Atlético-Sevilla · La Crónica

Atlético y Sevilla, igual en todo (0-0)

  • El Sevilla se agranda desde una mayor fiabilidad al conquistar un valioso punto en casa de un rival directo · El once de Marcelino, que tuvo el triunfo en las botas de Manu, sigue invicto y en la zona alta.

No son campos fáciles los de Villarreal, Osasuna y Atlético y en ninguno de los tres ha caído este Sevilla que está construyendo Marcelino desde la lógica del fútbol, desde aquella que dice que el control y la fiabilidad son mejores compañeros de viaje que ampararse únicamente en toda la pólvora que se le presupone arriba. Eso, por ejemplo, le ha llevado a llegar a este punto invicto, muy arriba en la tabla y sumando cuatro jornadas sin recibir un gol, algo que no se conocía en la entidad de Nervión desde septiembre de 2009.

El punto sumado en el Calderón, con Falcao y todas las pinturas de guerra de los atléticos, tiene valor porque fue trabajado y porque no fue fruto de la casualidad. El rival apretó, pero más por fallos propios que por mérito de los de Manzano, que no crearon apenas ocasiones en ataque estático. Pero es que hasta pudo ganar el Sevilla en este escenario caliente y hostil, lo que, desde luego, no producía al final las malas sensaciones traídas de Villarreal, donde sí se pareció más al equipo de la pasada campaña.

Marcelino empezó a ver que las cosas le estaban saliendo medianamente bien cuando el Sevilla se sacudió ese arranque explosivo del Atlético, un equipo que vio pasar toda la primera mitad contando apenas dos acercamientos en su haber, ambos en balones sueltos que Reyes y Tiago no aprovecharon por falta de puntería. El entramado ideado por el entrenador del Sevilla, a pesar de que Kanoute no estaba ayudando en nada y de que Rakitic no está todavía en su plenitud física como para tapar todo lo tapable, se presentaba en el Calderón con cierta solvencia. Sólo balones mal despejados que llegaban en ventaja a los jugadores de la segunda línea colchonera ponían en aprietos a Javi Varas. Cáceres, actuando de central en el perfil izquierdo, daba la sensación con su heterodoxia de que podía de un momento a otro facilitar el remate de Reyes o de Diego, los que andaban revoloteando a la caza de esa segunda jugada que brindara la pelea de Falcao. Salvo eso, el Sevilla era un equipo bien puesto en el campo. Sí, un poco en manos de esa segunda jugada, pero decente en el manejo de la situación del balón y de los espacios libres.

Y no era más en ataque el Sevilla porque Kanoute estaba francamente mal en los controles. Si sus compañeros le entregaban el balón en ventaja, el franco-malí tenía verdaderos problemas para mantenerlo y así era muy difícil que el equipo de Marcelino se uniera para hacer daño de verdad a un Atlético que atrás no es una roca precisamente. El grandísimo delantero lyonés conserva muchas de las virtudes que lo llevaron a ser, probablemente, el mejor jugador de la historia del club. Por eso, todavía decide partidos con su remate clarividente y seguro cuando se le presenta la ocasión. Pero, por ejemplo, viéndolo en la primera mitad podía uno preguntarse qué fue de aquel pegamento mágico con el que hacía sus milagros. Ya no está, o al menos, ya no está siempre. Se le escurrían todos los controles y así contagiaba a Rakitic y aislaba a Manu. Pérdidas suyas, además, se convertían casi en la única vía de ataque rojiblanco.

Menos mal que después, tras el descanso, salió otro Kanoute. No  desde luego para tirar cohetes, pero sí más pausado en el contacto con el balón y también con alguna chispa. Ello, como no podía ser de otra manera, repercutió en el estado general del equipo blanco, en el que las piezas se fueron engarzando para que las pisadas en el área de Courtois fueran más frecuentes. De esa forma llegaron los mejores momentos del equipo de Nervión. Rakitic, que ya antes había dejado pinceladas de su criterio en balones largos, comenzaba a dar sentido a la apuesta de Marcelino en detrimento del imberbe Campaña. Sólo por su golpeo a balón parado merecía la pena tenerlo en el campo, pero es que poco a poco iba dejando muestras de que su físico, sin ser el mejor, no está tan mal. Además, Marcelino veía a su gente practicar ese fútbol de recuperación rápida tras las pérdidas que tanto le gusta. Esto lo interpretó bien Manu en un par de robos que, como en Villarreal, debieron haber dejado sentenciado el pleito. Y es que Atlético y Villarreal son equipos parecidos: una boca con dientes afilados, pero con placas en la garganta. Jesús Navas culminó la primera tras la buena combinación entre Manu y Navarro y el propio Manu tuvo la ocasión de la noche al recorrerse medio campo en solitario con la cartera que le había quitado a Mario Suárez a muchos metros de Courtois. Pero, otra vez, el jiennense no acertó y obligaba a su equipo a seguir sufriendo.

Porque el Atlético -nadie lo dudaba- iba a seguir apretando. Pese a que Cáceres y, sobre todo, Spahic lograban llevar a término el trabajo de sus compañeros de impedir que le llegaran balones a Falcao, con futbolistas como Reyes y Diego el peligro tenía que merodear las inmediaciones de Javi Varas, que no había tenido que aparecer pero que en la recta final volvió a dejar su granito de arena en un par de acciones decisivas. El colombiano acabó desquiciado por el marcaje de aproximación que recibía, y si falló esa ocasión en la boca de gol fue probablemente por ese estado de ansiedad al que lo llevaron Spahic y Cáceres. Pero eso era parte del plan. Un plan que, aunque le faltó el gol, está basado en la lógica. 

 

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