El cadizforniano

El día después

POCO se ha escrito de la mañana después de cantar. Tu cuerpo aún mantiene restos de la batalla: si te han tenido que pintar los ojos, mantienes la mirada a lo Liza Minelli aunque luego te tengas que subir a un andamio. Si te pintaron de verde, en lo recóndito de las orejas aún se conservan vestigios de maquillaje, provocando bien el cachondeo de los colegas, o la arcada directamente. Todo eso, si cuando llegaste a casa tras la actuación, tuviste la feliz idea de ducharte. Porque si por el éxito rotundo (y la borrachera posterior) o bien por el fracaso monumental (y la borrachera posterior), te tiraste en la cama cual Neymar tras una leve rachita, amanecerás con un Renoir en la almohada y una carta de ajuste en todo el careto. Luego sales a la calle para comprar toda la prensa habida y por haber, si bien te la reflanfinfla el Brexit y Quim Torrá, porque tú vas directo a por las páginas de Carnaval. Práctica ancestral, hoy casi carente de sentido, porque lo que piensa el mundo mundial de tu agrupación lo sabes desde que sales del Teatro, y no eres capaz de despegar la vista de la pantalla del móvil. Aún así, te das la vueltecita gaditana. La longitud de la vueltecita es proporcional al éxito obtenido. Si tu agrupación pegó un pepinazo y puso el Falla boca abajo, para ir del Ayuntamiento a la Catedral, pasas por la Plaza Mina y a ser posible a través de calles muy transitadas para encontrarte con gente que te felicitará como si no hubiera un mañana, llevando tu ego a cotas insospechadas. En el caso contrario, te pones gorra, gafas de sol y todo lo posible para que no te vea ese colega tuyo cargante que te puede eliminar de un plumazo las poquitas ganas que te quedan de ponerte otra vez el tipo. En ambos casos, se detecta una actitud un tanto chuflilla tanto en un extremo como en otro.

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