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Nietzsche en Basilea | Crítica

Un viaje a la pureza

  • El Paseo publica dos textos vanguardistas de Hugo Ball, 'Nietzsche  en Basillea'  y 'Kandinsky', donde se   recoge el carácter y la naturaleza espiritual de las primera vanguardia   

Hugo Ball  como   pontífiice  vanguardista en el Cabaret Voltaire

Hugo Ball como pontífiice vanguardista en el Cabaret Voltaire

Se recogen aquí dos breves gemas de la primera vanguardia europea,

son las fuerzas dionisíacas, instintivas, las que la vanguardia quiere expresar

obra de Hugo Ball, cuya importancia viene consignada por el profesor Barrios Casares en su irreprochable y minuciosa introducción. Se trata de los textos Nitezsche en Basilea, firmado en 1910 como tesis doctoral por el autor dadaista; y la conferencia Kandinsky, escrita siete años más tarde, casi acabada ya la Gran Guerra, pero que debiera contemplarse como el cierre de una indagación estética iniciada con Nietzsche.

Una breve cronología nos ayudará a comprender este viaje. En 1871, con la cañonería franco-prusiana aún en activo, Nietzsche dedica a Wagner El nacimiento de la tragedia; no es, sin embargo, hasta 1910 cuando Ball firma su tesis doctoral, subtitulada como Un escrito polémico. Dos años más tarde, a finales de 1911, Vasili Kandisky publica una obra determinante y de largo influjo: De lo espiritual en el arte. Seis años después, la conferencia de Ball abundará, no solo en la espiritualidad del nuevo arte, si no en el modo formal en que dicha espiritualidad (de Picasso a Kandinsky), se expresa. Recordemos que para Nietzsche, el arte griego era la línea de contención, el gesto apolíneo, con el que se frenaban las fuerzas dionisíacas. Y son estas fuerzas dionisíacas, instintivas, las que la vanguardia quiere enunciar, acudiendo, por ejemplo, al arte tribal; pero, sobre todo, orillando al arte de la Antigüedad que en Nietzsche es solo impedimenta arqueológica.

Falta, para completar esta cronología, resumida en la figura y en las obras de Ball, una tesis doctoral de 1908 dedicada a Simmel. Su autor, Wilhem Worringer, la ha titulado Abstracción y naturaleza, y en ella sostiene que la abstracción es un arte primordial, hijo del miedo, mientras que el naturalismo es fruto de la plenitud y el dominio civilizatorio. Es ahí, en esa formulación histórica y conceptual de lo abstracto, como tembloroso hijo de las pasiones, donde la vanguardia, incluido este Ball que hoy glosamos, encontrará la última excusa historicista para su aventura formal, sujeto a una nueva tradición, más áspera y deshabitada. También a una tradición más humana, en tanto que era el interior del hombre, su frágil encarnadura, lo que quería decirse nuevamente -a Ball y a Kandinsky nos remitimos- llevados de una insólita pureza.

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