ANÁLISIS

El futuro de la socialdemocracia en Europa

  • Mientras los partidos conservadores se encuentran cómodos con la globalización, en la izquierda moderada reina la confusión acerca de cómo solventar los problemas sociales

El futuro de la socialdemocracia  en Europa

El futuro de la socialdemocracia en Europa

Los partidos conservadores en Europa se encuentran en una cómoda situación ideológica. Aceptan con escasos reparos la globalización de las economías, creen en políticas fiscales blandas para estimular el crecimiento, han logrado a través de las privatizaciones y la externalización de muchos servicios reducir el Estado a una expresión mínima como agente económico directo y no se encuentran incómodos ante el fenómeno de la creciente desigualdad.

Sin embargo, entre los partidos de izquierda reina, más bien, la ausencia de ideas coherentes acerca de las soluciones con las que combatir los problemas actuales de nuestras sociedades.

¿Por qué se encuentra la izquierda en Europa con tantas dificultades? Un primer elemento que puede ayudar a explicarlo es su propio agotamiento histórico. Vivimos desde hace dos décadas, un periodo de creciente individualismo y de desapego hacia algunas ideas básicas del socialismo democrático tradicional, como la solidaridad entre las personas, la justicia social o la igualdad. Este creciente individualismo puede estar asestándole un golpe decisivo a las ideas socialistas tradicionales.

En segundo lugar, muchos votantes socialistas pueden sentirse traicionados por las concesiones que los principales partidos y dirigentes socialdemócratas hicieron al liberalismo, que renació en la década de los ochenta y que ha cambiado profundamente tanto las estructuras productivas internas de los países como las relaciones económicas y financieras internacionales. En este grupo se encuentran Clinton, Blair, Schröder y el propio Felipe González. Los cambios producidos han acelerado la separación entre una clase media con cierta movilidad y una clase trabajadora que ha ido alejándose de la escalera social, como consecuencia del progreso tecnológico y de la globalización, que ha impactado especialmente en los trabajadores menos cualificados, tradicionales votantes de partidos de izquierda.

Y un tercer elemento puede ser una cierta obsolescencia de la tradicional separación entre derecha e izquierda. De acuerdo con muchos analistas, esa división ha sido superada por los que apoyan la globalización frente a los que vuelven la mirada hacia el interior y dan alas al nacionalismo radical, o bien por los que persiguen la protección del medio ambiente frente a los negacionistas, entre otros asuntos.

Es posible que los tres elementos contengan parte de la explicación. Los intereses de la clase media en Europa se han ido separando de aquellos de los estratos con menor renta, dividiendo el apoyo social y electoral. Las fuerzas del mercado, ayudadas por la tecnología, han ampliado esas diferencias.

La respuesta de los partidos socialdemócratas en Europa está siendo muy variada, lo que es una manifestación de una cierta desorientación acerca de las causas de la pérdida de influencia electoral y de las propuestas de política económica.

En Alemania, el candidato socialista, Martin Schulz, ha manifestado su intención de modificar la legislación laboral para evitar la actual proliferación de contratos por tiempo limitado y bajos salarios, conocidos como mini-jobs. Pero Alemania es un país en sudonde el consenso entre gobierno -de dos partidos distintos-, patronal y sindicatos, es muy fuerte y tiene más de medio siglo de existencia, por lo que no caben esperar grandes cambios.

En el Reino Unido, a la confusión por el Brexit se ha unido la notable falta de coherencia del partido laborista. Su líder, Jeremy Corbyn ha hecho girar hacia la izquierda el programa electoral. Defiende la salida del país de la UE, porque -sostiene- permitirá ayudar a empresas industriales que se encuentran en declive. Pone como ejemplo la industria siderúrgica. Esta vuelta al estatismo de la posguerra es una muestra de la falta de ideas. El declive de toda una industria no se arregla con subvenciones. Está también a favor del Brexit para un mayor control sobre la inmigración.

En Francia, los enfrentamientos entre los candidatos del partido socialista han provocado que Emmanuel Macron sea quien abandere el nuevo centrismo de izquierda, con el que se identifican muchos de los tradicionales votantes del partido socialista. Macron sostiene que la vieja política socialdemócrata de fuerte intervención del Estado en la economía ya no funciona. El nivel del gasto público en Francia -el 55% del PIB- hacen de todo punto imposible esperar grandes políticas de gasto.

Debido a ese elevado gasto público y a la presión fiscal que soportan los ciudadanos no puede esperarse grandes resultados de las políticas redistributivas tradicionales. El aumento de los tipos marginales tiene poco recorrido. Un nuevo concepto en política, la predistribución basado en los trabajos de John Rawls en su última etapa- es la que los partidos socialistas en Reino Unido y Francia han introducido en sus programas.

Si no es posible una reducción de la desigualdad después de impuestos y gasto público, intentémoslo antes. Elevados impuestos sobre el patrimonio y la herencia, participación de trabajadores en los comités de remuneraciones de las grandes empresas, mayor gasto en educación fomentando, especialmente, la formación profesional, son algunas de las medidas que se barajan. Dependiendo de la amplitud y profundidad que quieran dar a esas políticas, su alcance puede variar notablemente.

Algunas de esas políticas de predistribución, aunque serían muy controvertidas y probablemente rechazadas por el electorado, no son de imposible implantación.

No obstante, la socialdemocracia comete un notable error de análisis, motivado por la esperanza que deposita en las nuevas actividades digitales, al creer que son más inclusivas y mejorarán la igualdad, en sentido contrario al que estamos observando.

Los partidos socialdemócratas en Europa tienen que cambiar sustancialmente si quieren volver a ser una alternativa de gobierno creíble, modificando algunas de las herramientas tradicionales y utilizando otras nuevas que permitan la consecución de objetivos similares.

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