tribuna de opinión

Una carrera contra las máquinas

  • Encontrar una explicación a la reducción de la productividad resulta clave porque si ésta crece a un ritmo adecuado es posible crear empleo, elevar los salarios y financiar el Estado de bienestar

Una carrera contra las máquinas

Una carrera contra las máquinas

Uno de los debates más intensos entre los economistas en la actualidad es el de ofrecer una explicación convincente a la reducción del crecimiento de la productividad, que se observa en todos los países occidentales durante las últimas tres décadas.

El debate no es sobre un tema marginal. A largo plazo, el crecimiento de la productividad de las economías lo es todo, porque si la productividad crece a un ritmo adecuado, digamos en torno al 2% anual, es posible crear empleo, elevar salarios y financiar todos los servicios asociados a nuestro Estado de bienestar. Si no crece, nada de lo anterior es posible.

Y existen dos posiciones contrapuestas para explicar la disminución de la productividad observada. El crecimiento no está muerto, para algunos. Miremos a lo que ocurrió hace algo más de un siglo. La invención de la electricidad produjo la segunda revolución industrial, reemplazando en muchas máquinas los viejos motores de vapor. Sin embargo, esa sustitución tardó unos 30 años en producirse de manera generalizada y, además, la organización del trabajo apenas cambió y seguía adaptada a la vieja forma de energía, por lo que la productividad no creció hasta que ese cambio se produjo. Esto es, tomó una generación entera para que se sustituyeran los viejos hábitos de producción por los nuevos.

Esta visión, en relación con la revolución informática que estamos viviendo, sostiene que sólo estamos empezando y necesitamos todavía tiempo para poder aprovechar todo el potencial de crecimiento derivado del cambio tecnológico. Una cuestión clave para que esto se produzca, es que las personas trabajemos con las máquinas, en lugar de competir con ellas, que es lo fundamentalmente hacemos ahora. Un ejemplo nos ayuda a entenderlo. El ordenador Deep Blue, fabricado por IBM, derrotó al gran maestro Kasparov. Sin embargo, Kasparov, con la ayuda de Deep Blue, fueron capaces de derrotar a Deep Blue jugando sola.

La tesis, al final, es que esa combinación de talento humano con la ayuda de las máquinas va a generar un mayor cambio tecnológico aplicado a la producción, las innovaciones se van a poder combinar mejor y crecerán exponencialmente. La productividad crecerá como consecuencia de este proceso.

Sin embargo, el punto de visto opuesto es pesimista acerca del crecimiento futuro de la productividad y de nuestro bienestar. Hace poco más de un siglo, viajábamos a 10 kilómetros por hora en coches de caballo. Hoy lo hacemos a 1.000 kilómetros por hora en los aviones comerciales. Si queríamos leer por la noche, teníamos que alumbrarnos con una lámpara de petróleo, que contaminaba el aire y nos dejaba sin vista. La aplicación generalizada de la electricidad, permitió mejorar nuestra visión y la salud en general.

La invención de los ascensores aplicando energía eléctrica, permitió la creación de ciudades verticales, en donde se generaban enormes aumentos de la productividad, por los ahorros de tiempo para todas las actividades y el intercambio de ideas entre personas. Esas aplicaciones de la electricidad generaron más bienes y servicios. La lavadora liberó a millones de mujeres de dedicar, como media, dos días a la semana en la limpieza y secado de la ropa. La invención de la calefacción y el aire acondicionado, además de mejorar nuestro bienestar, contribuyó a un gran crecimiento de la productividad, tanto en las empresas como en los hogares.

Otras innovaciones, como el agua corriente y el alcantarillado en las ciudades, también contribuyeron enormemente, así como contar con aseos en las viviendas.

La electricidad se aplicó a centenares de herramientas, que antes utilizaban la fuerza humana o animal.

La tesis de esos economistas pesimistas es que esas innovaciones aumentaron espectacularmente la productividad, mientras que las actuales, asociadas a las tecnologías digitales, están mostrando unos paupérrimos resultados en esos mismos términos. La luz eléctrica, el agua corriente, los cuartos de baño, el alcantarillado, los coches, los aviones y los ascensores, han contribuido mucho más al crecimiento de lo que hoy lo hacen las TIC.

Adicionalmente, sostienen que nuevos factores sobrevenidos están contribuyendo negativamente al crecimiento. Las jornadas laborales se han ido reduciendo tendencialmente en todo el mundo occidental. Además, se observa en muchos países de la OCDE, una contracción de la población activa, especialmente en los niveles educativos más bajos y esto a pesar de la masiva incorporación de la mujer al mercado de trabajo.

Otro factor negativo para el crecimiento, es la disparidad entre la formación que demanda el mercado y la que se ofrece. Hay un número creciente de personas con una formación que no demanda el mercado y, simultáneamente, un mercado que demanda unas formaciones que no se ofrecen. Esas brechas son hoy mayores que las que existían hace tres o más décadas.

Los niveles de deuda, pública y privada, en tiempos de paz, son las mayores del último siglo. Esa deuda representa una losa permanente sobre las familias, que tienen que dedicar recursos para pagarlas, y no para consumir, para las empresas, que no pueden invertir tanto y para los gobiernos, que dedican recursos para su pago que se sustraen de la educación y de las infraestructuras.

Por último, la creciente desigualdad de rentas en todos los países occidentales representa un obstáculo para crecer con mayor rapidez, porque las políticas monetarias y fiscales tienen un impacto reducido cuando la desigualdad es elevada.

Aun viviendo en tiempos excepcionales, con tipos de interés próximos a cero, las herramientas de las que disponemos para el corto plazo funcionan y son compartidas por los economistas. No compartimos, sin embargo, las explicaciones que alumbren las causas del crecimiento tan reducido a largo plazo.

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