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El oro que se fue a Moscú

  • En los Juegos de Múnich 1972, la Unión Soviética venció en la final de baloncesto al todopoderoso equipo de EEUU gracias a la canasta más polémica de la historia

Retrocedamos al año 1972. El mundo permanece dividido en dos bloques, EEUU-URSS, y el ámbito deportivo refleja la tensión política existente, con duelos que atraen la atención de la Casa Blanca y el Kremlin. Durante el mes de agosto, el joven talento norteamericano, Bobby Fischer, logra imponerse al paciente soviético Boris Spassky sobre el tablero de los 64 cuadros, y se corona campeón del mundo de ajedrez. En la partida de la Guerra Fría, Fischer pone en ventaja al mundo occidenal sobre el telón de acero. La URSS tiene que tragarse su orgullo, pero no pasará más de un mes en tomarse el desquite, justo en el país donde se fragmentó el planeta.

Llegan los Juegos Olímpicos de Múnich 1972, recordados no sólo por los éxitos del nadador estadounidense Mark Spitz, que obtuvo 7 medallas de oro. Fueron unos Juegos marcados por el luto. Un comando de la organización terrorista palestina Septiembre Negro, irrumpió en la villa olímpica y tomó como rehenes a deportistas israelíes. La tragedia se saldó con 17 muertos y los Juegos de la alegría, bautizados así antes de su comienzo, fueron tristemente golpeados por los acontecimientos. En el Sporthalle, las dos potencias mundiales del baloncesto se encuentran en la gran final. Los Estados Unidos han ganado las siete ediciones anteriormente disputadas, y todo hace presagiar que continuarán su racha victoriosa, pues se presentan en el partido decisivo invictos. Pero esta vez se enfrentan a un sólido adversario; su técnico, Vladimir Kondrashkin, ha conseguido ensamblar un potente equipo.

La URSS toma el mando en el marcador desde el primer minuto y, tras un partido muy defensivo, la primera mitad acaba 26-21. Comienza el segundo tiempo y los soviéticos siguen dominando. A falta de 10 minutos, llegan a tener diez puntos de ventaja: 38-28. El técnico norteamericano Henry Iba, a la desesperada, ordena a sus hombre pressing en toda la cancha y, poco a poco, empieza a dar sus frutos. En el último minuto, tras un parcial de 0-8, los estadounidenses se colocan a un punto: 49-48. Faltan 6 segundos cuando los soviéticos, asfixiados por la presión, pierden el balón. Doug Collins corre hacia la canasta contraria, lanza ante dos defensores y no anota, pero los colegiados señalan falta personal. Collins convierte el primer tiro libre, se prepara para ejecutar el segundo y suena la bocina: los rusos han pedido tiempo muerto. El americano, sin embargo, no pierde la concentración, anota y, por primera vez en el partido, su equipo está por delante en el marcador: 49-50.

Faltan 3 segundos. Los rusos sacan de fondo, suben el balón y, antes de superar la mitad de la cancha, los árbitros detienen el juego. ¿Final del partido? Los norteamericanos festejan el triunfo, mientras, el entrenador soviético reclama a la mesa de control el tiempo muerto que había solicitado. Righetto, colegiado brasileño, manda sacar de nuevo con 1 segundo de juego por disputarse, y el tiro, lejanísimo de los rusos, no entra. El banquillo de EEUU salta a la cancha a celebrar la victoria, y entonces sucede lo inesperado: Williams Jones, secretario general de la FIBA, baja del palco e indica a la mesa reponer 3 segundos. Explica que el reloj marcaba un segundo, cuando en realidad quedaban tres, y atribuye el error al encargado del electrónico que, tras el último tiro libre, no detuvo el cronómetro, dejando que el tiempo se consumiera, con el consiguiente perjuicio para los soviéticos.

Por tercera vez consecutiva, los rusos se disponen a sacar de fondo. Con los jugadores norteamericanos pendientes todavía de la discusión, Edeshko, desde debajo de su tablero, envía un pase largo y muy bombeado hacia el aro contrario. El balón lo atrapa Alexander Belov quien, tras deshacerse de manera no muy ortodoxa de sus dos defensores, finta y convierte canasta: 51-50. La alegría de los soviéticos fue indescriptible. La URSS era campeona olímpica de baloncesto por primera vez. Los estadounidenses protestaron. Su seleccionador Henry Iba argumentó que la canasta no podía haberse conseguido en tan poco espacio de tiempo. Pero recordemos que, según el reglamento, éste no se contabiliza hasta que alguien toque la pelota. Y tres segundos, en baloncesto, son más que suficientes para lograr un enceste. Las discusiones continuaron (durante el tumulto final que se formó en la pista, Iba perdió su cartera con 370 dólares), y la ceremonia de entrega de medallas fue suspendida.

Righetto se negó a firmar el acta del partido y esa misma noche, un comité especial de la FIBA, formado por cinco representantes, se reunió para estudiar la apelación de los Estados Unidos y decidir la validez del marcador final. La votación resultó favorable a Rusia por 3 a 2. Polonia, Hungría y Cuba votaron a favor, e Italia y Puerto Rico en contra. Tal vez con la presencia de un tercer país occidental, EEUU habría ganado. Sus jugadores, tras conocer el dictamen, decidieron no aceptar la medalla de plata. Al día siguiente, soviéticos y cubanos subían al podio y recibían las medallas de oro y bronce respectivamente. El segundo escalón quedaba vacío. "No estuvimos por ser malos perdedores, sino porque no perdimos el partido", declaró Iba. Los norteamericanos lo catalogaron de "auténtico robo" por parte de la Federación Internacional de Baloncesto, e incluso amenazaron con no participar más en unos Juegos Olímpicos. Las medallas de plata nunca fueron entregadas. Permanecen en la cámara acorazada de un banco de Múnich y todos los años, el COI envía una carta a los componentes de ese equipo pidiéndoles que rellenen el formulario para recibirlas. Todavía hoy, los Estados Unidos siguen sin admitir aquella decisión. Consideran que la primera derrota en basket-ball les llegó en Seúl 1988; tal y como escribieron los periódicos del país: era la "primera vez" que no ganaban el oro olímpico.

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