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'Vindictas': la ventana abierta

  • Una antología editada por Páginas de Espuma y la Universidad Autónoma de México traza el "mapa secreto" de la literatura latinoamericana con la reivindicación de una veintena de autoras

Socorro Venegas y Juan Casamayor, editores de esta antología.

Socorro Venegas y Juan Casamayor, editores de esta antología. / Isabel Wagemann

La boliviana María Virginia Estenssoro (La Paz, 1902 - Sao Paulo, 1970) publicó en 1937 El occiso, un volumen de relatos en el que desafiaba las convenciones al hablar abiertamente de una relación fuera del matrimonio y de un aborto voluntario. La osadía era también literaria, porque Estenssoro escribía con una voz audaz y deslumbrante, que dialogaba con las vanguardias y desprendía un poderoso lirismo, pero el talento de aquella mujer no pudo hacer nada frente a la moral y su dedo acusador. Una campaña para que ese librito desapareciera de circulación agotó los ejemplares, y su creadora se sumió entonces en el silencio. No volvió a mandar ninguna obra a imprenta, y fueron sus hijos, después de morir su madre, los que recuperaron aquel texto maldito y divulgaron también otros cuentos y poemas.

Estenssoro es una de las veinte autoras que recoge Vindictas, una antología que ve la luz gracias a la Universidad Nacional Autónoma de México y Páginas de Espuma y que traza un "mapa secreto" de la literatura latinoamericana, un doloroso e imprescindible inventario de todas esas escritoras que "no tuvieron las mismas oportunidades que sus compañeros hombres para dar a conocer su trabajo", apunta Socorro Venegas, editora junto a Juan Casamayor de esta propuesta.

"Quienes escribimos, también los lectores", sostiene la escritora mexicana, "tenemos en la memoria de lo que nos ha formado y nos ha hecho crecer no una, sino varias autoras. Y lo extraño es que se nos volvió normal no saber más de ellas, no poder encontrar sus libros", explica Venegas. Con esta antología, integrada en un proyecto más amplio en el que la UNAM dirige la atención a creadoras que se volvieron invisibles, sus responsables se preguntaban "por qué no siguieron vivas esas narradoras a través de sus obras, en las librerías, en las bibliotecas, en los clubes de lectura". No, añade la especialista, su lugar, aunque pueda parecerlo ahora, "no era la periferia, no tenían esta cosa romántica de querer ser autoras secretas. Concebían sus historias para todos, no para una minoría, y eso se comprueba en la lectura de los textos, que son vibrantes".

"Cuando haces este tipo de antologías", argumenta Juan Casamayor, "existe la sospecha de que estás merodeando por espacios marginales, acercándote a escritoras de provincias oscuras y lejanas y que publicaban en hojas parroquiales, por exagerar un poco. Pero es todo lo contrario. Estas autoras tuvieron un recorrido intelectual muy desarrollado, y eso hace más grave su silenciamiento", señala el editor. Silda Cordoliani es "un caso palmario" de ese papel relevante que tuvieron: fue directora de Monte Ávila, "una editorial muy importante" de Venezuela y de América, "y en esta selección hay muchas que estudiaron en las universidades más importantes del mundo. Estaban muy metidas en el mundillo literario, pero llega un momento en el que dejan de ser visibles", prosigue Casamayor. "Si tú miras las antologías que se han hecho, verás distintos criterios literarios, distintas sensibilidades, pero siempre hay una misma característica: no hay escritoras. Y ocurre lo mismo en los festivales, en los programas académicos, en las colecciones que se publican. Todo eso hizo que la obra de esas escritoras no se mantuviera viva", lamenta.

