Oh, maligna | Crítica

Amor furioso y mucha poesía

  • Jorge Edwards vuelve tras los pasos de su admirado Pablo Neruda en 'Oh, maligna', donde reconstruye un apasionado romance de juventud del poeta

El escritor y diplomático chileno Jorge Edwards (Santiago, 1931).

El escritor y diplomático chileno Jorge Edwards (Santiago, 1931). / Álex Cámara

Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1931) vuelve tras los pasos de su admirado Pablo Neruda en esta fábula ardiente que nos remite a un episodio poco conocido de la vida del autor de Residencia en la tierra: su desaforada relación sentimental con la birmana Josie Bliss durante su primer destino diplomático como cónsul honorario en Rangún, la antigua capital de Birmania. Edwards reconstruye, con materiales reales e imaginados, este episodio de la vida del poeta y lo eleva a la categoría de símbolo dentro del periplo personal y literario del Nobel chileno.

Tiene Oh, maligna una doble condición como novela y relato biográfico. Y en estos dos sentidos puede leerse: como una apasionada historia de amor entre un joven que busca su lugar en el mundo y una mujer fuerte que trata de aferrarse por todos los medios al hombre con el que ha compartido su vida varios meses, o como el relato de un acontecimiento decisivo en la historia personal del gran Neruda.

Edwards afronta valientemente el reto de cimentar una narración creíble y atractiva para el lector y, a su vez, desenterrar el valor emblemático de esta delirante relación. Por eso no se conforma con reconstruir literariamente un suceso que él cree decisivo, sino que añade recuerdos personales que sustentan su idea de que este amor de juventud marcó para siempre la vida y al menos parte de la obra del poeta.

El autor encuentra destellos de este acontecimiento en varios momentos de la vida de Neruda y, en este sentido, da carta de naturaleza a un puñado de anécdotas vividas junto al poeta. Como colofón –un tanto desconectado de la narración principal– añade varios capítulos en los que relata los últimos días del autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada en su residencia de Isla Negra, su ingreso en el hospital y su multitudinario y emotivo entierro en el Chile de las primeras semanas del golpe de Estado de 1973.

En Oh, maligna, Neruda da sus primeros pasos como poeta. También como hombre de mundo capaz de aprovechar las oportunidades que se le cruzan en su camino. No duda en abandonar Chile y la anodina vida literaria que compartía con otros jóvenes escritores de su época para lanzarse a la aventura de conocer otras realidades. Empieza su periplo diplomático, que culminará con su nombramiento como embajador de Chile en París, con un destino en el sudeste asiático, concretamente en la Birmania colonial, desde la que huye a Ceilán –no sin antes haber conseguido su traslado como cónsul– para no ser asesinado por su vehemente amante.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

El joven Neruda parece adaptarse con facilidad a la vida escasamente laboriosa de cónsul honorario. No parece inmutarse por la poca empatía que muestran los ingleses con el representante de un país que apenas saben poner sobre el mapa; y que, además, tiene la piel bastante más morena que ellos. En este contexto, el amor y el whiskey se convierten en el centro de sus días. Es un muchacho que explora los secretos de la vida en un escenario eminentemente exótico en el que todo puede suceder. También lee mucho y escribe "algunos de los poemas más complejos, más intensos, más oscuros, productos del sueño, de la memoria involuntaria, de algo que se podía definir como desconcierto vital, o naufragio vital, con fuertes elementos de angustia, con fulgores desesperados, con extraños acentos ceremoniales".

Su conciencia de escritor, su esencia de poeta, parece florecer en el ambiente enrarecido de las colonias. Reflexiona poco y se atormenta mucho. Por encima de todo, intenta vivir plenamente con la osadía de la juventud, con la peculiar decisión que le aporta su carácter de hombre que va a por todas. Queda lejísimos todavía su compromiso político con los parias de la tierra. Ni comprende ni comparte el insistente compromiso de la hermosa y maligna Josie en la defensa de la independencia de su país. De ella le atrae únicamente su cuerpo de diosa antigua, su personalidad ardiente, sus desconocidas costumbres. Serle infiel le resulta tremendamente fácil. Dejarla sin una explicación, también.

Neruda es el centro. Ante la apabullante presencia del poeta ella queda casi desdibujada. Apenas sabemos que es celosa y terrible, pérfida y feroz. La vemos cambiar su ropa occidental de trabajadora administrativa por las coloridas sedas y joyas características de la forma de vestir típica de su tierra, desnudarse ante el espejo o ante el hombre al que ama. Odia a los ingleses y es capaz de levantar un afilado cuchillo contra su inconstante amante, y hasta perseguirlo hasta otro país para hacerle sentir la posibilidad de una terrible venganza.

En su reconstrucción del personaje del poeta, como lo nombra en el libro en la mayoría de las ocasiones, Edwards deja traslucir su admiración confesa por él, aunque no termina de ser del todo complaciente. Oh, maligna nos desvela a un Neruda inefablemente tocado por la poesía, absorbido por el mandato irremediable de su condición de escritor, y no elude, certeramente, dejarnos entrever algunas de las contradicciones que marcaron su intensa vida.

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