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Otra fiesta con agonía

  • El agua respeta a una afición a la que le llueven alegrías en los finales

Dos seguidoras reclaman la verdadera categoría que creen merecer.

Dos seguidoras reclaman la verdadera categoría que creen merecer. / fito carreto

Enésima fiesta final en el Ramón de Carranza. El estadio presentaba una entrada similar a la de los últimos encuentros, por encima de los 13.000 espectadores, a pesar de que la climatología no invitaba demasiado a salir de casa. El calor de la grada se notó cuando más lo necesitó el equipo amarillo, nada más que empezar el choque después de que el Mirandés sorprendiera con el 0-1 al botar un córner. El tanto de los burgaleses y un par de decisiones arbitrales que hicieron temer lo peor espolearon a la afición en la misma medida que a un Cádiz que hasta pasada la media hora apenas había dado señales de vida en alguna acción aislada de Salvi, protagonista de un error inexplicable en boca de gol que provocó que los seguidores se llevaran las manos a la cabeza.

Precisamente el sanluqueño asistió a Abdullah poco después para que el comorense reestableciera el empate y llevara la tranquilidad al cadismo, sólo relativamente inquieto hasta ese momento porque los pupilos de Álvaro Cervera se han ganado a pulso un amplio margen de confianza. Al descanso se llegó con las espadas en alto y sin paraguas abiertos, una noticia que agradecer recordando el día del Zaragoza.

En la reanudación, a falta de buen fútbol los seguidores locales, acostumbrados a la agonía, lo fiaron todo a alguna individualidad, un latigazo puntual de Ortuño, de Álvaro, de Aitor, a la recta final. Y, en efecto, de nuevo en los últimos minutos, justo después de que el colegiado dejara sin señalar un posible penalti sobre Brian, fue el delantero murciano el que llevó el júbilo al graderío el empujar el cuero al fondo de la red, entre la cabeza y el pecho, tras un centro desde la derecha. Un gol marcado con el alma, con todo, con la inquebrantable fe de un bloque entregado a una causa ante una hinchada entregada al bloque. Como dice Cervera, la suerte se trabaja.

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