Pito de coña

El público

Si Heráclito hubiera formulado su teoría filosófica observando atentamente al público del Gran Teatro Falla, en lugar de haberse sentado en la orilla de un río para ver el fluir del agua -si es que lo hizo hace 2.500 años, mes arriba, mes abajo-, habría comprobado que efectivamente todo es mutable, todo cambia, y que en las mismas butacas y palcos de siempre, como sucede en el mismo curso de un río, el público, como el agua, no es el mismo, y que por tanto también cambian las modas, los gritos, los gustos y los disgustos.

En el concurso del Falla, desde sus comienzos, el público ha jugado siempre un papel primordial. El público ha encumbrado o defenestrado a grupos, igual que ha provocado sonados telonazos o ha protestado lo que alguna vez consideró injustos cajonazos.

Pero el público del Falla, efectivamente, ha mutado, ha cambiado en su raíz. Tanto, que ahora no se le echa el telón a ninguna agrupación -igual era una medida cruel-, sino que se reacciona ante una mala actuación desde el cachondeo e, incluso, la ironía. El público, quizás, es menos exigente que antes, cuando se protestaba ante el humor chabacano y la falta de ingenio, y ahora se aplaude todo: se aplaude un pasodoble contra el patronato, por ejemplo, y acto seguido se aplaude otro a favor de él. Y con la misma intensidad y, a veces, hasta las mismas personas.

Claro que cada uno es libre de aplaudir más o menos a las coplas, que para eso se están horas en una cola para comprar una entrada o hunden la tecla del F5 en el ordenador tratando de actualizar la web en la que se venden. Pero se echa en falta a veces un poco más de exigencia, que se proteste por una letra que no guste (y que otros aplaudan), por algún grito octavillístico de más o por una gracia burda e impropia.

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