Opinión

Antisistemas

El reglamento del Concurso es un monstruo que poco a poco hemos ido creando entre todos. El pejiguereo en según qué cuestiones ha ido parcheando clausulitas, añadiendo renglones, engordando el grosor del librito y aumentando los kilobytes del pdf. Todos tenemos la culpa del reglamento del cual todos nos quejamos. Nadie ha sido capaz en taitantos años de sintetizarlo, por mor, sobre todo, de esa manía tan nuestra de buscarle el fallo, la rendija por donde colar una gamberrada. Cuando la travesura hacía pupa, entre todos nos encargábamos de repellar la grieta de la normativa, para que la transgresión a las santas escrituras no volviera a producirse en años siguientes. Un tenerlo todo atado y bien atado en versión papelillera. Los guardianes de las leyes falleras, con el beneplácito de la masa practicante, han tenido que ir plasmando en papel lo que ya todos sabemos , sin que nunca lo hubiéramos estudiado como el que se prepara unas oposiciones a funcionario de prisiones. Y por eso mismo por ejemplo, se tienen que usar cuatro o cinco párrafos para definir lo que es una chirigota. Técnicamente correcto, carnavalescamente absurdo. No afinar en la redacción de los artículos puede conllevar que un espíritu burlón aproveche el vacío legal, y de esa forma aglutine cierta cuota de atención extra que le lleve al ansiado premio. Del mismo modo, si esa búsqueda de cosquillas a la norma escrita no produce reacción represiva en la edición siguiente (pocas veces ocurre), la golfa osadía del autor habrá servido para algo, en este caso, abrir un poquito las ventanas, airear el ambiente y dar pistas para la evolución. Por el contrario, si el desafío no cuenta ni con el beneplácito del público, ni de los compis de batalla, ni del sentido común, quedará enterradete en las crónicas, y no pasará más allá de anécdota a recordar en reuniones psicotrópicas. Este año ha habido alguna que otra aventurilla de éstas. El tiempo dirá.

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