Economía

Aquel 'hippie' que llegó a ser 'lord' británico

  • Lloyd's of London. Un templo, situado en plena City de Londres, destinado a la venta de seguros. Su singularidad: todos los servicios del edificio están diseñados en el exterior para poder 'liberar' el interior.

De entrada, habría que hacerse un par de preguntas. Primera: ¿Puede un hombre sin corbata ostentar el título de barón en un país tan clasista y estirado como Gran Bretaña? Segunda: ¿Conoce usted a algún arquitecto al que un ciudadano le agreda con su propio paraguas? Sin conocer la respuesta a ambas cuestiones, aparentemente surrealistas, resulta harto difícil llegar a imaginarse cuál ha sido la apasionante biografía, personal y profesional, de Richard Rogers (Florencia, 1933). Una trayectoria que, vista con el tiempo, parece una suerte de desmentido de un sinfín de lugares comunes . O de esa antigua condena, casi de tenor bíblico, que se llama –o se llamaba antes– predestinación.

Este hombre, autor del Campus Palmas Altas, la obra que convierte a Sevilla, sin hacer ruido apenas, con bastante discrección, en referente en el mundo de la arquitectura sostenible, ha pasado buena parte de su carrera gastándole bromas al destino. A sus 76 años sigue igual: de estirpe más bien sencilla, pero con el atrevimiento justo para, por ejemplo, ponerse unos zapatos y una camisa naranja junto a un jersey añil. Teniendo en cuenta que se mueve en un mundo de millonarios –por sus clientes y muchos de sus colegas de profesión–, que conserve la cabeza tan bien ordenada y tenga los pies en el suelo tiene su mérito. También que diga las cosas claras: “la codicia y la búsqueda del beneficio inmediato es lo que está detrás de la fiebre de arquitectura icónica”.

Se refiere Rogers a esa pandemia, acaso más contagiosa que la Gripe A, sobre todo entre ciertos alcaldes, que consiste en buscar algún tipo de edificio que simbolice su paso por el gobierno de su ciudad. Una epidemia que en determinadas ciudades ha quebrado las haciendas públicas y los paisajes urbanos de siempre. Rogers sabe de lo que habla: es el ideólogo de la transformación de Londres, modelo que algunos arquitectos –como el gallego César Portela– censuran, pero que ha logrado rejuvenecer la capital británica hasta convertirla –por delante incluso de Nueva York o de Chicago– en una de las urbes cuya arquitectura marca, en cierto sentido, la pauta mundial.

Y lo ha hecho, en comparación con otros muchos arquitectos, sin tanta aparatosidad. Sin dar demasiado la nota. Como gastando bromas. ¿O no tiene algo de broma hablar de que las ciudades deben ser sostenibles y socialmente cohesionadas en foros inmobiliarios?

Rogers nunca tuvo miedo a ser él mismo. Quizás por eso comenzó como un hippie, algo contestatario, que, junto a otros arquitectos como Norman Foster o Renzo Piano, revolucionó durante los años 70 y 80 su oficio con el llamado estilo high-tech. Su primer estudio –Team Four– lo abrió precisamente con Foster –que con el tiempo también ha acabado siendo miembro de la Cámara de los Lores– y sus respectivas parejas. La notoriedad mayúscula, sin embargo, la logró en sintonía con el italiano Renzo Piano –al que él llama el poeta de la arquitectura contemporánea– por su proyecto para hacer un museo en París. Una gamberrada edificada denominada Centro Georges Pompidou, un edificio para un barrio decrépito del centro de la capital gala forrado de tubos de colores. Él lo ha explicado con mucha franqueza: “Teníamos 30 años, cierto espíritu contestatario, ambiciones hippies. En realidad, no contábamos con ganar el concurso”. Pues, contra todo pronóstico, ganaron: construyeron el museo e inauguraron con él una etapa en la arquitectura posmoderna –la que en lugar de reinterpretar la historia en los edificios se rige por la tecnología–, al tiempo que transformaron el distrito donde se implantó. Un éxito total. Desde que se abrió, 27 años hace, es el edificio más visitado de Europa. Siete millones de personas pasan por él cada año. De hecho, tiene más visitantes que el Louvre y la Torre Eiffel. La plaza pública situada en su entrada principal, concebida como extensión del edificio, es uno de los paisajes de la modernidad europea.

No todos lo vieron así. Rogers, en su discurso de aceptación del Premio Pritzker –el nobel de la arquitectura, que recibió en 2007, mucho más tarde que sus compañeros Foster y Piano– cuenta con deleite cómo sufrió en propia carne la displicencia ciudadana. “Habíamos concebido un lugar para todo tipo de gente, de cualquier edad y credo. El edificio era una especie de cruce entre el Museo Británico y Times Square; un día, justo después de su inauguración, me encontraba orgulloso ante la puerta. Aquel día llovía. Una elegante mujer parisina, situada junto a mí, me ofreció su paraguas para cobijarme. Entonces, por sacar conversación, me preguntó qué pensaba del edificio. Lleno de orgullo le dije que yo era el arquitecto. Se quedó quieta, me miró un instante y me pegó con el paraguas en la cabeza”.

