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Tribuna Libre

El arte consumido en llamas

Según reza la expresión, “a rey muerto , rey puesto”, mas hay coronas y tronos irremplazables e imposibles de heredar como aquellos que no son de oro ni diamantes, sino de arte y recuerdos. Hablo sin duda alguna de las coronas metafóricas que lucen sobre los edificios de uso cultural y religioso y el patrimonio de un territorio; las verdaderas reinas y joyas de nuestra histórica expresión cultural. Hace unos días veíamos como ardía la Catedral de Notre-Dame en la capital francesa, y como consumidos en llamas, iban desapareciendo un gran trozo de historia y recuerdos vivos de un país que observaba atónito dicha escena mientras el mundo entero se interesaba por el suceso.

Mientras la sociedad tenía la mirada puesta en París y en su Catedral gótica, mi mente se lanzó solitaria al rincón de la nostalgia; aquel rincón localista que nace, vive y crece en mi interior. Recordé por un momento una de las reliquias del arte e identidad portuense que hemos ido perdiendo por el camino a causa de tragedias, y no hablo del Vaporcito sino en concreto, del desaparecido Cine o Salón Moderno.Aún me parece que fue ayer cuando recorría solo, o con mi madre o mi tía, los pasillos, camerinos y bambalinas de aquel edificio que en Carnaval vibraba al tres por cuatro y en primavera acogía a todas las academias de baile de El Puerto para los concursos de sevillanas, tanguillos, etcétera. Mientras ‘el Mosca’ daba órdenes desde el acceso al escenario de la planta superior y la voz de Rafael Morro sonaba en sala o Juan Antonio Galán Pérez de la Lastra hablaba con alguien en las escaleras de acceso a escena de la planta baja desde donde se activaba el mecanismo de apertura y cierre de cortinas, un no parar de niños, niñas, profesoras, cantaores y músicos daban vida a un edificio que parecía en algunos momentos, ser el verdadero corazón del municipio que latía al compás del arte puro bajo andaluz.Hoy ya lejos de los años noventa y de principios del siglo presente, sigo sintiendo tristeza al pensar que nuestros templos parecen estar condenados a perecer víctimas del fuego y a caer en el olvido por una sociedad que, a mi juicio, tardará aún muchas décadas más en crear algún día un lugar con tanto encanto e historia como los teatros y cines que nuestra ciudad tuvo antaño. No dejo de pensar en esa sensación de familiaridad, historia y sumo respeto que sentía al entrar allí y que jamás he visto ni sentido en nuestro actual Teatro Pedro Muñoz Seca, al cual aún le falta solera y entre cuyos muros uno se siente visitante más que propietario como portuense.

Entiendo a aquellos que lloren la pérdida de una parte de la Catedral parisina al igual que lloraron nuestros mayores en su día los incendios de la Capilla de la Sangre, el Teatro Principal, o la desaparición del Cine Colón o el Cine Florida. Yo al ser un niño de los noventa, seguiré recordando con rabia y nostalgia el cierre del Cine Macario y el incendio del templo del arte y símbolo de mi generación: el coqueto y familiar Cine o Salón Moderno. Todas estas tragedias han ido mermando y desgastando la identidad cultural de El Puerto, que lleva décadas sintiéndose igual que en estos días se sienten los parisinos a ver destruido uno de sus símbolos más importantes. Y es que al fin y al cabo, está claro que hay lugares y edificios que son absolutamente irremplazables y que las sensaciones que estos causan son del todo irrepetibles y alimentan nuestras personalidades artísticas y nuestros sueños y recuerdos más esenciales, marcando de por vida a varias generaciones.

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