La copla sencilla

Muere lentamente

Muere lentamente el que espera el concurso quemando sus audios una y otra vez, deseando que las voces que tanto anhela vuelvan a sonar, y que un nuevo batiburrillo de coplas le inunde los oídos, como si no hubiera un mañana, como si no hubiera un pasado. Muere lentamente el infeliz que cada noche ensaya, sabiendo que su agrupación defraudará al aficionado, que no tendrá beneplácito alguno, ni de propios ni de ajenos, y que caerá tristemente en el olvido o en un cajón del Aula de Cultura, lo que a veces es lo mismo. Muere lentamente el pusilánime locutor, amante de inciensos y varales, perpetrador de bostezos y cortapuntos, cuyo contador de marcha atrás le va indicando cada media hora, más o menos, las que faltan: "69… 68… 67...". Muere lentamente el que sabe parar el mundo en el trío de una copla, absorbiendo el aire y los jugos de la esencia, reteniendo para sí los elementos y las formas, asegurándose el recuerdo cuanto puede, para exhalarlo en reuniones clandestinas al amparo de la noche, rodeado de otros locos que no saben lo que dicen, pero sienten lo que cantan. Muere lentamente el que rebusca en su conciencia el elemento que le estalle, aquel que traspase el alma y le dispare los dedos, para arrojarlo con cariño inexplicable sobre ese tonto recuadro blanco, para que luego a fuego lento se convierta en grito atronador en un puñado de gargantas. Muere lentamente el niño disfrazado y aburrido, el papá desesperado cuando las carrozas no aparecen, el que se busca dos duros con bocadillos que no vende, la chica que se enamoró de ti por culpa de los carnavales… Y muere lentamente (¡ay qué pena, y qué cortito!), la copla de los jartibles cuando el tiempo nos devuelve al abismo de la vida. Pues ahí, señores… ahí también muero yo.

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