De libros

"La plena consciencia de nuestra fragilidad nos hace ser mejores"

  • Eduard Márquez ahonda en 'El último día antes de mañana' en la vulnerabilidad humana

Hace cinco años, mientras paseaba por su ciudad de toda la vida, Eduard Márquez se encontró con un fantasma del pasado. Era un fantasma vivo, que había adoptado la forma de un sin techo, "con el carrito del súper, rodeado de cartones y bolsas, tocando la armónica". El impacto que sintió fue "brutal": aquel hombre y el escritor habían sido íntimos amigos de jóvenes. "Aproveché el escaparate de una tienda para mirarlo un rato: no tuve ninguna duda, era él 22 años después. No me acerqué a él por un exceso de prudencia rayando el miedo. No sabía qué suponía activar aquello. Y aquella noche empecé a pensar, me vinieron recuerdos de cosas que habíamos vivido juntos, y al final siempre me preguntaba ¿por qué él y no yo?".

Aquel episodio desembocó en El último día antes de mañana (Alianza), una novela estructurada en ráfagas breves e intensas en las que Márquez rehace su memoria personal, nutriéndose asimismo de una serie de experiencias de amigos y conocidos suyos. "Es el libro donde me expongo más", admite este escritor nacido en Barcelona en 1960, autor de poemarios como La travesía innecesaria y Antes de la nieve, libros de relatos (La elocuencia del francotirador), novelas (La decisión de Brandes o El silencio de los árboles) y narraciones para niños, entre ellas Andrés y el espejo de las muecas. "Me obsesioné -retoma el autor- con una serie de cuestiones... Cómo de repente, llegados a una edad, nuestra vida se va poblando de desaparecidos, gente con la que has sido uña y carne", explica sobre el origen de este último libro suyo que trata de "qué fragil es todo, de cómo de un día para otro tu vida cambia".

El último día antes de mañana, "que no es lo mismo que decir hoy", está narrado por un hombre de mediana edad que acaba de enterrar a su hija pequeña, muerta por una fatalidad, y que pese a la conmoción, o precisamente por eso, trata de recomponer para sí mismo el relato de su vida. El peso descomunal de una educación represiva, un matrimonio descompuesto, unas ambiciones literarias eternamente portergadas; la crónica de un naufragio. El narrador del libro, además, se atreve a hacer lo que no hizo Márquez: tiene un encuentro similar, y se lleva al viejo amigo, ahora un completo extraño, a vivir a su casa.

El libro, un ejercicio de equilibrio entre la sinceridad de los sentimientos y la contención de los mismos, se mueve igualmente entre un tremendo dramatismo -que bordea lo trágico- y la remembranza de una serie de episodios casi epifánicos que emiten algo de calor entre tanto frío. "Escribir literatura infantil ha sido para mí una lección descomunal: cómo decir las cosas con la máxima sencillez, pero también humana, porque los niños me han enseñado a ser sencillo y humilde", dice Márquez sobre el proceso de escritura, en el que también ha sido crucial su oficio poético. "Muchos me dicen: 'Ya no escribes poesía', y yo les digo que sí, pero con las líneas largas. La poesía tiene que ver con una manera de entender el lenguaje. Las escenas cortas de este novela son para mí poemas separados, lo que ocurre es que tienen una hilazón narrativa".

En la novela se mezclan los planos temporales, se confunde lo que sucedió hace muchos años y lo que sucedió hace media hora. Un planteamiento con el que el autor no sólo ha tratado de recrear el inevitable desorden de la memoria, sino también conducir al lector por "diferentes estados anímicos", y solapar éstos entre sí. A pesar de sus matices, de sus luces filtradas, es una novela muy dura, llena de dolor, separaciones, ausencias. Tanto, que casi parece una obra a contracorriente en una época en la que el dolor, en lugar ser asumido como algo que forma parte de la vida, se parece a un estigma.

"Nos hemos empecinado en crear un mundo en las cosas pasan siempre a los otros. Siempre enferman los otros, siempre son los otros los que no vuelven a su casa el domingo por la carretera. Pero ahí está el azar para demostrarte que no, que la vida no es segura. Tenemos que vivir con la plena conciencia de ser muy frágiles, creo que esta misma conciencia hace que seamos mejores, que podamos enfrentarnos a la realidad con toda la energía necesaria. A pesar de todo es un libro esperanzador, habla de la posibilidad de redimirse, de la posibilidad de que, a pesar de todos los pesares, merece la pena tirar hacia adelante".

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