Opinión

En el coro de Nandi me falta un niño

Paco Gómez, a la derecha, con su coro.

Paco Gómez, a la derecha, con su coro. / Julio González

Veré al coro de Nandi Migueles con un nudo en la garganta. En su cuerda de bajos me faltará un niño. Y no un niño cualquiera. Me faltará Paco Gómez.

En 1988 para mí Paco Gómez todavía era Paco el Vacila. Nuestros dos grupos de amigos se habían fusionado en una compañía gigantesca de adolescentes, con cierta querencia al cachondeo, que ejercían una mutua fuerza de atracción semejante a la de los agujeros negros. Paco era un líder. Un tipo grande, en toda la extensión de la palabra. Nosotros le queríamos. Le queremos. Pero también le admirábamos. Le admiramos. Mi primer contacto con el Carnaval profesional, por decirlo de alguna manera, con los protagonistas de la fiesta, vino de su mano. Era enero de 1988 y cumplíamos con la visita litúrgica de los sábados a El Barril. Un ejército de jarras de cerveza estrechaba filas para dejar sitio a las nuevas, que, rebosantes de burbujas rubias, llegaban a nuestras mesas. Entre risa y risa, Paco ponía verde al Jurado Diario por la puntuación que había otorgado a su coro, ‘Camelot’. Abría el Diario, aún en tamaño sábana, y se indignaba mientras estudiaba concienzudamente cada guarismo, comparándolo con los que le habían adjudicado a ‘Quo Cadix’, el gran rival de ese año y que, a la postre, acabaría por llevarse el gato al agua. Entonces no entendía el cabreo de Paco, de natural alegre y risueño. Luego sí. En meses lo comprendí todo cuando yo mismo fui devorado por ese gusanillo cabrón.

Desde entonces, con algún paréntesis por obligaciones laborales y personales, Paco ha sido fiel a su coro. Y para mí siempre ha sido motivo de alegría, incluso de envidia sana, verlo en la batea, con medio cuerpo por fuera y ese vozarrón capaz de hacerle los coreados al mismo diablo. Este año lo echaré de menos. En cada tango de Nandi, en cada estribillo bailongo. Aunque estoy seguro que, cuando mire a la cuerda de bajos, lo veré con sus brazos abiertos como aspas de molinos y la boca ladeada para dar mayor profundidad a esos graves que domina como nadie. Mi consuelo es saber que es sólo otro pequeño paréntesis. Que el año que viene volverá a estar con su coro. Que esta ausencia es sólo un nuevo bache en el camino del que saldrá más fuerte, como ya lo hizo una vez. Porque todos sabíamos que Paco tenía un corazón gigante menos él. Así que hay que ajustar las tallas, coger un dobladillito por aquí, y tirar la sisa por allá. Nada serio. El mismo tipo vale para seguir carnavaleando muchos años. Pero que quede claro que Paco Gómez siempre será mi niño del coro. Un niño grande que disfruta con un partido de pádel y una cerveza en el Brighton, con una clase de spining, con un paseo en familia, con un baño en la playa, con el cálido abrazo a un amigo. Paco el gaditano, el manigueta del Nazareno y el bajo del coro, el socio del Cádiz, el tío grande. Paco Gómez señores. Espérenlo que ya está volviendo.

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