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Miguel Ángel García Argüez | Escritor y letrista

"Las caries urbanas no se solucionan con un embellecimiento"

"Las caries urbanas no se solucionan con un embellecimiento"

"Las caries urbanas no se solucionan con un embellecimiento" / lourdes de vicente

Miguel Ángel García Argüez (La Línea, Cádiz, 1969) ha publicado las novelas Carne de gato y Los Búhos, así como varios libros de relatos, poemarios y títulos de literatura infantil. El Chapa es, también, autor de carnaval dentro y fuera del concurso: ha firmado el libreto de las últimas comparsas de Ángel Subiela -Los doce, Los equilibristas, Los prisioneros y Los luceros, cuyos descartes recoge el libro Doce pájaros en el alambre (Cazador)-. Aguaviento (Algaida), un título costumbrista con toques fantásticos ambientado en La Viña, le ha hecho ganar el XVIII Premio Carolina Coronado de Novela Ciudad de Almendralejo.

-Aguaviento como retrato de realidad social con tres protagonistas femeninas absolutas.

-Las Tres Rosarios, abuela, madre e hija. Doña Charito, Charo y LaChari, la chavalita, que es una defensa del chonismo. Las tres recogen distintos discursos y funcionan a nivel simbólico. Las tres reflejan las tres edades, los tres aspectos de la triple diosa pagana de la religión wiccan: la doncella, la madre y la vieja según las fases de la Luna, creciente, llena y oscura. La vieja es siempre la mujer sabia y, de hecho, en la novela, ella es la que sabe realmente cuál es la mar de fondo, aunque parezca lo contrario.

"Gentrificación y turistificación son procesos primos hermanos, y destrozan la vida de barrio"

-Es la bruja absoluta. Habla con los fantasmas y con los animales, que son sus familiares, ¿cómo surgió el añadir lo fantástico a una trama costumbrista?

-Pues llegué a través de la ternura. Porque estaba describiendo cosas durísimas y no quería regodearme en el drama. Tampoco podía hacer del caso un chiste continuo, así que la solución era la ternura. Quería trasladar esa visión empática y luminosa que es capaz de tener la abuela, y encontré que bailaban muy bien, el retablo costumbrista y esa especie de realismo fantástico. En la historia, además, se juega a que no sabes bien si es que la abuela habla con los muertos de verdad, y que los animales la entienden, o es que está chocha. Lo fantástico brilla como un diamante en el barro entre todo el realismo sucio.

-Toda la novela gira en torno al problema de la vivienda, en este caso, la turistificación como un fenómeno que aparece sobre terreno abonado.

-Bueno, he decir que en este caso el escenario es Cádiz, porque es mi escenario y tiene una serie de peculiaridades que son muy significativas, pero podría estar hablando de casi cualquier otro sitio. Ocurre que, cuando el germen de esta novela comenzó hace diez años (simplemente, como la idea de un relato que después se fue alargando, después quedó en barbecho...) el panorama urbanístico era muy distinto. En esta década ha cambiado todo mucho, pero el problema nuclear sigue siendo el mismo: de la plaga de asustaviejas y caseros que dejaban en estado de ruina las viviendas para que los antiguos inquilinos las abandonaran y poder tirar el edificio y levantar otro de viviendas nuevas, oficinas o lo que quisieran, hemos pasado a otra versión del mismo asunto, la turistificación. En uno, se echaba a la gente para atraer a clases más acomodadas y en otro, ya, ni eso. Ambos ecosistemas son conflictivos: de hecho, en mi historia, no sabemos cuál es la inversión del casero, para qué quiere vender. Pero gentrificación y turistificación son procesos primos hermanos y destrozan la vida de barrio, la relación entre los vecinos. ¿Qué hará, por ejemplo, esa anciana que depende de los demás porque no puede bajar a la calle?

-Toda la historia está hecha con retales de realidad.

-Todo, todo lo que aparece sale de noticias o de lugares que son referentes, que existen. La copistería en la que se lavaba el dinero del trapicheo a gran escala; el veterinario de palomas y gatitos, o el Gallego (con otro nombre), que sembraba el terror entre la comunidad sin techo...

-La realidad de la pobreza y las viviendas insalubres es lo que hay detrás de esa frase que se puso de moda hace unos años: "Belleza decadente".

-Como eso otro que se dice: "Viajar para encontrarte con lo auténtico", estilo los que van o iban a la India. Ese tipo de actitud responde a una cultura clasista y, en cierto modo, devoradora: "Me encanta el olor a sangre de cebra por la mañana". Tenemos que ser conscientes de que la vida es hermosa y, sí, decadente, y durísima: pero es una pena que uno lleve una vida tan plana como para tener que ir a ningún sitio a confirmarlo.

-Los centros de ciudades como Sevilla o Cádiz... ¿terminarán siendo meros escenarios?

-Pues, como diría el maestro Yoda: "Siempre en movimiento está el futuro". Quizá reaccionemos a tiempo. Lo cierto es que el tema de las fincas vacías lleva ya rondando muchísimo tiempo, no sólo a nivel vivienda. En el libro se menciona la ocupación de un edificio (Valcárcel) durante el 15-M, porque no es sólo una cuestión de derecho a la vivienda, sino de apoyar la vida, igual que ahora, con el movimiento Calle Viva. Las caries urbanísticas no se solucionan con un embellecimiento: el problema es que te quedas sin gente.

-Sigue dando clases de literatura a estudiantes extranjeros. El contraste con la idea con la que ellos llegan y la realidad que ha descrito en esta novela, por ejemplo, es tremendo. ¿Les pincha el globo?

-Pues tengo la suerte de que la mayoría de ellos, estadounidenses, se alojan en casas particulares, lo que les da una idea bastante aproximada de cuál puede ser la realidad, o realidades. La verdad es que no sé si soy yo el que les pincha el globo, o ellos a mí. He de decir que aprendo a mirar las cosas, la ciudad, a través de sus ojos. Es un ejercicio de antropología para todos, también en sentido inverso: ellos me van desmontando muchos prejuicios y estereotipos.

-Las gafas de estereotipia hacen al ojo vago, si se abusa de ellas.

-Exactamente.

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