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Cultura

La luz del pasado

  • Francisco Baena ha escrito una pequeña saga familiar que funciona como la panorámica meditativa de una época reciente de la historia de España.

Luz corriente. Francisco Baena. Pre-Textos. Valencia, 2014. 248 páginas. 15 euros.

Francisco Baena ha escrito una pequeña saga familiar, una saga que va bastante más allá de ser una saga o genealogía familiar. También funciona como la panorámica meditativa de una época reciente de la historia de España, un país cuya historia siempre es una historia reciente; ya se sabe, los españoles nunca hemos sabido dar por terminada una época, un ciclo, una querella. Luz corriente es una demorada indagación en la identidad de su protagonista, tal vez trasunto velado del autor, que tras la muerte de su padre se plantea conocer la naturaleza del carácter paterno, las huellas escurridizas que éste le dejó en sus gestos o modos de proceder: la identidad del hijo se cruza con la identidad del padre, identidad cambiante o móvil, los padres fueron hijos, los hijos serán padres, todo se vuelve un bucle, una especie de noria que saca a la superficie el agua semidesconocida del pasado para regar con ella la sequía del presente, un tiempo que se va mientras el pasado se vuelve cada día más extenso y lejano. La luz del pasado ilumina el presente. De ahí que la indagación de Martín, el protagonista de Luz corriente, se remonte al abuelo Miguel, interventor en el Ayuntamiento de Dalías durante la Guerra Civil, humanista rural o retirado, autor potencial de teatro y profesor de niños sin recursos. Sus escritos parecerán ahora desfasados y a Martín le cuesta leer (o releer) a su abuelo Miguel, "se le atraganta su ternura abusiva" del mismo modo que "probablemente a sus hijos les turbará su propia prosa" (p. 159). La escritura literaria no garantiza nada, el pasado se puede volver incomprensible y lo que hoy escribes podría no llegar jamás a su destino. La intimidad "no preexiste a la obra sino que se produce en ella" (p. 30); y leemos para saber que sólo la lectura nos dará el espacio del que no pudimos disponer casi nunca. Todo lector es un hijo, ese lector que escribe para poder leer lo que no supo o recordaba.

La vida es un puzle, rompecabezas o cuadrícula cuyas piezas a veces nos parecen diseminadas o perdidas. La escritura supone, entre otros muchos afanes, la tarea de ordenar lo que estaba arrumbado o disperso. Tentativa con la que no siempre se alcanza a resolver el enigma del lugar que ocupamos en esa genealogía que se pierde en la memoria inaccesible de los que nos antecedieron: se ampliará la luz pero el misterio sigue ahí, atrapado en los objetos "condenados a sobrevivir en un mundo al que ya no pertenecen" (p. 32). Martín, el protagonista de Luz corriente, "quiere explicarse qué rasgo indeleble le habría dejado su padre en herencia, contarse quién era su padre para aprender acaso así quién es él mismo" (p. 18). Su tentativa depende de las tradiciones (cultas o no tanto) que nos rodean y así nos encontramos, en el primer capítulo, con una curiosa aproximación (casual o crítica) a ciertos antecedentes literarios sobre la fascinación misteriosa de la figura del padre, de Albert Camus a Paul Auster, de Marcos Giralt Torrente a Barry Gifford; pero también se muestran sin rubor trazas de películas como El rey león, Tomates verdes fritos y Tierras de penumbra o de grupos musicales como Astrud. Todo es más o menos híbrido. Y la tradición en la que se inserta la escritura de Francisco Baena también lo es.

Si con el primer capítulo se rastrean antecedentes y referencias sobre la pérdida del padre o de cualquier otro ser querido, el segundo gira alrededor de la muerte de Justo, el padre de Martín, diagnosticado de párkinson muy tempranamente, con menos de cincuenta años. Las experiencias del abuelo Miguel durante la Guerra Civil ocuparán el tercer capítulo, quedando especialmente destacadas las circunstancias del nacimiento del padre en el otoño de 1936. El capítulo que cierra la novela recoge los primeros años de matrimonio de Justo, su trabajo en Madrid, el despegue económico del mundo inmobiliario español y las últimas bocanadas de un sistema político y social que no podía sobrevivirse a sí mismo. Saga familiar y panorámica intrahistórica. Indagación genealógica y recuperación de la figura del padre. Continuidad y ruptura. Afán de conocimiento para un espacio narrativo que no se queda anclado en la memoria familiar. Si en su libro anterior (Olor a sangre en la nariz) Francisco Baena intentaba conservar los fogonazos y deslumbramientos del aprendizaje y crecimiento de un niño, en Luz corriente se ha procurado vislumbrar lo que brilló en el pasado y que, pareciéndonos apagado o extinto, vemos cómo sigue dándonos luz o calor. Sólo hace falta saber en qué dirección habría que poner los ojos.

Luz corriente es una buena novela, una novela sugestiva y redonda. Léanla, por favor. Lo pasarán bien y les hará pensar. ¿Qué más se le puede pedir a un libro?

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