Aquella obra marcó su carrera, que, sin embargo, no se quedó en lo aparente. Rogers empezó a ensayar en diferentes obras su concepción del arte de la arquitectura. Una filosofía propia que, en cierto sentido, aunque con todas las variantes del tiempo y la época, en realidad parte de Andrea Palladio, el arquitecto italiano. En su propias palabras: “Florencia, donde nací, representa el modelo de ciudad al que aspiro. Las ciudades que son el corazón de nuestra cultura, las máquinas de nuestra economía y los lugares donde nació nuestra civilización”. De esta tradición, pero renovándola, surge un estilo, versátil y dispar, que abraza desde temprano la preocupación sincera por la sostenibilidad y el compromiso social de la arquitectura. Ideas que puso en práctica en el edificio Lloyds de Londres. Uno de los emblemas de la City londinense –el mayor centro de negocios de Europa– en el que libera el interior del edificio colocando los servicios básicos en el exterior. Logra así una catedral amable para una actividad tan pedestre como los seguros.

Esta obra le convierte en esencial en su propia ciudad –Rogers vive y ha marcado la vida de Londres, a pesar de su nacimiento en Italia– y comienza a ser requerido como asesor de Tony Blair, el ex premier británico. No sólo diseña: también se dedica a la pedagogía. Un factor que explica su personalidad: ¿Conocen a algún arquitecto que se rebaje a explicar su obra a la gente común, a los ciudadanos? ¿Un creador que quiere que le entiendan en lugar de que lo adoren? Rogers lo hizo en la BBC y reunió sus charlas en una joya –el libro Ciudades para un mundo pequeño– donde defiende la necesidad de abrir la ciudad –Londres, en este caso– a la gente y cerrarla a los coches. “Estoy convencido”, dijo, “que el futuro tiene que ser sostenible y socialista”. Viniendo de un barón –recibió en 1991 el título de Lord Rogers of the Riverside, por el nombre del barrio donde tiene su oficina, el mismo lugar en el que su segunda mujer, Ruth, regenta desde hace años el River Café, donde almuerza a diario– no deja de resultar toda una singularidad. Nobleza no obliga.

Su estudio –Rogers and Partners– funciona desde 1977. Da trabajo a 130 personas. Tiene proyectos por todo el mundo y requiere los servicios de las mejores empresas de ingeniería –Ove Arup– y diseño. Es una factoría de máquinas de emocionar, por usar la terminología de Le Corbusier. Éste definía la arquitectura como “el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo la luz”. Rogers lo expresa de otra forma. “La crisis nos da la posibilidad de evolucionar hacia una sociedad más liberal, en la que el mercado no sea quien dicte las reglas del juego y donde progrese la conciencia social. El mercado es un dictador que actúa sin control. Por eso estamos donde estamos”. Sabe de lo que habla. Acaso de un sentimiento universal: “¿El paraíso? Creo que consiste en perderme por cualquier bella ciudad, caminar por sus avenidas, ver los teatros, sentarme en un café con mi mujer y contemplar simplemente cómo la gente pasa”. Todo un tipo.

Pompidou: un ágora para los tiempos modernos

Diseñado a finales de los 70 junto al italiano Renzo Piano, este museo parisino reúne casi todos los elementos del estilo Rogers: diseño y estructura, tecnología y flexibilidad, movimiento y ausencia de monumentalismo. Logró renovar el barrio en el que se asienta

Sede oficial de Ching Fu Group

La empresa naviera de Taiwán contrató los servicios de Rogers para diseñar su nueva sede: el resultado es un edificio en el que parte de los despachos y salas de reuniones flotan sobre la fachada. Su cubierta permite combatir el calor existente en el Trópico asiático

Heathrow: la terminal cinco

Treinta millones de pasajeros pasan cada año bajo el cielo del edificio de la Terminal 5, una de las catedrales de la Europa global. En ella Rogers instaló una cubierta curva y logró llenar de luz natural un espacio en el que el juego de las alturas es clave

Shanghai: un palimpsesto urbano

El urbanismo según Rogers: el masterplan de la capital económica china, incluyendo Lu Jia Zui, un distrito de negocios en el que los diferentes usos se superponen sobre el territorio

Barajas. Terminal 4

Probablemente, la obra más conocida de este arquitecto en España. La ampliación del aeropuerto de Barajas es una suerte de inmensa ballena con una singular cubierta sinuosa de madera y espacios en los que el viaje empieza en el mismo aeropuerto. El paisaje y la luz natural penetran en el edificio gracias a sus paredes translúcidas

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios