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Contra la modernidad

  • Atalanta publica una selección de los singulares aforismos que formuló el gran escritor secreto que fue el colombiano Nicolás Gómez Dávila

El escritor y filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila (Bogotá, 1913-1994).

El escritor y filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila (Bogotá, 1913-1994).

Resulta inevitable acudir a las Máximas de La Rochefoucault, a los Pensamientos de Pascal o a los vestigios conocidos de Heráclito, para aproximarnos con alguna garantía al modo de pensar -y al modo de eludir una forma clausurada de pensamiento- de este escritor secreto que fue el colombiano Nicolás Sánchez Dávila. La referencia, en cualquier caso, no se vincula tanto a la maniera escogida por el escritor -el escolio- cuanto a la filosofía que puede deducirse de ella, y que el autor mismo ya señalaba en sus Escolios a un texto implícito. Se trata, en consecuencia, de un pensamiento formulado lateralmente, donde lo oculto tiraniza a lo visible. Pero se trata, en igual medida, de una prolija circunvolución, de un minucioso acotamiento, cuyo objeto permanece velado a nuestros ojos. Tal veladura, sin embargo, no impide vislumbrar aquello mismo que cobija: y lo que cobija es una vasta remoción de la modernidad, que se endurece y agrava cuando llegamos a lo contemporáneo.

Señalemos, no obstante, que dicha reprobación del mundo moderno viene expresada modernamente: vale decir, en un pensamiento asistemático, propio del pensamiento posterior a Hegel. Lo cual sitúa a Gómez Dávila en la tradición romántica que quiso restituir cuanto la modernidad había ultrajado o minusvalorado, pero acudiendo a las propias categorías que la modernidad había impuesto. "Nuestra más urgente tarea -dice Gómez Dávila- es la de reconstruir el misterio del mundo". Ese misterio, sin embargo, ya había sido sistematizado por la Antropología de Frazer, por la Historia de Michelet y por la memoria política y sentimental de Chateaubriand, cuyo democratismo venía compensado por el misterio y el halo de la monarquía. De modo que cuanto Gómez Dávila deplora viene mediatizado ya por la sombra misma de lo deplorado. Con lo cual, cabría vincular a Gómez Dávila con el antropologismo de Carpentier, de Uslar Pietri, de Miguel Ángel Asturias; pero también con la obra de Eliade y su aproximación a lo irracional y numinoso. Por iguales motivos, puede decirse que el pensamiento implícito de Gómez Dávila marcha en paralelo al de Heidegger, tanto cuando enuncia una paradoja moderna ("el hombre necesita un dios"), como cuando expresa su profundo recelo de la técnica.

Es famoso el escolio de Gómez Dávila donde resume los males de la humanidad moderna: "Los enemigos del hombre son: el demonio, el Estado y la técnica". Esta escueta formulación del pensamiento conservador, fácilmente reducible a caricatura, debe ponerse en relación, sin embargo, con otro escolio donde se expresa con claridad la completa arboladura de su pensamiento. Un pensamiento, repito, hijo de la modernidad, pero vuelto críticamente hacia ella: "El que se cree original es sólo ignorante". Buena parte del siglo XIX, a pesar de su violento culto al genio, se fundamenta en esta asimilación del hombre al heredero; y en suma, en esta revelación del artista como elemento menor de un largo y apretado friso (en el lateral del Casón del Buen Retiro que da al Salón de los Reinos puede leerse el adagio de don Eugenio d'Ors: "Todo lo que no es tradición es plagio"). Esa misma modestia es la que el Romanticismo aplicará a la ciencia y sus logros, sin olvidarse de señalar los peligros del cientifismo. Peligros que Shelley, sin ir más lejos, personificaba en la trágica criatura creada por Víctor Frankenstein, y que desplazaron la cuestión de la vida desde los dominios del Génesis, desde el ámbito del mito, hacia el terreno, más pedestre, de la virtud electrostática.

Lo que se propone, pues, en el pensamiento explícito e implícito de Gómez Dávila es una restauración de magnitudes que la modernidad orilló, acaso por un exceso de confianza. Buena parte de la filosofía del XX, de Heidegger a Foucault, ha ido en esa dirección, digamos que anti-ilustrada, en la que las pascalianas fuerzas del corazón recobran, de algún modo, su prestigio. Es posible que la originalidad de Gómez Dávila no sea sino este voluntario retreparse en una milenaria rama del saber en la que lo religioso, en la que lo sagrado, aún modulaba los quehaceres del hombre.

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