Análisis

Crisis de liderazgo en Europa

  • La asincronía entre los ciclos económicos de los países, las desiguales consecuencias de la crisis y la falta de solidaridad dificultan la coordinación de una estrategia política común.

EUROPA se desintegra por la ausencia de liderazgo y porque lo que nos diferencia a unos europeos de otros aumenta, mientras que se reduce lo que nos une. No sólo se incrementa la desigualdad entre los países del centro y la periferia. También disminuyen las diferencias sociales internas en los primeros, mientras que en los segundos se ha producido un considerable aumento desde el comienzo de la crisis. Como muestra, los casos de Alemania y España, donde los datos reflejan imágenes que parecen enfrentadas a un espejo. Después de varios años creciendo en desigualdad, el Índice de Gini de la renta por habitante en Alemania se situaba en 0,304 en 2007 (0 indica máxima igualdad y 1 máxima desigualdad), mientras que en España, donde las diferencias venían reduciéndose desde comienzos de siglo, era de 0,313. En 2011, después de cuatro años de crisis financiera, el indicador de desigualdad se había reducido en Alemania hasta 0,290, mientras que en España se elevaba hasta 0,340. España se ha convertido en el país con mayores desigualdades internas de la Unión Europea, cuya manifestación más elocuente es la elevada cifra del desempleo. Sin embargo, y aunque pueda resultar sorprendente, a comienzos de 2007 la tasa de paro en Alemania era, según Eurostat, superior a la española (9,3 frente a 8,2%). Al finalizar el tercer trimestre de este año, la española se había multiplicado por más de tres, mientras que la alemana se había reducido en un 44% y la sensación que queda es que la crisis no solamente nos ha tratado a nosotros bastante peor, sino también que los alemanes estarían sabiendo aprovechar inteligentemente sus oportunidades para mejorar el bienestar ciudadano y reforzar su liderazgo en el continente. Si las cosas se mantienen como hasta ahora durante algún tiempo, podrá hablarse de una década perdida para la periferia y de una década ganada para los países del centro, aunque todavía estaría por ver cómo afectaría todo esto a la pretensión de avanzar hacia una Europa más integrada desde un punto de vista político, económico y social.

Las diferencias se imponen sobre las coincidencias y la energía original del proyecto de Monet, Schuman o Adenauer se desvanece, a pesar del fortalecimiento institucional, tras el impulso de los Paquetes Delors y la resistencia de otros líderes (Kohl, González, Mitterand, …) a los ataques disuasorios desde el conservadurismo británico de los años 80. A pesar de ello y del empuje que supuso la puesta en circulación del euro, el proyecto europeo quedó gravemente afectado por el rechazo de franceses y holandeses al borrador de constitución, pero sobre todo por la dificultad de gobernar una realidad tan compleja y desigual como la surgida de las últimas ampliaciones y de la crisis de 2007. La asincronía entre los ciclos económicos de los distintos países y las desiguales consecuencias de la crisis dificultan la coordinación de una estrategia política común, pero también la crisis de solidaridad derivada del debilitamiento de la conciencia europea. Como consecuencia de ello, queda en evidencia la ausencia de un liderazgo político capaz de encajar en una única hoja de ruta la mayoría de las preferencias, en muchos casos centrífugas, de los diferentes focos de poder en el territorio de la Unión.

El reforzamiento de Merkel en su país, tras el éxito de las pasadas elecciones y el acuerdo de gobierno con los socialdemócratas, se reflejará en un aumento de su capacidad para convocar y convencer al resto de los líderes continentales en torno a sus exigencias de condicionalidad para profundizar en el europeísmo, pero es difícil de imaginar un liderazgo político afianzado sobre la hegemonía continental de su economía, pero cuyos fundamentos intelectuales se encuentran con el rechazo de la periferia más golpeada por la crisis.

El propio Richard von Weizsäcker, el presidente alemán durante la caída del muro de Berlín, reconocía en una entrevista reciente las reticencias en diferentes latitudes a la posibilidad de un proyecto europeo liderado desde Berlín, aunque entre los nuevos socios del Este la idea tiene bastante mayor acogida. Radoslaw Sikorski, el ministro de exteriores polaco, proclamaba en 2011 y en el propio Berlín su convicción de que el liderazgo europeo deben ejercerlo los más fuertes, al tiempo que confesaba temer más a la inacción alemana en asuntos europeos, que a la concentración de poder en sus dirigentes. Polonia es uno de los países que mejor están consiguiendo superar la crisis, lo que significa que está llamado a incrementar su peso político en Europa, con toda probabilidad de la mano de Alemania.

El liderazgo político de Alemania en Europa chocaría, por tanto, con la debilidad del liderazgo intelectual de Merkel en la periferia mediterránea, pero encontraría fácil acomodo entre los nuevos socios orientales, aunque todavía quedaría por ver el interés de los propios alemanes en el tema. Por cierto, que la denuncia de que en Alemania podría estar arraigando un fuerte sentimiento antieuropeo como consecuencia de la crisis de la periferia carece de fundamentos. Los últimos datos sobre la nostalgia del marco indican que vuelven a ser más del 50% los que prefieren mantenerse en el euro, mientras que se reduce a menos del 35% los que preferirían el retorno del marco.

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