Submarino amarillo

Humildad y paciencia

  • Todos los caminos de la utopía conducen al infierno de Ipurúa, el metafórico estadio vasco donde el Submarino se enfrenta a sus fantasmas, al pasado porvenir y al club segundón por antonomasia

CURA de humildad en Ipurúa. A purgar errores de medida y delirios de grandeza. "Si ganamos los próximos quinientos partidos..." Entre la media inglesa, que consagra la victoria en casa y el empate a domicilio, y las cuentas de la lechera, el Submarino se enfrenta a sus propios fantasmas de aquí a 2013. ¿No lo sabe ya? El campo más peyorativo de los últimos tiempos, el angosto y a menudo embarrado césped del club segundón por antonomasia aguarda con ganas de revancha. Los vascos, eternos filiales de la Real Sociedad, pueden estar orgullosos de su condición de equipo recio y resistente, hasta diez años seguidos se mantuvieron en Segunda los tíos, hasta que un año de altos vuelos, cuando compartieron con el Cádiz los primeros puestos de la clasificación, acaso quebró la filosofía vital del conjunto y dicho y hecho, y a lo hecho pecho y pal pozo del tirón. El Éibar ha vuelto, si alguna vez se marchó, y aquí está otra vez, pa dar por saco a galácticos y agrandados. Lejos queda la utopía de 2005 para unos y otros.

La utopía del 2005, que un señor llamado Víctor Espárrago convirtió en realidad con un grupo de humildes y cabales futbolistas, queda la mar de lejos, parece un espectro fantasmal, la revolución del centrifugado, el gran cobazo a los fieles impenitentes del color amarillo. El Cádiz gallito de entonces, que llegó por sorpresa desde las profundidades del deseo voraz, es hoy el Cádiz barato, top manta de nuestras entretelas, pintor de cábalas imposibles. Ahora hablan de cincuenta puntos. Hay gasolineras que te dan una hamburguesa de tornillos por cada cincuenta puntos, qué punto.

La línea divisoria entre la realidad y la ficción, a punto de caramelo. Otros, en cambio, prefieren mirar más allá de su mediocridad y se fijan en el Xerez. ¿Cómo va el Jeré? Consuelo de tontos, charlas de bar, fanatismo dominguero a un paso de la gresca entre vecinos. A este paso, nos vemos en el pozo, ñores, a ver quién la tiene más corta, la plantilla, la afición, la mira telescópica. Otros se desdicen, donde digo diego, y miran la tabla con desdén. ¿Quién dijo nunca más? Los listos que el año pasado aseguraron que jamás se daría algo parecido, tres o cuatro equipos destacados meses antes de la meta, se tragan ahora sus palabras. A diez puntos del cielo, a seis del infierno, qué emoción más churretosa. Ante todo, dignidad, y tirar palante. Y que haya Buenaventura. Don Lorenzo es experto en levantar el tono físico y moral de la muchachada, cuidado, no ha dicho su última palabra. Suerte o maleficio, he ahí el dilema.

Los intergalácticos de turno llevan años chufleándose del Éibar, de su estadio, de sus hechuras, de su modo de juego, obviando quizá los pecados capitales de las murallitas padentro. Cuando el Submarino volvió soterradamente a Segunda, quizá el hábitat natural de una ciudad de Segunda, los creídos de turno dijeron que el Cádiz retornaba a campos como el del Éibar, al infierno colorado, como si Carranza fuera el bárbaro campo bávaro del Bayern de Múnich, como si nadie hubiese olvidado el recorte del campo, la caída en desgracia de la torre olímpica del vetusto estadio gaditano, como si fuera ayer cuando se jugase un Trofeo en Bahía Sur, mu cerquita del Carrefú.

Ofú, qué de tontería en lo alto. Ya que estamos, de camino hacia la eternidad, a bordo del ave zarrapastroso que nos quiere vender doña Magdalena, una visita a Amurrio nunca viene mal. Qué lejos queda la utopía del 05, cuando los gaditanos más salerosos y valientes llenaron una esquinita de San Mamés y se llevaron el disgusto del siglo a última hora, tras enamorar a la concurrencia fuera y dentro del estadio. A unas malas, un pasito patrás, la dignidad envuelta en papel de tirititrán y más consuelo para carajotes y contramanistas. Hay gente que está peor. Miren la clasificación humana, descubran la historia del entresijo gaditano, a ver quién la tiene más perjudicada. Se admiten apuestas. A los agoreros, que siempre aciertan el pleno al quince a posteriori, convendría refrescarles la memoria. Hace una década, Ramón Blanco insufló de moral a la alicaída afición cadista, merced a una temporada que no concluyó en milagro de puro milagro, y eso que Ramón Blanco figura como Nuestro Señor de los Mejores Milagros Amarillos, basta con recordar la promoción ante el Málaga.

Pues eso, Blanco devolvió la ilusión a la hinchada, José González se encargaría después de rubricarla con el ascenso a la Segunda A de la que hoy reniegan algunos amnésicos hinchas dermohistéricos. Precisamente, el árbitro que jorobó al Cádiz la liguilla de ascenso, por mor de un penalti criminal ante el filial merengue, fue el trencilla del próximo domingo en Éibar, el maldito Ceballos Silva. Sálvese quien pueda, cuidado con las carteras. La tabla de aquel año sugiere algunos detalles. Recreativo, Almería y Murcia compartían grupo con el Cádiz.

Y si quieren echar la vista atrás con mayor intensidad, en lugar de una década, que sean veinte años, coincidiendo con la mejor temporada del Cádiz de toda su historia, en Primera con Espárrago, otra vez Espárrago. Aquella temporada presenció la actuación en Primera de clubes maltratados por el destino como Sabadell y Logroñés, quién los ha visto y quién los ve. La Real Sociedad cerró la Liga en segundo lugar, fitetú, y el Cádiz en el puesto doce. Ya está aquí el Doce, viva la Pepa. Siempre puede ser peor, Murphy dixit, así que mejor sería disfrutar del presente y preparar el porvenir en condiciones. Este Cádiz baratito apenas tiene pasado, un pasado reciente paecharlo trufado de embustes, desplantes, errores garrafales, especulación y poca memoria.

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