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Economía

Arquitectura de arena y lluvia (II)

  • La Mezquita Catedral de Córdoba atraviesa por tiempos contradictorios pues, pese a estar mejor que nunca, es explotada para un turismo de consumo rápido que impide su contemplación atenta y profunda

LA semana pasada iniciamos en esta tribuna un viaje histórico por la intensa vida de la Mezquita Catedral de Córdoba que continuaremos en las siguientes líneas. Tras siete siglos de una agitada existencia sujeta a modificaciones constantes, en el siglo XVI los regidores y arquitectos de este singular complejo no consideraron suficiente la reforma interior y recompusieron también el patio llamado de los naranjos con una nueva torre a medias construida sobre la anterior. Los mismos arquitectos que habían construido la iglesia gótico-renacentista introdujeron diseños acordes con los nuevos tiempos. Renovado estilo arquitectónico que reinterpretaba las perdidas volutas, ovas y dardos de tiempos ya antiquísimos cuyos restos originales estaban en el interior del templo. El patio sombreado y perfumado por naranjos dio cobijo a una nueva torre, ya con aires barrocos, que había de presidir el paisaje de una nueva Córdoba símbolo de la era que hermanaría hasta hoy las corrientes de la historia.

La cultura musulmana no cultiva la imagen, sino una caligrafía prodigiosa cuya producción más sobrecogedora por su belleza son los monogramas tu'ra otomanos desarrollados a partir del siglo XVI en la actual Estambul. La Mezquita poseía reflejos y brillos producidos por lacerías, motivos vegetales y dibujos multicolores entrelazados hasta transformar una superficie en un universo donde el espectador termina perdiéndose en su propio interior. Los cristianos, sin embargo, no conceptualizan, representan realidades imaginadas en otros mundos, lúgubres la mayoría, siempre oníricos, poéticos y transportadores del más allá. Fondo y figura de dos concepciones del mundo unidas en una aparentemente sencilla armonía que mucho transmite de la necesidad de abandonar los extremos.

Después el olvido. Cien años quizás de olvido. Olvido y su inseparable compañero el tiempo, transcurriendo con su incansable labor de deterioro. Hace poco más de un siglo, soñadores, visionarios, viajeros, románticos y hombres cultos sintieron el lamento agónico de tanta belleza abandonada, el silencioso clamor de sus desconchadas paredes, la podredumbre de sus alfajías hoy vendidas a desconocidos quizás más amorosos con ellas que los irresponsables que las dejaron perder. La difusión por viajeros y eruditos de la decoloración de sus pinturas, los insectos y el polvo perforando y blanqueando las fulgurantes imágenes y tesoros en madera, piedra y otros materiales preciosos con los que artesanos de fábula dirigidos por excepcionales maestros habían decorado y amueblado el recinto sacudieron al mundo que reaccionó admirado y sorprendido.

Gracias al esfuerzo de arquitectos y políticos, se logró que en 1882 el Estado español la declarara Monumento Nacional. Enseguida, bajo la dirección de extraordinarios arquitectos como Velázquez Bosco y Félix Hernández comenzó a conocerse su historia mediante estudios arqueológicos y a recuperarse su arquitectura, el brillo volvió a sus suelos y paredes, sonrieron las estatuas y el antiguo Mihrab refulgió desde la penumbra, poniendo en valor el indescriptible y sorprendente espacio heredado de otros tiempos.

Ahora, corren oscuros y contradictorios tiempos. La Mezquita Catedral relumbra, está mejor que nunca. Nuevos cuidadores explotan el bellísimo gigante dormido. Su interior está expuesto a la contemplación apresurada de masas que decepcionadas por las impuestas premuras se marchan bajo la mirada de lejanos vigilantes que poco saben del tiempo que debe fluir en ella ni de los sonidos perdidos en la luz de los atardeceres cerrados al mal llamado público.

Casi todo está allí, más de dos mil años de historia materializada, heredera del intangible anterior, decorada y amueblada, mezclada, mixtificada, coordinada y antagónica, demolidas, restauradas, excavadas y vueltas a cubrir, recompuestas una y otra vez y obligada forzosamente a convivir. Casi como el bordado de una Penélope colectiva empeñada en sobrevivir siempre en armonía a los avatares del tiempo.

En el exterior de la Mezquita, Córdoba. El río con sus meandros silenciosos y sus norias envejecidas, la Torre de la Calahorra, el Puente Romano, la Puerta del Puente y el Triunfo de San Rafael, el Alcázar, la Judería y la remozada y blanca Medina. La ciudad pequeña otrora encerrada en sus murallas ha ido creciendo bien. Córdoba no sufrió, en las inmediaciones de la Mezquita, los cambios a los que las generaciones progresistas de finales del XIX y principios del XX sometieron a Sevilla, Granada o Cádiz con los ensanches, las demoliciones masivas de barrios medievales y murallas, trazando inacabadas avenidas y construyendo flamantes edificios de escalas nuevas ajenas al diálogo con otras épocas. El entorno de la Mezquita catedral se mantiene incólume en proporción, trazado y color, el monumento está en su sitio rodeado de un entorno amable y propio. Desde el río su silueta marca una línea del cielo que la identifica en el mundo.

Podemos concluir que la Mezquita Catedral de Córdoba es un conjunto complejo de estilos artísticos yuxtapuestos en el tiempo, indiscutiblemente armónica y bella sobre el que podemos argumentar que es una obra colectiva de la humanidad, donde cientos de autores han intervenido sin una dirección única a lo largo de los siglos.

Es completa en el sentido de que agrupa edificación, decoración y mobiliario en gran medida originales en un entorno coherente con el pasado próximo que mantiene gran cantidad de permanencias. Se ha desarrollado en un tiempo muy extenso y ha conseguido integrar diferentes culturas y dentro de ellas incluso distintos estilos arquitectónicos y decorativos en múltiples facetas del arte y la artesanía.

Tiene una imagen propia, una silueta reconocida que identifica un lugar.

Hemos de considerar por tanto dos valores fundamentales en su contemplación; el puramente estético derivado de la armonía de su percepción y disfrute, y el conceptual como modelo de yuxtaposición de estilos en el tiempo y síntesis de la historia. Ambos valores constituyen un milagro inexplicable que ha permitido que el conjunto monumental llegue así hasta nuestros días y sea justamente considerado patrimonio de la humanidad. En mi opinión, el más importante del planeta.

Ignoro si rezar será o no eficaz, pero los espacios religiosos que desde hace más de siete mil años hemos construido para ello nos siguen reflejando como espejos. Los pensamientos, temores, deseos, sinsabores, calmas y esperanzas de unas vidas que nunca estarán conformes se reflejan en una arquitectura que es ciertamente un mundo paralelo que los hombres han construido para soñar con otros y demostrar también su poder. La Mezquita Catedral de Córdoba resume al menos gran parte de las inquietudes más trascendentes de la historia en una armonía sin límites.

Finalizamos recordando que es muy importante tener en cuenta que la Mezquita Catedral de Córdoba no existe para ser visitada como la política comercial turística nos impone, sino para que todos gratuitamente estén en ella, se sienten, mediten, observen el discurrir de la luz multicolor del sol por las vidrieras, compartan con las personas queridas el espacio arquitectónico y decorativo, reflexionen, piensen y se pierdan con tranquilidad en los entresijos de sus pensamientos o devociones.

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