Rafael Nadal almorzó ayer feliz junto a su tío-entrenador entre carcajada y carcajada, pero la procesión va por dentro: la arcilla, la superficie que lo encumbró a la cima del tenis, le viene dando la espalda este año. "No hay que engañar a nadie", dijo hace un par de días en Madrid, donde debutará el miércoles. "Las derrotas te generan dudas", remató.

Nadal pasó los últimos días ajustando detalles en su tenis, dudando y consciente de algunas estadísticas: si no gana el título en Madrid, será la primera vez en una década que cumpla una temporada en tierra batida sin ganar al menos dos Masters 1.000. Tras la sorprendente eliminación en los cuartos de Montecarlo, Madrid y Roma son sus últimas oportunidades.

Un Nadal dudando sobre arcilla es algo inédito en los últimos diez años. Aquel rush de 2005 para instalarse como codueño del circuito junto a Federer incluyó los títulos de Montecarlo, Barcelona, Roma y Roland Garros. Hoy, en cambio, sólo exhibe un título sobre el rectángulo naranja, el de Río de Janeiro, un logro que además minimiza. "Gané jugando mal y con dolor, me tuve que infiltrar la espalda y no pude entrenar hasta Indian Wells".

El origen de todos los males de Nadal está en la noche del 26 de enero en Melbourne: tenía la ocasión de conquistar en Australia su decimocuarto Grand Slam, pero terminó cayendo ante Wawrinka afectado por un bloqueo en la espalda.

¿Qué espera entonces de Madrid, ese torneo que en el pasado criticó con dureza y en el que los 550 metros de altura sobre el nivel del mar influyen, según él, de forma importante? "Aquí vamos a estar para pelear. Con pequeñas cositas el cambio puede ser bastante drástico".

Ya antes de jugar el torneo se le hizo menos hostil a Nadal, porque el serbio Novak Djokovic renunció a jugar debido a una lesión y disipó así algunos de los nubarrones que se cernían sobre el número uno del mundo. "Por desgracia la lesión que tengo en el brazo derecho ha vuelto a inflamarse", explicó Djokovic.