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De libros

En torno al caudillismo

  • El último ensayo de Enrique Krauze rastrea la historia de las ideas y el poder en Latinoamérica a partir de la trayectoria de 12 figuras escogidas.

Redentores. Ideas y poder en América Latina. Enrique Krauze. Editorial Debate. Madrid, 2011. 584 páginas. 24,90 euros

Apoyado en una obra ensayística de incuestionable valor, comprometido a la vez con el estudio riguroso de la Historia y con las urgencias políticas, económicas y culturales del presente, Enrique Krauze es uno de los intelectuales más inquietos y prestigiosos de la vasta comunidad latinoamericana. Discípulo de don Daniel Cosío Villegas, benemérito fundador del Fondo de Cultura Económica, el ensayista y editor mexicano trabajó con Octavio Paz en la revista Vuelta y a finales del milenio fundó Letras Libres, una de las mejores publicaciones culturales del mundo de habla española. Desde Caudillos culturales en la Revolución mexicana (1976), Krauze ha llevado a cabo una importante revisión de la Historia de su país que incluye títulos como su monumental Biografía del poder (1987), Siglo de caudillos (Premio Comillas 1993) y muchas otras inquisiciones –publicadas por Tusquets– que en la última década han tomado una orientación más abarcadora y ensayística.

El subtítulo del libro, “Ideas y poder en América Latina”, podría hacernos pensar en un ensayo político, que también lo es, pero como él mismo explica, Krauze no maneja los conceptos en abstracto, sino asociados al itinerario vital e intelectual de doce figuras escogidas con las que recorre la historia del poder en el continente desde finales del siglo XIX, sus fundamentos ideológicos y su deriva a menudo autoritaria, fuertemente influida por el sentido de misión contenido en el título. Redentores se presenta, por lo dicho, como una colección de semblanzas, pero el discurso del autor no se limita a trazar un repaso más o menos descriptivo e inocuo. Sus modelos han sido, nos dice, a la hora de combinar el análisis ideológico y la biografía, Isaiah Berlin (Pensadores rusos) y Edmund Wilson (Hacia la estación de Finlandia), a los que bien podría sumarse otro libro espléndido, Los exiliados románticos de E.H. Carr. En todos los casos, los personajes elegidos por Krauze –“vidas reales, no ideas andantes”– encarnaron los principios en los que creían “con intensidad religiosa y seriedad teológica”, dejaron una huella profunda entre sus contemporáneos y “vivieron apasionadamente el poder, la historia y la revolución, pero también el amor, la amistad y la familia”. Su libro, a la manera de Sainte-Beuve, no renuncia a explorar esta dimensión humana.

¿Quiénes son esos doce personajes? Krauze los agrupa en varios bloques ordenados cronológicamente, pero a lo largo del libro son constantes las referencias cruzadas y en particular a los que llamaríamos padres fundadores. El primero de aquellos lo forman los “profetas”: el cubano José Martí, apóstol y mártir de la independencia; el uruguayo José Enrique Rodó, defensor del nacionalismo hispanoamericano; el mexicano José Vasconcelos, máximo exponente del caudillismo cultural, y el peruano José Carlos Mariátegui, temprano valedor de una confluencia entre el marxismo y la reivindicación indigenista. A continuación figura un capítulo, el más extenso del libro, dedicado a Octavio Paz, “Hombre en su siglo”, que describe el largo viaje de su amigo el ensayista y poeta mexicano desde las efusiones revolucionarias de su juventud y madurez al liberalismo democrático de su última etapa, compartido por el propio Krauze, que aprovecha la ocasión –y la coincidencia final en materia de doctrina– para rendir un cumplido y bien documentado homenaje a otro de sus maestros.

Siguen tres capítulos consagrados a sendas parejas o “duetos”, abordados a la sombra de Plutarco y sus Vidas paralelas. En primer lugar los argentinos Eva Perón y Ernesto Che Guevara, dos “santos laicos” que comparten la cualidad de “iconos revolucionarios”, con estilos muy diferentes pero igualmente arrebatadores. Luego viene una pareja de escritores, formada por el colombiano Gabriel García Márquez y el peruano Mario Vargas Llosa, interesados desde antiguo por el caudillismo, aunque desde muy distintas perspectivas, y cuyos posicionamientos ejemplifican las tensiones entre la novela y la política. Y en tercer lugar dos mexicanos, Samuel Ruiz, el obispo de Chiapas, y el llamado subcomandante “Marcos”, que simbolizan el punto de encuentro entre la Teología de la Liberación y el marxismo indigenista, en ambos casos rodeados de una poderosa significación mesiánica. Cierra la serie el venezolano Hugo Chávez, curioso ejemplar de “caudillo posmoderno” que encarna, a juicio de Krauze, los rasgos menos amables del redentorismo llevados hasta la caricatura.

No es de extrañar que el discurso moderadamente liberal de Krauze haya sido demonizado, como el de Mario Vargas Llosa, por los portavoces de la izquierda populista. Más sorprendente es que recelen de ese discurso, bastante razonable, otras voces a las que se supone muy alejadas del sarampión autoritario. Pero entre la posibilidad tantas veces aplazada de la democracia y la tentación nunca del todo arrinconada del mesianismo, que sigue manteniendo su poder de seducción en amplios sectores –aunque menguantes– de las sociedades latinoamericanas, importa dejar claro el modo en que han acabado las experiencias políticas basadas en el culto de la personalidad y el desprecio de los parlamentos, la economía abierta o la prensa libre. La fascinación por la violencia, el militarismo o la adscripción más o menos consciente a un imaginario de raíz religiosa que pretende emancipar a los ciudadanos aun a su pesar, son algunas de las lacras derivadas de la vieja tradición del caudillismo, que remite a una suerte de nostalgia de la monarquía, en el sentido absoluto, y del antiguo poder de la Iglesia como representante de una verdad revelada y por ello mismo indiscutible. Krauze ha escrito un libro sabio, original, comprometido, iluminador y sumamente instructivo. Sus recetas son sencillas: frente a la épica de los redentores, el imperio de la democracia; frente al autoritarismo iluminado, el liderazgo cívico; frente al nacionalismo amenazante, la ciudadanía inclusiva.

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