Fútbol

El partido que el Barcelona habría preferido evitar

  • Al final, el partido importó, y mucho. Lo último que necesitaba era sumar una nueva derrota, caer ante el mayor de sus rivales, lo último que quería exhibir y confirmar es que sigue dudando, que duda cada vez más.

Nadie planteó la pregunta en voz alta, pero en la extraña tarde en la que el partido entre el Real Madrid y el Barcelona parecía un fantasma de sí mismo, el "¿qué estamos haciendo aquí?" era una pregunta perfectamente lógica, y muy especialmente para el magullado club catalán. Porque al final, el partido importó, y mucho. Lo último que necesitaba el Barcelona era sumar una nueva derrota, caer 2-1 ante el mayor de sus rivales, lo último que quería exhibir y confirmar es que sigue dudando, que duda cada vez más.

Que es exactamente lo opuesto que le viene sucediendo a los blancos. El alma, y en muchos casos el cuerpo, del Real Madrid estaba puesta en el choque del martes ante el Manchester United, la noche que puede convertir su temporada en un camino al gran éxito o en la certificación de un fracaso. Por eso José Mourinho optó por presentar la defensa titular y acompañarla de un elenco de suplentes en el mediocampo y la delantera, pero todos salieron felices, casi relajados, todo un contraste con el equipo visitante. El Barcelona estaba de cuerpo presente, excepto el lesionado Xavi, pero su mente instalada dentro de diez días, ese 12 de marzo en el Camp Nou ante el Milan que será la medida de muchas cosas, más allá de la que se perfila como arrolladora conquista del título de la Liga española. La ventaja sobre el Madrid es ahora de 13 puntos. Sigue siendo una enormidad, pero nunca semejante diferencia se disfrutó tan poco.

Al inicio, el público blanco también se preguntaba qué hacía ahí. Lo importante había pasado el martes con el 3-1 ante el archirrival en el Camp Nou. Lo de este sábado era un relajado añadido, potenciado por el hecho de que se jugaba a las 16:00 y con el suave sol del final del invierno bañando medio Santiago Bernabéu. Los partidos importantes a nivel de clubes, se sabe, casi nunca son acompañados por el sol, necesitan de la noche y los focos de luz artificial para ser tomados en serio. Aunque el fútbol hace ya mucho que no se juegan en los estadios y sobre el césped, sino en millones y millones de televisores repartidos en más de 200 países. El horario era perfecto: noche de sábado en Asia, mañana o mediodía en América, media tarde en Europa. Sólo fallaba, quizás, la trascendencia del partido.

No para Kaká, que en la semana se había quejado de no ser aprovechado como se merecería por Mourinho, y salió motivadísimo, al igual que Andrés Iniesta. Pero Dani Alves y Javier Mascherano, quizás atrapados por la melancolía de los últimos partidos, dejaron moverse a placer a Morata, para que lanzara el centro, y a Karim Benzema, para que a los seis minutos el Real Madrid se adelantara 1-0.

¿Qué estamos haciendo aquí?, se preguntaban el puñado de hinchas del Barcelona en un extremo alto del fondo norte del Bernabéu. Estaban para ver a Lionel Messi igualar a Alfredo di Stefano: con 18, los dos argentinos comparten ahora el récord de goles anotados en el gran clásico del fútbol español. Messi, además, sumó su decimosexto partido de Liga consecutivo marcando, y esta vez el gol llegó con una combinación que durante mucho tiempo era marca registrada en el mejor Barça: habilitación de Alves a Messi y el argentino sacudiendo la red.

Fue sólo un recuerdo de aquellos tiempos en los que el Barcelona era lo más cercano a la perfección en el fútbol. Un recuerdo que se diluyó enseguida. Nada le sale bien últimamente al equipo que Josep Guardiola llevó a la cima. Viene fallando ante los grandes y recibe goles de cabeza en los córners que antes no se hubiera permitido, como el de Sergio Ramos para sellar la victoria. Van tres clásicos consecutivos con los azulgranas viendo como los blancos les marcan de cabeza, algo que no se daba desde hacía 25 años.

Ése, el de los córners, supo ser un gran problema del Real Madrid de Mourinho. Como lo fue, también, el de las malas actitudes. Hasta en eso viene perdiendo el Barça su fisonomía, porque Víctor Valdés, su portero, recibió la tarjeta roja tras el pitido final. A esa altura Messi ya tenía bien claro que no quería estar ahí. Abandonó rápido el césped casi sin saludar a nadie mientras Cristiano Ronaldo, que jugó la media hora final, sonreía tras otra gran exhibición pese a no anotar. Era la segunda vez en la historia que el Barça perdía con el mismo rival en cuatro días. La otra había sido con el Mallorca en 1998. Pero ante el Real Madrid es otra cosa. Lo mismo se puede decir del Barça: es otra cosa, un creciente y aún inexplicado enigma.

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