Entre otras razones porque no interesaba dar espacio a discursos que empezaban a cuestionar "una sociedad conservadora y heteropatriarcal", analiza Venegas. En Reunión, la ecuatoriana Gilda Holst firma un emocionante relato en el que una mujer empieza a desprender un poderoso olor que provoca el rechazo de todos y la reivindicación de sí misma. "Ese cuento narra qué pasa cuando una mujer tiene pensamiento propio, cuando posee una voz y la exterioriza. Podría haberse callado, que según el dicho estaría más bonita, pero no lo hace", resume la antóloga. En Barlovento, de la colombiana Marvel Moreno, la protagonista da las gracias a "la religión aprendida" que la mantuvo "pura, rechazando las ideas perniciosas del feminismo y la liberación sexual", pero en una deliciosa aventura en la que se extravía un cadáver ese personaje se liberará de su represión. Moreno aporta un triste ejemplo de cómo "algunas escritoras son representadas de forma indigna", detalla Venegas: tras su muerte, el marido es invitado a hablar de ella, "pero sólo cuenta anécdotas domésticas, en ningún momento se refiere a su escritura".

La venezolana Silda Cordoliani. La venezolana Silda Cordoliani.

La venezolana Silda Cordoliani. / Efrén Hernández

Hubo quienes se cansaron de crear y moverse a contracorriente. La uruguaya Armonía Somers "publicó su primer libro y lo único que recibió del sector masculino de la literatura de su país fueron críticas muy adversas. Pero persistió, y siguió trabajando y editando", expone Venegas. "Aunque no le podemos exigir esa tenacidad a todas las autoras. Hubo quienes, como María Virginia Estenssoro, que se exiliaron de la escritura, que dejaron de compartir sus textos. Es terrible que el mundo te calle", asegura la editora, que subraya que "todas merecían la atención por su talento, no por ser mujeres. Algunas antologías dedican un apartado complaciente a las escritoras y acaban siendo como un gueto".

Preguntada por si el reconocimiento que han conseguido hoy autoras como Mariana Enríquez, Samanta Schweblin, Mónica Ojeda o María Fernanda Ampuero podría llevar a la esperanza, Venegas cree que "estamos en un momento muy interesante. Ha habido una lectura rigurosa de unos editores que han apostado por ellas, pero también conozco el esfuerzo que han hecho éstas, sé que llegar ahí no les fue sencillo, que nada ha ocurrido de la noche a la mañana", opina la mexicana, que el pasado año publicó con Páginas de Espuma La memoria donde ardía.

La hondureña Mimí Díaz Lozano, otra de las autoras seleccionadas. La hondureña Mimí Díaz Lozano, otra de las autoras seleccionadas.

La hondureña Mimí Díaz Lozano, otra de las autoras seleccionadas. / Ruy Díaz

Vindictas, que en su labor de recuperación de voces olvidadas ha tejido una red de corresponsales jóvenes que investigaban en cada país, sí invita al optimismo en las ilustraciones planteadas por Jimena Estíbaliz y Clarisa Moura, en las que las puertas se abren y la luz pasa de una mano a otra. "Si muchas escritoras hoy podemos escribir y contar lo que queremos, lo que nos mueve, lo que nos duele, lo que nos interesa, es gracias a que otras escribieron antes", dice Venegas.

Hay, todavía, muchas cuestiones pendientes, como recuerdan los antólogos, para que se "mantenga viva" la obra de las autoras, las del pasado y del presente. "El desequilibrio en los planes de estudio sigue siendo brutal. Y si sigues enseñándoles a los jóvenes que en los siglos pasados no había escritoras estás diciéndole que es un oficio que pertenece a los hombres", advierten. "La responsabilidad es de los periodistas que elaboran la lista de lo mejor del año, de quien hace las adquisiciones en las bibliotecas, de los profesores que dan clase. Si no están esas escritoras no es porque no existan, sino porque igual hay que buscarlas". Estar alerta, en definitiva, para que la luz no se apague. "Es lo que hemos pretendido con esta antología: ese momento", afirma Casamayor, "en que cierras sus páginas y sientes que has tenido entre tus manos algo que nunca habías leído. Si lo hemos logrado, la ventana estará abierta".

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