ciudad:cada vez que un candidato habla de una mejor gestión, no se lo creen y asumen resignadamente que todo seguirá igual de mal. Bajo el pasotismo, el menefreghismo te dice es que hay que darle la importancia justa a los problemas y centrarse en sobrevivir.

–Relata una envidiable inmersión en la Roma “secreta-secreta”.

–Hay un montón de guías que prometen descubrirte la Roma secreta que, por supuesto, no está en ninguna de ellas, pero existe. Yo llegué a través de unos conocidos a un palacete que tenía una colección de arte y patrimonio que te dejaba anonadado. Doy pistas que indican dónde puede estar, pero no puedo desvelar el pacto “secreto-secreto”.

–Me llama la atención esa teoría que dice que Roma fue etrusca.

–La alegría de vivir que transmite la cultura etrusca es algo fuera de este mundo. Durante mucho tiempo, se dio por hecho que fueron conquistados por los romanos pero luego, los historiadores empiezan a ver todo lo que toma prestado Roma: arquitectura, buena parte de la religión... sumado a que varios reyes eran etruscos. La hipótesis es que en el fondo fue una ciudad etrusca pero que, en algún momento, el etrusco se pierde y se llega al latín y se da una especie de cruce cultural.

–Cuando un barrio se convierte en concepto, está muy cerca de ser un producto, dice. En el centro de Roma viven tan sólo algo más de 30.000 nativos.

–Respecto al turismo no hay una solución clara. Con la pandemia, los locales lo echaban de menos porque era su sustento. Y, más allá de la tragedia humana, ver Roma vacía era un impacto, como una vieja actriz sin admiradores. Llegabas a extrañar a los turistas, porque una belleza que no se puede compartir es una belleza siniestra. También hubo un fenómeno bonito: mientras no llegaron los visitantes, los romanos pudieron disfrutar de su ciudad como hace 50 años.

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