Sacrificios humanos | Crítica

El horror de todos los días

  • María Fernanda Ampuero firma un libro oscuro, una maravilla en forma de bofetón

La escritora María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976).

La escritora María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976). / M. G.

La parte más visible de los cuentos de María Fernanda Ampuero salta a la cara con sólo leer las primeras páginas; es su manejo brutal, selvático, del idioma: giros de eficacia mortal que saben arropar en el seno de una imagen todo el vulcanismo de sentimientos (dolor, rabia, ternura, miedo) que sacude el subsuelo de sus criaturas y que constantemente amenaza con brotar a chorros de cráteres y fumarolas. Lo más obvio de la literatura de la ecuatoriana, como sus personajes se encargan de recalcar y ella misma ha confirmado en entrevistas por activa y por pasiva, es la denuncia: de los padecimientos del inmigrante, de la mujer sometida al macho, de la mujer inmigrante, del amante no correspondido, del patito feo, del exiliado del mundo común y del propio. La mayoría de los relatos giran en torno a alguno de esos de esos ultrajes sea de modo manifiesto o implícito.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

Biografía, el hachazo que abre la serie con la debida contundencia, contiene una frase que merece convertirse en célebre: "cuando se emigra, una sabe que va a lo peor, como a la guerra"; Lorena, texto que casi lo cierra, gira en torno al clásico testimonio de maltrato conyugal para terminar en un epitafio: "una mujer enamorada no debería tener que desinfectar heridas íntimas". Sí; lo primero que recibimos del arte de Ampuero es ese escupitajo de desafío: el mundo se divide en dos campos, los fuertes y los débiles, los guapos y los deformes, los nacionales y los foráneos, y a algunos nos ha tocado vivir perennemente en la periferia de las cosas.

Pero como ella misma ya se ha encargado suficientemente de reivindicar esa faceta, digamos, bélica de lo que hace, prefiero centrarme en otra menos evidente pero de igual valor: la del terror. Los de Ampuero son relatos de terror, y no hablo en metáfora: máquinas de desasosiego, muchos de ellos sobresalientes, a la altura de maestros del género como Lovecraft, Bloch, o, más entre nosotros, Mariana Enríquez. Un cuento como Hermanita merece con creces ocupar un puesto en cualquier antología del terror contemporáneo en español, sin que le anden a la zaga otras perlas como Invasiones, Freaks o el muy irónico Silba. Un breve análisis de cualquiera de estos artefactos revela a las claras que la autora no se conforma con la mera denuncia a secas, con el testimonio amarillo de la crónica de sucesos que, por repetido, ya no suena a nada: hay un dominio estructural de la narración, sustentado en expresiones muy medidas y de posición escogida con muchísimo cuidado, que prestan al conjunto un aura inconfundible de pánico y desesperanza, precisamente las coordenadas entre las que se mueve su cosmovisión. A dicho respecto, el título de Sacrificios humanos no resulta ocioso: humanos inmolados en los altares negros de la inmigración y el sexismo, qué duda cabe, pero para saciar de sangre a divinidades arcanas, que ocupan planos de la realidad no accesibles al sol de todas las mañanas. De una manera u otra, un libro excelente y oscuro, una maravilla en forma de bofetón.

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