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Manuel Barea | Escritor

"Como mi personaje, sé lo que es que el dolor llegue a anularte"

  • El autor publica 'En la casa vacía' (Alrevés), soberbio y brutal relato de un viaje al infierno.

Manuel Barea (Sevilla, 1989).

Manuel Barea (Sevilla, 1989). / Gloria Jurado Andrades

Antes fue Vertedero, Premio Valencia de Novela Negra, y después Desterro, un thriller y un western crepuscular si sus obras pudiesen ceñirse a una etiqueta, y en el camino también apareció una narracción por entregas, Vieja entrepierna humeante. Manuel Barea (Sevilla, 1989), profesor en la Universidad Pablo de Olavide y traductor, se reinventa de nuevo con En la casa vacía (Alrevés), soberbio relato de un viaje al infierno: el de Eva, una superviviente que sobrelleva el dolor físico y afronta también profundas heridas en el alma.

–La protagonista de En la casa vacía, Eva, se define como "esa bolsa de supermercado que guardas en casa llena de tornillos, puntillas y alcayatas". No tiene una visión muy complaciente de sí misma…

–El proyecto era en un principio una novela negra en la que ocurría lo que suele suceder en el género, que en las primeras páginas había un asesinato, y Eva era la víctima. Pero pensé que sería interesante saber quién había sido ese cuerpo, y así empecé a contar su historia, y Eva dejó de ser la víctima para convertirse en la protagonista. Tuve la idea de un personaje que está todo el tiempo enfrentándose a obstáculos, a la que putean continuamente, y eso repercute en la imagen que tiene de sí misma, en su  baja autoestima. Yo tengo una bolsa de Mariscos Emilio donde guardo las herramientas, y esa imagen me gustó para reflejar su desorden, su impresión de que es un desastre.

–Asegura que la novela es "una obra de ficción basada en acontecimientos verdaderos". ¿En qué sentido?

–Muchas situaciones que aparecen las he visto, oído o las he vivido yo, como que una mañana no te puedas levantar de la cama de lo mucho que te duele la cabeza. Es muy frustrante pensar la noche antes que a la mañana siguiente vas a ponerte a trabajar, avanzar en la tesis, pero levantarte fatal y que el día no empiece hasta las 12:00 o las 13:00. Sé lo que es eso que sufre mi personaje, que el dolor llegue a anularte. En un momento así eres tú midiéndote con tus limitaciones. Una historia es tu intención y otra lo que tu cuerpo, y tu mente incluso, te dejan hacer. Me interesaba contar eso.

–Aquí no se da esa idealización que hacen otros autores de la España vacía. La protagonista vuelve a un pueblo que es el infierno.

–Es verdad que ahora se ha extendido una visión romántica de lo rural, pero también se sigue vinculando cierta violencia a ese entorno. A, mí más que el escenario, me interesaba la comunidad, esa comunidad pequeña a la que se traslada un personaje que vive pendiente de lo que piensan de ella los demás. En los pueblos, con eso de que hay menos habitantes, es más fácil que la gente controle lo que hace cada uno, si ha roto con su pareja o le pone los cuernos, si sale más de la cuenta o está enfermo. En el libro, por ejemplo, hay una escena en que Eva pretende vender la furgoneta de su padre, que es una chatarra, y tiene a todos pendientes en ese trámite. Aunque ese fisgoneo se da también en las ciudades. Es muy común eso de que intentes aparcar y que se queden mirando cómo lo haces.

"No creo mucho en la bondad del hombre, pero luego alguien tiene un buen gesto y te desmonta la película"

–A usted le preocupa especialmente el estilo, y aquí la prosa, seca, rotunda, contribuye a que el lector sienta la sensación de asfixia de su personaje.

–Yo quería plasmar la sensación de que Eva está encerrada en sí misma y en una rutina que se compone de pocos movimientos: ella hace sus chapuzas, compra algo en el chino, poco más sucede en su jornada. Al principio esa parte era una narración más al uso, pero mi editor me sugirió que el estilo reflejara de algún modo esa monotonía y lo reescribí en esa clave, con muchos puntos y aparte y reiteraciones, con frases que casi eran mantras.

–En una entrevista anterior que le hacían en este periódico, el titular fue: "El egoísmo es la fuerza que nos mueve. Ojalá cambie de opinión". Por la dureza de este libro, no parece que lo haya hecho.

–[Ríe] Supongo que no, pero quizás yo haya madurado un poco y a eso añadiría algún matiz. Es cierto que ahora, con la pandemia, nos encontramos con muchas muestras de solidaridad, pero antes, en el día a día, veías que cada uno se preocupaba de lo suyo y no comprendía que lo que le pasa a los demás te repercute. Digamos que tal vez no crea mucho en la generosidad del hombre, pero luego llega alguien con un buen gesto y te desmonta tu película. 

Manuel Barea. Manuel Barea.

Manuel Barea. / Gloria Jurado Andrades

–Hizo una "novela por entregas para smartphone", Vieja entrepierna humeante. ¿Cómo se escribe para un móvil? 

–Muy rápido, con En la casa vacía he tardado tres años y con la otra apenas un mes. A mí la idea de la novela por entregas me sugería algo pulp, esas obras de Marcial Lafuente Estefanía, historias del oeste, novelas negras o incluso de ciencia-ficción, y me permití ser excesivo, plantearme algo que nunca había hecho y que posiblemente no volveré a hacer.

–Su debut en la novela, Vertedero, le reportó el Premio Valencia de Novela Negra, que ganó cuando se acababa de licenciar en la Universidad. ¿Cómo vivió esa vorágine?

–Fue muy explosivo todo. De un día para otro estaba en el IVAM con la diputada de Cultura, el director de la Fundación Alfons el Magnànim y Lorenzo Silva, ante la prensa y con una sala entera llena, y esa noche hubo una cena con catering y una banda de jazz… Tuve que ir a El Corte Inglés a buscar una corbata. Yo no había vivido eso como espectador y de repente lo vivía como protagonista… Conocí a mi editor en Lengua de Trapo y de repente era como ser escritor de verdad. Lo curioso es que en unos meses también me topé con la cara negativa del mundillo: fui a la Semana Negra de Gijón y Lengua de Trapo, que estaba cerrando prácticamente, no envió ni un libro.

–En su biografía se define como un admirador de los White Stripes y los Simpson.

–[Ríe]. Eso empezó precisamente con Vertedero. Yo no era nadie, no había hecho nada, y eso me generaba ansiedad porque tenía que rellenar una semblanza. Y mi padre me dijo: Pues pon que te gustan los Simpson y los White Stripes. Lo comentó de coña, pero aquello se ha quedado.

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