Para algunas personas la Semana Santa es sinónimo de aventuras. Y si no, que se lo pregunten a los 15 portuenses que han escalado el monte Tubqal, el pico más alto de Marruecos y de toda África del Norte. La cumbre, que se encuentra dentro Parque Nacional del Tubqal (en las cordilleras del Atlas), se sitúa a 4.167 metros sobre el nivel del mar. 

El viaje, organizado por la empresa de turismo activo y multiaventuras Proema, comenzó el pasado día 13 de abril (sábado de Pasión). Desde El Puerto todos los participantes tomaron un ferry con destino Tánger. Una vez allí, la siguiente parte del plan consistió en coger a las 23:00 horas un tren litera que los dejaría en Marrakech a las 08:00 de la mañana. Allí tomarían de nuevo otro autobús hasta Imlil, el pueblo desde donde parten las expediciones. 

Una vez allí, comenzó el verdadero esfuerzo, ya que por delante aún les quedaban dos días de ascensión. En la primera jornada -quizás la menos dura- debían llegar a un refugio (situado a 3.100 metros) donde hicieron noche hasta las 04:00-05:00 horas de la mañana. Allí comenzaría la segunda y última parte de la aventura. Todo dependía del tiempo -que al fin y al cabo es el que manda en la montaña- pero parece que se comportó y finalmente el grupo pudo hacer cumbre. "Todo ha ido muy bien, exceptuando a algunos que tuvieron mal de altura; pero llegaron a subir poniendo empeño", explica José Antonio Gutiérrez, el monitor encargado del grupo que ha estado al frente de la aventura desde el principio. 

Aunque el esfuerzo es considerable, esta aventura no está restringida para nadie. "Todo el mundo que esté interesado puede hacerlo; pero eso sí, antes tiene que haber una preparación". En el caso de este grupo, han sido dos meses de duro trabajo, donde los participantes han tenido que prepararse a conciencia para superar este reto. Los entrenamientos, siempre guiados por José Antonio, han consistido en realizar distintas ascensiones en Andalucía (como por ejemplo la del Pinsapar en Grazalema), donde los escaladores han podido acostumbrarse a la dureza del viaje que han emprendido.