Opinión

Mil noches de Carnaval

Para alguien que ha trabajado y sufrido gozosamente durante años bañado en sus páginas, y que conoce cuántas paladas de entrega, pasión y placer han hecho falta para hacerlo, sólo le es posible contemplar el Diario del Carnaval desde la orilla del amor sin condiciones. Por eso, tal vez, nos resulta tan difícil comprender el odio o la animadversión que ha provocado en otras riberas. Será porque cabalgamos.

Por eso, contradiciendo absolutamente al gran visionario Mariano José de Larra, afirmamos que escribir en el Diario del Carnaval es reír. Y hacer reír. Si alguno ha llorado, de rabia, celos o frustración al leerlo, seguramente era un autor o componente sin sentido del humor, es decir, desubicado en Cádiz, hijo pródigo imposible, falso albañil de ladrillos colorados, pretendiente sin futuro a sentarse al lado del trono de Momo, protestón por cajonazos merecidos, hijo secreto y vergonzante de Doña Cuaresma tal vez.Exige dedicación, pero tampoco hay que convertir en héroes al equipo de hombres y mujeres que ha relatado durante mil y una noches los cuentos propios y ajenos, en 30 carnavales como 30 islas, refugios salpicados en el océano del trabajo diario. Los vemos y reconocemos, en cambio, como parte de esos privilegiados que trabajan en lo que más les gusta y ni se plantean que esto sea una escabiosis que les produce irritación, que diría una chirigota provincial, de la provincia de Soria.

Diremos también que de la misma forma que la fuerza del Carnaval moderno provocó el nacimiento de su propio Diario, éste cambió también la fiesta, y sobre todo la manera de mirarla, contarla, e incluso vivirla sobre el escenario del Falla. 30 años, mil números, mil noches de Carnaval y ahí siguen, sin tiempo para pararse a celebrarlo.Nació con una idea: dar al Carnaval entidad de acontecimiento que merece su propia publicación. Y hacerlo desde la admiración y, también, la crítica. El empeño está más que logrado. Y si soy honesto, quizás cabría reflexionar sobre si se ha engrandecido tanto el Carnaval que ha empequeñecido otras manifestaciones artísticas populares de Cádiz y hasta su propia realidad social de la ciudad. Se lo dejaremos a Doña Cuaresma, otro de sus signos de identidad.

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