Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

De libros

Un testigo en la costa

  • La editorial Confluencias y el Instituto Municipal del Libro de Málaga rescatan 'El cordón umbilical', los diarios escritos por Jean Cocteau en Marbella en 1961, con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Tomada Europa a pulso, como si fuese una res que se niega a apartarse de la carretera, resultará difícil encontrar luces como la que sigue prendiendo Jean Cocteau (Maisons-Laffitte, 1889 - Milly-la-Forêt, 1963) 50 años después de su muerte. No sólo fue el hombre que estuvo donde había que estar en el momento preciso: también el que se inventó el siglo XX al determinar su estética, al consagrar el estilo por encima de las formas, al responder antes de tiempo a Adorno sobre la posibilidad de engendrar la belleza después de la barbarie y la responsabilidad moral que ello implica. Poeta, novelista, dramaturgo, pintor, diseñador, crítico y cineasta, Cocteau fue sobre todo el creador de sí mismo como la obra más redonda que fue capaz de legar. Más que por haber escrito Les enfants terribles, más que por haber dirigido La Belle et la Bête, más que por la renovación profunda de la escena europea que supuso el Théâtre de poche, más incluso que por su relación con Jean Marais, a Cocteau se le recuerda por Cocteau. Ahora, Málaga se une a la conmemoración del aniversario, y lo hace a lo grande: la editorial Confluencias y el Instituto Municipal del Libro se han aliado para el rescate de El cordón umbilical, título que encabeza los diarios que el francés escribió durante su retiro en Marbella entre agosto y octubre de 1961. El resultado es un volumen hermosísimo, trufado de fotografías e ilustraciones, que cobra en el presente la categoría de imprescindible.

Tal y como recuerda en el prólogo de esta edición el director del Instituto Municipal del Libro de Málaga, Alfredo Taján, Cocteau visitó por primera vez España en 1953 y repitió en 1954, cuando viajó por Madrid, Toledo, Barcelona, Córdoba, Sevilla y Gibraltar, guiado por el halo que los neorrománticos de turno habían tejido embriagados de la España negra, santa y primitiva. Regresó seis años después con un ánimo muy distinto que cristalizó en su siguiente escapada, entre abril y mayo de 1961, cuando acampó por primera vez en Málaga y Marbella. Entre mayo y julio regresó a Francia, aunque volvió a Marbella a comienzos de agosto y se estableció en el municipio hasta principios de octubre. En ese periodo abordó la escritura el El cordón umbilical, un diario que le había encargado su amiga Denise Bourdet para las Ediciones Plons de París. El breve volumen se publicó en 1962, en una corta edición de doscientos ejemplares ilustrados con cuatro litografías del mismo Cocteau. Aquel recetario de impresiones ha permanecido en las tinieblas del olvido hasta ahora. Y ha sido el mismo territorio en que fue escrito, como un cante de ida y vuelta, el que ha correspondido al genio con la nueva edición conmemorativa.

Si bien había abordado el género confesional en anteriores ocasiones, a la hora de enfrentarse a El cordón umbilical Cocteau es consciente de que le queda poco tiempo de vida. Por eso esta obra tiene mucho de síntesis en la intención y de selva, a menudo impenetrable, en la exposición; pero, en el fondo, el texto corresponde a alguien que ha visto y deja constancia, como el acta de un testigo. Sin embargo, este ejercicio le hace sentir también como un exiliado. Señala Taján al respecto: "Cocteau se siente anacrónico, un ser de otro tiempo, y de otro mundo, cuya reminiscencia trata desesperadamente de prolongar; es el cordón umbilical lo que le mantiene vivo, su espíritu crítico y su moral abierta y huidiza le hacen resucitar nombres y contextos antagónicos que sutilmente extrae de la vasija helada de la poesía aplicada a famosos creadores y a situaciones vividas: Nietzsche, Flaubert, Picasso, Chaplin (...), Stravinsky, Diaghilev, Marais, Genet, una mirada distante, para no quebrar su cuello de cisne, acerca de algunas de sus obras dramáticas, Hamlet, Racine, Victor Hugo, Valéry, Cervantes, Unamuno, el flamenco, Jean Marais, Edith Piaf, Panamá Al Brown y sobre todo Marbella, en ese momento su refugio postrero". La mirada que Cocteau tiende desde la Costa del Sol abarca así su tiempo, que, como quería Goethe, se remonta mucho más atrás de su propia existencia. El arte es vida ahora que la vida se acaba.

Desde su amistad con Picasso, Cocteau se deja seducir por lo español. Se aficiona a los toros, el vino, el flamenco. En El cordón umbilical escribe: "Esa anti-cursilería se llama flamenco, término que viene de la orgullosa altivez de los soldados de Carlos V cuando regresaban de Flandes. ¡Qué flamenco!, exclamaban los españoles, maravillados con su apostura y su forma de envolverse con la capa y de ponerse el fieltro. Me gustaría también ver la influencia de la palabra flama, porque el bailarín parece escupirlas por la boca y apagarlas con las manos sobre el cuerpo y con los pies sobre el tablado".

Esta querencia por lo ibérico termina estableciendo fuertes lazos con la Marbella de aquel tiempo, un rincón humilde besado por el mar en el que ese cordónumbilical parece manifestarse con más facilidad, al igual que en una Málaga muy lejos aún de la ciudad que llegaría a ser. Vuelve a contar Alfredo Taján en el prólogo: "Cocteau pudo haber pensado que la Costa del Sol, concretamente Marbella, sería su último refugio. El descubrimiento opaca la mezquindad. España se instala en la mente del poeta desde su encuentro con Picasso. Ya en 1923 Cocteau ha tensado el arco picassiano: "Picasso es de Málaga. Picasso me explica, como un rasgo significativo de su ciudad, que vio en ella a un conductor de tranvía que, cantando, aceleraba o disminuía la marcha del vehículo según fuera viva o lánguida la tonadillera y tocaba la campana siguiendo su cadencia". Cocteau quiso comprar una finca cerca de Marbella, lo que demuestra que alguna vez se planteó terminar sus días en este lugar "donde lo excepcional es algo común y donde el pueblo es un poeta que se ignora". Aunque no llegó a formalizar la operación, son legendarias las visitas con las que agasajó e al gran Edgar Neville en su mansión, Malibú. Y recuerda también Taján el comentario que alguna vez hizo el poeta Alfonso Canales sobre la excursión que organizó Neville para recibir a Cocteau en su llegada al aeropuerto de Málaga, de la que formaron parte el mismo Canales, Rafael León y Ángel Caffarena: "El avión se retrasó un poco pero por fin Cocteau aterrizó y descendió de la escalerilla acompañado por su amiga íntima Francine Weisweiller, con quien vivía una suerte de idilio blanco en Cap-Ferat, en la Costa Azul".

Fue no obstante en otra Costa, la del Sol, donde Cocteau encontró el cordón umbilical que tanto había buscado. Ahora, ese mismo lazo se prolonga hasta nosotros.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios