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De libros

La nada vuelta luz

  • Embarcado en una travesía mística que ha fructificado en dos excelentes libros de poemas, Vicente Gallego se sirve ahora del ensayo para exponer su teoría sobre la "conciencia viva".

Contra toda creencia. Vicente Gallego. Kairós. Barcelona, 2012. 446 páginas. 16 euros.

Adscrito en sus inicios al núcleo duro de la poesía de la experiencia, Vicente Gallego ha ido evolucionando, sobre todo a partir de Santa deriva (2002), hacia una lírica meditativa que en sus dos últimos poemarios -Si temierais morir (2008) y el reciente Mundo dentro del claro (2012)- raya el misticismo, aunque su aspiración trascendente no se acoge a un corpus doctrinal cerrado. Gallego era ya un gran poeta, de los mejores de su generación -integrada entre otros por su "hermano interminable" Carlos Marzal, ambos en la estela bienhechora del maestro Brines-, y lo sigue siendo después del descubrimiento de la "conciencia viva", pues al margen de su contenido la poesía vale lo que valen los versos, que en el caso de Gallego son siempre conmovedores y concernientes y muy a menudo memorables. Los dos títulos citados son perfectamente complementarios en la medida en que muestran sendos aspectos de una misma teoría, abordada desde una dimensión espiritual o celebratoria, primero como camino de conocimiento y después como confirmación de lo intuido o revelado en la realidad palpable que nos rodea, dado que el espíritu y el mundo son una y la misma cosa.

La gratitud por el hecho de estar vivo, la reconciliación con el aquí y ahora o el culto de la belleza despojada de aditamentos son algunos de los rasgos que caracterizaban la poética de Mundo dentro del claro y reaparecen en este ensayo, Contra toda creencia, que tuvo como primer título el de uno de los poemas allí incluidos, Para ofrecer la rosa, un hermoso tríptico donde Gallego habla de "[…] la flor originaria, / la primicia del ser, nuestra conciencia", de "la nada vuelta luz", de la rosa "que se da en sombra y en luz y no se alumbra". Las revelaciones, los himnos, las epifanías de su obra poética toman aquí la forma de un enjundioso tratado que desvela el trasfondo teórico subyacente en los versos y se propone a la vez, desde la humildad o hacia la humildad, como guía para alcanzar la paz de espíritu. Decíamos antes que el afán trascendente de Gallego no se acoge a una doctrina determinada y de hecho descree de los saberes codificados, pero aunque la suya sea una religiosidad heterodoxa -o más bien sincrética, aunque él prefiere hablar de síntesis- lo cierto es que se sirve de tradiciones seculares, la filosofía griega, el repertorio bíblico, el cristianismo, el hinduismo, el islam, el taoísmo o el budismo zen. Todo ese sustrato, que informa su poesía última, recorre asimismo estas páginas, en las que el poeta deviene pensador sin dejar de ser poeta.

Respecto a otros libros de corte sapiencial, lo primero que llama la atención de Contra toda creencia es la calidad de la escritura, apreciable en el ritmo de la prosa o la riqueza de las imágenes. Como nadie ignora, el género -si cabe llamarlo así- es pródigo en aproximaciones abstrusas, bienintencionadas o peligrosamente cercanas a los recetarios de autoayuda. Frente a esas compilaciones apresuradas o toscamente divulgativas, el discurso de Gallego -"el discurso del hombre libre de su persona, el que advierte la realidad de los hechos sin someterse a las creencias heredadas"- no renuncia a recursos habituales como la interpelación directa al lector -"querido amigo"- o la búsqueda de la empatía, pero ofrece además una exposición impecable que prescinde de la apoyatura bibliográfica, se acompaña de citas no decorativas y persuade con suavidad, moviéndose con admirable soltura entre conceptos complejos que alumbran verdades sencillas. Es una exposición que tiene mucho de prédica, pero el predicador se sitúa lejos de la gravedad admonitoria o de la suficiencia grandilocuente, en la tradición de los poetas filósofos que aspiran no sólo a reflejar el mundo con palabras sino a comprender -y explicar- su esencia última.

Frente al dualismo, Gallego propone una conciencia cósmica donde la identidad personal se diluye y el deseo se anula, condiciones necesarias para que aflore la armonía, vinculada a la aceptación de la realidad desprovista de velos, adornos o angustias innecesarias. El recorrido tiene un doble valor pedagógico y terapéutico, pero el lector no necesita comulgar con sus planteamientos para seguir una disertación que remite a las enseñanzas filosóficas o sagradas de la "era axial" (Jaspers) y recurre ocasionalmente a la obra de poetas como Juan de la Cruz, Walt Whitman, T.S. Eliot, Juan Ramón Jiménez o Fernando Pessoa, buscadores o portavoces de la "rosa blanca de la belleza". Habrá quien desconfíe del misticismo de Gallego e incluso lo califique de iluminado, y de eso se trata, precisamente, pues la imagen de la luz es recurrente, pero incluso los más escépticos -que lo son sólo parcialmente, dado que no suelen descreer de sí mismos- encontrarán en este libro hermosos pasajes e intuiciones reveladoras. Los sabios, los poetas, los hombres santos, lo vienen anunciando desde hace milenios: conocerse es olvidarse de uno mismo y sólo desde la anulación del yo es posible la gozosa comunión con el mundo. La vía es por lo tanto la desnudez, el desapego, la desposesión o el "desprendimiento", para decirlo con la palabra que da título a uno de los últimos poemas de Mundo dentro del claro: "Nadie sabe de ti si en ti no muere. / Tu hermosura no ven, de tan hermoso".

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