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El Puerto

Bergman, sentimientos mutilados

Liv Ullmann e Ingrid Bergman reunidas en aquelarre artístico hace tres décadas, dieron vida cinematográfica a la extraordinaria película titulada 'Sonata de Otoño' (Höstsonaten), en la que el gran director sueco Ingmar Bergman quiso reflejar la confrontación materno filial entre una madre egoísta y despegada con una de sus dos hijas.

El propio Bergman renegó bastante del filme, porque el resultado fue una película realista cuando él dijo que no era eso lo quería hacer. José Carlos Plaza ha recogido el testigo al mismísimo Ingmar Bergman para poner en pie el sueño que el cineasta sueco no pudo llevar a cabo. En su montaje, ha creado un espacio de ensoñación, minimalista, y lleno de primeros planos muy cinematográficos a pesar de tratarse de teatro, en el que la iluminación es un personaje más y los ambientes aparecen y desaparecen en un tiempo sin límites, predominando el otoño donde afloran determinados universos que nunca se ve donde están.

Plaza pensó en Marisa Paredes y Nuria Gallardo para el combate dialéctico entre Charlotte, una irresponsable madre que utiliza su carrera de gran pianista para huir de obligaciones familiares, y Eva, la torturada hija que no termina de perdonar, ni de perdonarse, el haberse sentido abandonada. Ambas son el núcleo central del espectáculo. Junto a ellas están Chema Muñoz (un sacerdote protestante casado con Eva) y Pilar Gil (hermana de Eva y con una grave enfermedad degenerativa).

"Es como estar desnudos bajo un juego de luces con más de cien efectos diferentes", explicó la actriz de 'Tacones lejanos', película en la que el propio Almodóvar hizo su particular homenaje a 'Sonata de otoño'.

Con el pretexto musical del 'Preludio nº 2' de Chopín, que tocan la madre y la hija y que evoca el odio de lágrimas ajenas que se profesan, logran plasmar fielmente el posterior desarrollo de la obra. Si la Paredes está genial en su vuelta a los escenarios, Nuria Gallardo engancha al espectador con la fuerza interpretativa de un personaje complejo y atormentado, nada fácil de interpretar y que pasea descarada y continuamente por la penumbra de los sentimientos.

El impresionante duelo interpretativo entre las dos actrices y la sólida estructura de la obra consiguieron la atención del público asistente, cuyo silencio casi sagrado se vio únicamente alterado, por la impresentable sonata de toses que ya es costumbre escuchar en la representaciones del Muñoz Seca. Como decía el propio Bergman en boca de uno de sus personajes, 'Nunca puede ser demasiado tarde...' para arreglarlo.

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