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Lady Macbeth se arremanga

  • ¿Alguien creía que Celia Villalobos iba a quedarse en segundo plano, donde su partido quiere verla? La ocasión para el desquite la pintaban con melena

ES que también son ganas de ir provocando. Pablo Iglesias entró ayer en el Congreso de los Diputados, que celebraba su jornadas de puertas abiertas, metido en la rebeca cruzada que lleva a todas partes (ésa con la que tiene pinta de pasar siempre frío) y preguntando por el sillón del presidente del Gobierno para sentarse. Fue entonces cuando a Celia Villalobos, recién salida del corro de periodistas que ya esperaban vérselas con el de Podemos, se la llevaron los demonios. Éste es, al cabo, el punto exacto en el que los dedos arañan la mesa; el instante en que Lady Macbeth decide desprenderse de la cordura y cargar con las consecuencias: te vas a enterar, bonito. E Iglesias, que ya había acaparado la atención mediática como su tito Julio en un Lidl, se vio obligado a compartirla con la malagueña, que se plantó ante el figura dolida, rabiosa y arremangada. Lo que Villalobos no estaba dispuesta a tolerar era que Iglesias se refiriese al PP como un partido corrupto a cuenta de la mochila: "Mi partido es muy grande, tiene cientos de militantes. Hemos tenido algunos casos de corrupción pero la mayoría es gente honrada. La política es un reflejo de la sociedad, y yo ya dije hace muchos años que la corrupción terminaría en la política española cuando así lo exigiesen los ciudadanos. Me ofende que hables así de mi partido, porque los primeros que nos jodemos con esto somos nosotros. A lo mejor algún día, en algún pueblo, en algún sitio donde gobierne alguien de los tuyos, te encuentras con que ha sucedido lo mismo sin que tú te hayas enterado. Y entonces yo no diré que tu partido es corrupto, ni que tú lo seas". Pero el discurso era, en el fondo lo de menos. Villalobos hablaba mucho más con su gesto, su tono aleccionador entre maternal y estadista, reclamando a Iglesias que se callase y aprendiese a escuchar: fue ahí donde al de Podemos le cayó el chaparrón de veras, el que va a recordar durante toda su vida. Ya sabemos cómo se las gasta la vicepresidenta del Congreso con los chóferes; con él no iba a ser menos, diantre.

Pero el gran error de Villalobos fue no conceder la réplica a Iglesias: dijo lo que tuvo que decir y se dio la vuelta, muy digna, chúpate esa, ahí la llevas. El profesor apenas tuvo ocasión de responder, cuando la adversaria ya tenía un pie donde los leones, que no estaba dispuesto a admitir que la sociedad española era corrupta, que los corruptos eran los partidos. Villalobos emplazó a Iglesias a tomar un café en el bar "de arriba" (un servidor se acordó entonces de Lloyd, el tenebroso camarero de El resplandor) y el segundo respondió con la gracia de los gin-tonics a 2 euros. Pero, como le sucede tantas veces, a Villalobos le pudo el genio(entiéndase, por favor, como coraje): dijo lo que tenía que decir, seguramente guardado desde vaya usted a saber cuándo (sin rencores, que conste) y una vez cumplido el desahogo ya sólo pudo ver al objeto de sus iras como una piltrafilla desmerecedora de su atención. Fue este desaire final, que ya me voy, que me voy, el que terminó retratándola una vez más. Ella, que pedía al muchacho que aprendiera a escuchar, debía haber actuado en consecuencia. Su remate sonó demasiado a antiguo régimen y, de paso, Iglesias se llevó un tanto que no esperaba.

De todas formas, si el PP creía que iba a poder mantener a Villalobos en segundo plano llevándola en las listas como número 2 por Málaga, estaba muy equivocado. La ex alcaldesa vio la oportunidad pintada con melenas para mantener su notoriedad y que usted y yo hablemos hoy de ella, que de eso se trata. Algunos populares aplaudieron ayer en los corrillos la soltura de la compañera, pero fueron muchos más los que guardaron un silencio que se adivina incómodo. Alguien debería decirle a Villalobos, por cierto, que quienes más se joden con la corrupción de los políticos son los ciudadanos. Que el dinero robado tiene dueño. No es demagogia. Es matemáticas. Así no se delatará tanto la próxima vez que Iglesias y ella se enzarcen. Que al gin-tonic invita la casa.

bujalance

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