El orden de los tiempos

Teatro y fiestas: Las exequias de Carlos II

  • La muestra 'Andalucía Barroca' recoge en su exposición de Málaga el grabado principal del túmulo construido en El Puerto tras el fallecimiento del monarca Carlos II, en el año 1790

Traemos a estas páginas dominicales el relato de un acontecimiento doblemente importante, por un lado la celebración de las Reales Exequias del Rey Carlos II en nuestra ciudad en el año 1700, que fue publicado en folleto impreso y la formación de un túmulo real en el crucero de la Iglesia Mayor Prioral.

La muestra Andalucía Barroca, organizada por la Junta, pone en el tapete de los ciudadanos para su disfrute el impresionante legado cultural de los siglos XVII y XVIII.

El hecho de que en la exposición 'Fiesta y simulacro' con sede en Málaga pueda observarse el grabado principal del túmulo construido en El Puerto con motivo de las exequias de Carlos II, contenido en el documento impreso que pertenece a la Biblioteca Pública de nuestra ciudad, es más que suficiente para que los portuenses conozcan y sepan apreciar la riqueza de los fondos documentales que custodiamos.

Siendo el barroco un arte sin rígidos cánones y gusto hacía la grandiosidad, la ornamentación y la libertad creativa, hizo que la sociedad de la época celebrara cualquier acontecimiento político o religioso con grandes fastos. La mayoría de los historiadores consultados opinan que existió una identificación acerca de la "teatralidad de una cultura" y en torno a los "evidentes rasgos teatrales del barroco". Fue, quizá, en la ceremonia de exequias, en las pompas fúnebres de príncipes, reyes y altos dignatarios donde tal identificación aparece de forma clara y explícita, donde la celebración asume datos teatrales y donde las categorías de fiesta y teatro se diluyen y se integran para convertirse en un único espectáculo, en aquella fiesta teatral repudiada por la nueva sensibilidad que, sobre la muerte, se gesta en la segunda mitad del siglo XVIII.

Así las cosas, nuestra ciudad se dispuso a celebrar con cierta grandilocuencia los funerales y reales exequias por la muerte del rey Carlos II, los días 28 y 29 de noviembre de 1700. Para ello se decidió levantar una estructura a modo de túmulo real, y ni cortos ni perezosos, los caballeros capitulares nombrados por el monarca recién elegido, se dispusieron a organizar el funeral y la fiesta, teniendo en cuenta que en el ámbito cortesano del barroco, la pompa fúnebre fue la trayectoria final de un fasto que reivindicaba la legitimidad política e histórica del difunto, pero también la continuidad de su poder, fuera príncipe, rey o pontífice.

Los funerales reales tomaron un papel de particular relevancia puesto que manifestaban visual y conceptualmente una política que había sido afirmada ya en los nacimientos y bodas, en los recibimientos o entradas, en todos los actos solemnes o festivos, públicos o privados.

La imagen del túmulo que nos ha llegado a través del grabado expuesto en Málaga, es de una espectacular y efímera estructura, ocupando la mayor parte del presbiterio de la Iglesia Mayor Prioral. Según describen los documentos de la época: "de 25 varas de altitud y 10 de latitud en su base, añadiendo a los lados dos escaleras y gradas con pasamanos de barandas y en sus cuatro esquinas se levantaron piras vestidas de cornucopias. En sus pedestales se colocaron escudos de los cuarteles de las Armadas Reales".

Para la ocasión se convocó un concurso donde habían sido elegidos los más sobresalientes escultores y los pintores más diestros y primorosos. La ciudad se engalanaba y se llenaba de estructuras de mentira. El cartón piedra y los materiales menores eran transformados en ricos mármoles, oro y plata. La fiesta, el teatro y el arte se daban de la mano.

Como dice la historiadora local María Dolores Barroso: "Surgía así una nueva ciudad, más rica, más hermosa, pero ficticia. El arte se convertía en un cómplice del poder, intentando seducir al súbdito a través de estas estructuras ilusorias. Surge por lo tanto un arte efímero, donde el artista experimentaba nuevas soluciones que luego traspasaba al retablo, la fachada del palacio o el interior de la iglesia".

El día elegido para celebrar las exequias salió el cortejo fúnebre de la sala capitular sita en el Castillo, y tras cruzar la plaza y la calle que conduce a la Parroquia, pasó por la Capilla del Duque de Alburquerque, Capitán General de las Costas y Ejércitos de Andalucía.

La Iglesia Mayor adornaba sus catorce capillas con majestuosas colgaduras, uniformando el color de sus frontales y ornamentos, copia de luces en sus altares y regulación de sus asientos. Estos se situaban en dos hileras a ambos lados del túmulo y llegaban hasta el coro, colocados todos sobre una grada o tarima de un tercio de alto, otra fila en lugar superior con almohadas y todo cubierto de paños negros.

Las campanas de la ciudad, llegado el día, comenzaron a hacer pública la demostración del duelo. Así los clamores de la Parroquial, conventos, monasterios y ermitas se hacían patente desde la doce de la mañana.

El impreso de nuestra Biblioteca Pública, además de la descripción del funeral y las exequias del monarca Carlos II y del grabado del túmulo, contiene un extenso sermón laudatorio y curiosas aportaciones de ciudadanos en forma de poesías castellanas, sonetos, décimas y romances. Concluyendo con un panegírico disfrazado de romance endecasílabo.

Llamándome la atención este que detallo: "Si el Reynar es mayor suerte/ sepa la humana ambición/ que empieza su duración/ en el umbral de la muerte". Todas ellas colgaban de las columnas del templo o alrededor del altar.

La fastuosidad de la celebración de las exequias no eran sino el eslabón que abría y daba paso a un nuevo ritmo de vida. A través del fasto, permitía continuar la propagación de un soporte ideológico, originando unas idénticas manifestaciones culturales para un análogo espectáculo, aquel que afirmaba un mismo sistema político, social y religioso. Los mensajes fueron similares tanto si se trataba de la entrada victoriosa de un rey, como de su muerte y su funeral. Todo ello era un instrumento de ostentación y la proyección de un poder. Un teatro y una fiesta al mismo tiempo.

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