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"¡Felipe, 70 tacos y estás más guapo que Rajoy!"

  • El "parque jurásico" reivindica su hoja de servicios en un mitin ritual ante un buen número de público llegado de los pueblos

Atracado a unos pocos metros del Palacio de Congresos, un crucero ilumina con sus bombillas de verbena el muelle. De fondo, suena la fanfarria de tambores y bocinas de los trabajadores municipales de La Línea y de Barbate que, con pancartas, reclaman salarios que no ven desde hace cinco meses. Con los de Barbate está su alcalde, el socialista Rafael Quirós. “Te sentirás raro detrás de una pancarta en un mitin de tu partido”. Se encoge de hombros: “Raro no, rarísimo.Pero, en fin, unas veces toca delante y otras detrás”. De los autobuses bajan decenas de personas con banderas de plástico. Los pueblos ya han llegado. Todo puede empezar.

Ese crucero iluminado y todo este jaleo recuerdan a E la nave va, de Fellini, que contaba la historia del barco que portaba las cenizas de la primma donna Edmea Tetua para lanzarlas al mar. En aquel barco se dan cita viejas glorias, algunas anteriores a los tiempos de la gran mezzosoprano, recordando los días en que rindieron pleitesía a la intratable Edmea Tetua.  El barco naufragará al son de las notas de La fuerza del destino, de Verdi,  mientras  una desbandada de aterrorizados pasajeros buscan en botes salvavidas otro barco al que aferrarse. Eso, la nave va.

El regreso estelar de Felipe González a Cádiz para acompañar a un viejo camarada, de los de la foto de la tortilla sin tortilla, Manuel Chaves, desprende un ambiente de actuación de los Sirex. Es algo que ha explotado el PP tras el mitin de Dos Hermanas, donde Rubalcaba volvió a juntar a Felipe y a Alfonso Guerra. Lo dijo Griñán en el mitin: “Dicen que somos el parque jurásico”, para a continuación reivindicar “nuestra hoja de servicios”. Desde los 80 hasta ahora había mucho que reivindicar. Y lo hicieron. Felipe González proclamó con orgullo su edad: “Voy a cumplir 70 tacos”. Y una rubia de peluquería, que desde los asientos de atrás del casi lleno auditorio se dedicó durante toda la noche a jalear, apostilló: “¡70 tacos y estás más guapo que Rajoy, Felipe!”. Felipe agradeció el piropo.

El mitin de Cádiz tenía toda la liturgia del ancestral ritual de la democracia. “Aestos los vi yo en los tiempos del jambre”, me dice un hombre  de San José del Valle. “Antié ya estuvieron en el pueblo”. “¿Felipe?”. “No, Felipe no. González”. “¿González? Será Chaves...” “Bueno, uno de estos dos, de los que venían por el pueblo cuando eran jovencitos”.

Puesta en escena. Desde hace un tiempo es obligada la presencia de un grupo de jóvenes sentados en el escenario observando durante todo el show la nuca del orador y aplaudiendo educadamente en los momentos marcados. De calentar   al público se encarga el telonero Francisco González Cabaña con un repertorio de chistes. Lo suyo es un monólogo del Club de la Comedia en el que salta de Rajoy, inaugurando las menciones a la gaditanidad de Cazalla y Constantina que todos los demás utilizarán, a Teófila y de Teófila al fichaje estrella por Cádiz del PP, Felicidad  Rodríguez. La gente se troncha.

El papel de Chaves es más complicado porque ha decidido dar brillo a la herencia del ‘invisible’ en campaña Zapatero. Veamos el aplausómetro. “Zapatero es valiente”. “Es verdad”, vocifera la rubia de los asientos de atrás. Nadie le sigue. Enumera Chaves: nos sacó de Iraq (tres cuartos de aplauso), acabó con ETA (unanimidad), la ley del aborto (uy, muy poquitos aplausos), matrimonio homosexual (menos aplausos), becas (la mitad), dependencia (unanimidad atronadora) y “las tareas de la casa son responsabilidad de todos, de los hombres y de las mujeres” (en los asientos de atrás, con gran presencia rural, las mujeres se enrojecen las manos y los hombres miran al techo). La rubia consigue colar una consigna: “¡Este partido lo vamos a ganar!”. Ella da saltitos de alegría cuando el propio Chaves lo corea.

Griñán no hace ondear las banderas que se agitan cuando en el estrado se da en el clavo de la sensibilidad del público. Habla mucho de Arenas, pero al señor que tengo al lado, protegido por su bufanda y con gorra campera, todo eso le hace dar cabezadas. Su mujer le da un codazo para que espabile. 

Y llega el momento cumbre, el momento Felipe, que mete la morcilla de Cazalla y  Constantina (aplausos) y habla de Europa, de la edad, del pasado. Tiene latiguillos con los que sí hacer agitar las banderas: “Botín, qué buen nombre para un banquero”, “fui el pedigüeño de mierda que conseguía fondos de cohesión en Europa”, “que Arenas, mejor que irse a la sanidad valenciana, se vaya a Valencia a hacerse un traje” y, sobre todo, “parecía que Rajoy en el debate tenía la boca llena de fideos”. Apoteosis, saludos de caída de telón. A un octogenario se le saltan las lágrimas. Me confundo con uno de los asistentes, un pensionista  que luce chándal y tenis, al que he visto reflexivo y preocupado durante todo el mitin, sin aplaudir. “¿De qué pueblo viene?” “No, soy de Cádiz, no de los del bocadillo”. “Ah, disculpe. ¿Y qué le ha parecido?” “Que  aquí más de uno no se ha enterado ni una palabra de lo que ha dicho Felipe”. Parecen darle la razón dos hombres que portan con grandes manos de trabajador las banderas y enfilan la salida para volver en el autobús a casa, lejos de aquí: “El sonido no era muy bueno. Se escuchó mejor el  de  Sevilla”.

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